Los seres humanos somos animales sociales, por naturaleza. Por ello, nos hemos ido agrupando en comunidades cada vez mayores, que han permitido adaptarnos al entorno y asentarnos en un lugar fijo, hasta terminar adaptando el entorno a nuestras necesidades y caprichos. Es de esta manera como surgen las ciudades y se determina el papel que desempeñan.

A lo largo de la historia, tanto polis, civitas como burgos han permitido el desarrollo de multitud de civilizaciones, como puntos de intercambio de bienes. Pero será a partir de la Edad Moderna cuando las ciudades asuman la función de producción. Ésta se verá incrementada con las revoluciones industriales de los últimos siglos.

El desarrollo de los países y la extensión de la cooperación internacional, a raíz de la Segunda Guerra Mundial, crearán lo que conocemos como globalización. Este fenómeno comienza a fomentar un trasvase poblacional, que convierte a las ciudades en centros no solo de intercambio y producción, sino también, de recepción de población en busca de trabajo cualificado, mejora de la calidad de vida y cultura. De esta forma es como concebíamos hasta la actualidad el concepto de ciudad. Una concepción que ya se está quedando bastante anticuada.

De este somero análisis, concluimos que aparejado a cada cambio de época va una transformación del paradigma de ciudad. Y, sí, nos encontramos en un cambio de era motivado, ahora, por las nuevas oportunidades ofrecidas por la llamada economía del conocimiento que, paradójicamente a los avances y posibilidades de las TIC´s, el entorno en el cual se está desarrollando es el urbano.

Las ciudades se convierten así en centros de innovación, investigación y educación. Esta nueva situación nos enfrentará a nuevos retos y oportunidades, que nos conducirán a tener que reinventar el concepto de ciudad y su encaje en el binomio campo-ciudad.

 

Nuevos retos

El mundo entero está viviendo un éxodo rural, sin precedentes. Asia es el ejemplo de ello. Oriente Medio y África también, aunque en este caso hacia las ciudades europeas. Esto se refleja muy bien en España con la llamada crisis de la España vaciada. Pequeños y medianos núcleos de población que mueren a pasos agigantados. No son rivales para las grandes urbes que se erigen como centros de poder semiautónomos y que son capaces de ofrecer más y mejores servicios. Los servicios que una sociedad rápida, luego impaciente, y creciente, luego engullidora, reclama.

Todo esto nos deja un panorama de ciudades superpobladas, más contaminantes, pero también con una capacidad productiva mucho mayor. A pesar de sus beneficios también nos genera nuevos problemas que solucionar y una pregunta por contestar ¿para quiénes debemos proyectar las ciudades? La respuesta a esa pregunta debe ser: las personas.

Para ello, habrá que mejorar la movilidad y accesibilidad, combinada con el respeto al medio ambiente y a la salud de sus habitantes. Fomentar el uso, en lugar de la propiedad, se hace imprescindible.  De igual forma, las ciudades refuerzan su poder político al contener una mayor población, cuya respuesta debe tender siempre hacia una democratización de las formas e instituciones, contando con los agentes sociales involucrados. Ante tal cantidad de población, la seguridad se vuelve también un asunto clave. En definitiva, una nueva era exige que las ciudades desempeñen un nuevo papel más importante y más responsable con su entorno y con su propios habitantes.

 

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