Los valientes que el 28 de junio de 1969 se enfrentaron en Stonewall a la persecución institucionalizada que había en Nueva York, pero también en el mundo, contra la comunidad LGTBI+ marcaron el camino del activismo por la lucha del respeto a los Derechos Humanos.

En España, por aquel entonces, todavía se sufría el yugo del régimen franquista, que en 1954 había reformado la Ley de vagos y maleantes aprobada en la Segunda República, para incluir la represión a los homosexuales. Un año después de las revueltas en el bar neoyorquino, en 1970, esa Ley se derogará y sustituirá por la Ley de peligrosidad y rehabilitación social. Dicha Ley incluía penas de hasta cinco años de internamiento en manicomios o cárceles para los homosexuales y demás individuos considerados peligrosos sociales para que se “rehabilitaran”. Fallecido el dictador y ya con la Transición en marcha, esta ley dejaría de aplicarse. Pero en una vergonzosa actuación del legislador español, no se derogará hasta 1995. Stonewall

El siguiente avance, el más importante de todos, se produce en el primer mandato de José Luis Rodríguez Zapatero, con la aprobación de la Ley 13/2005, de 1 de julio, por la que se modifica el Código Civil en materia de derecho a contraer matrimonio. El 66% de la sociedad española apoyaba esta medida, pero los partidos conservadores tuvieron muchos reparos a la hora de aceptarla. Incluso, intentaron hacer malabarismos con el lenguaje para cambiar el término matrimonio. Esta Ley reconciliaría a una importantísima parte de la sociedad con sus clase dirigente, pues se había conquistado otro derecho para un colectivo oprimido y denigrado desde tiempos inmemoriales. 

La gestión posterior

Todo lo que viene después de este hito no es más que el intento de ideologizar una causa común, social, de todos, porque las conquistas de derechos son del y para el pueblo, no son regalos que el legislador hace a los ciudadanos. He aquí el principal problema, escollo insalvable en algunos momentos, de un movimiento transversal, amplio, justo y necesario, que no es la politización sino la ideologización

El Orgullo LGTBI+ está politizado, claro que sí, y no podría ser de otra manera, pues lo social siempre es político y este es el cauce que tiene la sociedad civil para reclamar y conquistar derechos, la politización de su causa. 

Lo que no debe estar el Orgullo LGTBI+, ni absolutamente ningún movimiento social que busque ampliar sus bases, ensanchar sus cauces y pasar de lo particular a lo general, es ideologizado.

Los movimientos sociales han de tener un único credo y es el de la causa que lo origina, por la que se lucha y trabaja. Solo así podrá tener más adeptos, ser plural y propiedad de la sociedad civil. Ahora bien, si se sucumbe ante los infinitos tentáculos de los partidos políticos y decide ideologizarse políticamente, ya ha perdido su razón de ser y se ha convertido en un movimimiento al servicio -y digo bien, al servicio- de los intereses de dicho partido.

En este punto, hemos de saber que los partidos no se arriman a un movimiento social por defender causas justas y sin intereses espurios. Buscan engrosar sus filas con movimientos populares que puedan suponer un nuevo coladero de votos de cara a las próximas elecciones. 

Dicho esto, es indudable, como señalaba antes, que la sociedad civil necesita de los políticos para que sus demandas se vean satisfechas. Por eso la politización del movimiento no es una opción sino una obligación si se quiere conseguir algo. No olvidemos que los movimientos sociales son otra forma de hacer política, tan útil y necesaria como los propios partidos en sí. 

¿Qué pasa entonces con el Orgullo LGTBI+?

La manifestación del Orgullo LGTBI+, como cualquier manifestación, es una reivindicación por la conquista de unos derechos, bien por conquistar o bien por mantener. Por lo que se antoja normal, en esta situación, que los propios manifestantes clamaran “ni un paso atrás” ante las serias y constantes amenazas de la extrema derecha al colectivo.

Pero esto no es algo nuevo, el Orgullo nunca estuvo exento de polémica, así ha sido siempre y así seguirá siendo. No es algo negativo pues, en estos casos, la polémica es normal, natural y, si me apuran, hasta necesaria. ¿Qué reunión de amigos, conocidos o colegas de profesión no está marcada por polémicas? Ninguna. Los seres humanos discrepan, y al discrepar, polemizan. Esto tiene tantos años como las pirámides de Egipto. 

El problema reside en la obscena e intolerable apropiación partidista de la causa común, el motor que nos empuja para no desistir: los derechos LGTBI+. No podemos permitir que consigan, por medio de la apropiación e ideologización, que un colectivo ejemplar en su incesante lucha se desmorone por ideologías políticas. Recordemos la cita atribuida a Julio César, “divide et impera”, para no dejar que otros se apropien de lo que es de todos, de la humanidad, de los Derechos Humanos. 

Es, por tanto, la ideologización y no la politización lo que daña y socava los pilares más básicos del movimiento LGTBI+. Que no te engañen, el Orgullo está politizado y tiene que seguir estándolo, pero no puede estar ideologizado. De lo contrario, la causa se empequeñecerá, el apoyo disminuirá y habremos servido en bandeja la victoria a los que de verdad son un auténtico peligro para los derechos LGTBI+.

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