Detrás de las puertas de las salas de profesores de nuestro país puede oírse, en ocasiones, el rumor de que el sistema educativo español no es idóneo. Este rumor, puesto en debate únicamente en aquellas salas donde sí se realiza una autocrítica, se comenta de forma sutil, pues siempre ha dominado un miedo autoritario a hablar de esta cuestión en voz alta. Son rumores sin ninguna importancia, o quizás con toda la importancia del mundo, según quién analice. Y es que, en realidad, son muchos los que hablan del declive de la educación en nuestro país. Aunque, según mi propio criterio, esto es algo tremendamente intrépido: al utilizar la palabra «declive», se da por hecho que alguna vez nuestra enseñanza tuvo un álgido momento.

Carencias basadas en un cúmulo de factores

Hace unas semanas, entrevisté a las creadoras de las cuentas en redes sociales que llevan el nombre de «revolución estudiantil», donde publican numerosas quejas al sistema educativo español. Me hicieron pensar, entonces, en las grandes carencias presentes en nuestra educación. Estas no son más que un cúmulo de muchos factores. Por ejemplo, el hecho de que algunos padres se desentiendan de la educación de sus hijos, al pensar que esta no es significativa. Esto finaliza con el afán de los profesionales de la enseñanza de intentar redirigir a estos alumnos a un mejor camino. Algo que no siempre tiene éxito. Lo que hace de los barrios bajos, por desgracia, un lugar predispuesto, en muchas ocasiones, al fracaso escolar; donde el gusto por el aprendizaje queda en un segundo lugar y predomina un estilo de vida despreocupado.

Por otro lado —y sabiendo que las estadísticas hablan mal de nuestro país— nuestro sistema educativo no trata tampoco de animar a los alumnos. La base de este es la del aprendizaje teórico, en contraposición del aprendizaje práctico que tratan de desarrollar otros países punteros. Y es que en España tenemos un serio problema con las habilidades prácticas, como la oratoria y la lectura. La primera no se desarrolla bajo prácticamente ningún concepto, dando como consecuencia estudiantes que no han desarrollado eficazmente la capacidad de hacer una exposición en público sin que esta acarree sufrimientos. Asimismo, las aulas carecen de espacios de dialogo —tan necesarios en democracia— relevando esta función a programas de televisión que no promueven el dialogo, sino la discusión. Y la segunda, nuestra querida lectura, no se fomenta de una forma que los alumnos puedan desarrollar un mínimo gusto por ella.

Una educación que se base en las necesidades actuales

Es importante, en este punto, que nuestra educación se sume a las necesidades de la actual sociedad. El mundo cambia a un ritmo frenético, sin embargo, nuestra educación no. Vivimos una revolución tecnológica y digital que debe ser prioritaria a la hora de educar. La nueva juventud ha nacido con internet en la mano, es un error educarles de la misma forma que se educaba cuando únicamente se podía acceder a la información a través de libros impresos. Al igual que de nada sirve ser capaz de atender durante seis horas a la presentación de un profesor si luego no se fomenta el espíritu emprendedor o si se dejan de lado las habilidades sociales y comunicativas, la creatividad y el pensamiento crítico. De esto último falta mucho en nuestro país, lo que deja claramente una cicatriz abierta en nuestras juventudes si las comparamos con otros países de la propia Europa.

Existe una necesidad real de que haya una ayuda por parte de las instituciones educativas para que los jóvenes de nuestro país tengan nuevas inquietudes. Hasta ahora, se ha visto que no es suficiente dejar que cada cual tome la iniciativa en su casa. Difícilmente los estudiantes de secundaria y bachillerato cuentan con una serie de referencias necesarias hoy en día, pues aborrecen la actualidad, como si esta fuera un gran peso mental. ¿Cuántos estudiantes de secundaria estarán leyendo esta columna de opinión? Me cuesta aceptar que la mayoría de los alumnos de bachillerato desconozcan, por ejemplo, qué fue ETA o las funciones que se realizan en las Cortes Generales.

Es costumbre y no declive

La educación española no está en declive porque hace muchísimo tiempo que se ha mantenido en una misma línea. Es decir, destinada al fracaso y a la mediocridad si es puesta en comparación con otros países. Habría que decir, en este punto, que no soy partidario de este tipo de comparaciones; pues las diferencias entre sociedades son abismales. Pero sí debería servirnos como prueba de la necesidad de adaptar, a nuestro sistema educativo, algunas acciones realizadas en países con índices considerablemente positivos. No se trata solamente de leyes educativas y partidos políticos —aunque sea esto algo crucial y otro fiel culpable—; sino de un cambio generacional que trate de crear estudiantes con una mejor cualificación en aquello que actualmente parece no calificarse.

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