El otro día escuché a una niña de 10 años decir que ella era española española, y que cómo iba a ser catalana si los catalanes son todos unos lerdos. Sé de otro niño, 4 años, que también presume de ser español y que es fiel admirador de la Guardia Civil, incluso cree que el Espanyol gana todas las ligas al Barça. También he visto multitud de niños menores de 10 años vestidos en esteladas y gritando proclamas por la independencia. Tengo miedo.

No pensaba volver a escribir tan pronto sobre esta cuestión después de mi primer artículo, pero escuchar estas palabras antes mencionadas hizo que en mi cerebro saltara un resorte de pánico. Me gustaría mucho hablar con estos niños y con sus padres. A la primera le diría que tengo amigos catalanes, alguno es un poco lerdo sí, pero por cuestiones ajenas a su lugar de nacimiento. Al segundo le pediría que me explicara cuáles son las competencias en seguridad que tiene transferidas la Guardia Civil, ya que si tanto la idolatra, sabrá mucho del asunto. Y a los niños que gritan independencia, simplemente que me definan lo que es un Estado. La postverdad en su máximo esplendor, porque se instauran discursos viscerales en niños que ni siquiera saben aún lo que es un hecho, lo que está bien.

La misma historia otra vez. Creerse mejores que los demás simplemente por haber nacido a un lado concreto de la frontera. Una frontera que en el caso que nos ocupa ni siquiera existe, pero que se está construyendo con ladrillos de odio. Odio irracional que además creo que tiene una fácil cura, por muy cursi que suene: hablar. Obliguemos a los niños que se odian sin conocerse a pasar unos días juntos, que jueguen, y luego ya entonces que cojan la banderita que quieran.

Creo que queda claro que no soy nacionalista, pero, ¡sorpresa!: el nacionalismo existe. Por eso creo en la idea de una España plurinacional, simplemente por el hecho que existen regiones en España en las que hay gente con sentimientos nacionalistas. Es la única causa del nacionalismo, que las personas así lo sientan. Por esto también creí entender a Pedro Sánchez cuando le preguntaron qué era una nación para él y respondió haciéndose un lío. Una nación para mí es aquel territorio cuyos habitantes sienten que pertenecen a una nación. Y con ello tenemos que lidiar, nos guste o no.

El Estado de las Autonomías fue un intento de integrar esos sentimientos que en las décadas pasadas se habían controlado mediante la fuerza, pero se está rompiendo. Nadie sabe cuál es la mejor solución, pero el café para todos ya no vale. En un país cuyos ciudadanos no se sienten iguales, e insisto que simplemente es una cuestión de sentimiento, esa diferencia ha de plasmarse en el modelo territorial.

Por último, para todos los que están sintiendo exacerbado su sentimiento de amor al Rey y la Bandera y odio hacia compatriotas, por favor, ¡quietos! Este problema se va a solucionar mucho antes si os quedáis callados en casita. A nadie vamos a convencer por la vía de soy mejor que tú porque mi trapo tiene tres franjas en vez de nueve -encima con los mismos colores-. Muchos catalanes están convencidos de que su trapo es mejor. Lo que hay que hacer es convencerles de que los trapos no importan, no tratar de que cambien uno por otro a golpe de insulto y testosterona de bar. Niños, trapos caca.

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