Se hace imposible pensar que cualquiera de las personas que se dispongan a leer este artículo puedan estar al margen o ser desconocedoras de la actualidad, en cuestiones relacionadas con el
colectivo LGBTIQ+, y el aumento de agresiones hacia el mismo en los últimos tiempos.

Samuel, Eva o Diego son algunos de los nombres de los chicos y chicas que han recibido sobre su cuerpo el resultado de una muy mala gestión de los gobiernos con la diversidad e igualdad en España. Estos nombres han sido utilizados por el colectivo hasta casi su extinción, para hacer ver lo que otros condenan al ostracismo más absoluto, no condenando o silenciando lo ocurrido.

Es este el caso de los influencers. Según la definición socialmente aceptada, estos son “personas que destacan en una red social u otro canal de comunicación y expresan opiniones sobre un tema concreto que ejercen una gran influencia sobre muchas personas que la conocen”.

Pero ¿realmente expresan sus opiniones? Muchos de los seguidores que esos influencers tienen en las distintas redes sociales pertenecen al colectivo. Muchos de esos seguidores, entre los que me incluyo, esperábamos que, gracias a su gran poder de difusión y a lo carismáticos y cercanos que se muestran en redes, utilizaran ese poder para denunciar lo que ocurre. Nada más lejos de la realidad. Con lo que nos hemos encontrado es con un silencio aterrador. Ninguno, o casi ninguno, para ser justos, ha decidido pronunciarse muy alto; y los que lo han hecho, se han limitado a enseñar la patita, pero sin destacar mucho. Pero ¿por qué?

Por todos es sabido que, desde que el mundo es mundo, para el marketing, posicionarse nunca trae nada bueno… Aunque no siempre. Nos vendrá rápidamente a la memoria el caso de JPelirrojo y Nestlé, pero se han dado miles de casos de este tipo, ya que no siempre tu opinión acompaña la de la “línea editorial” de la marca que te contrata. Sin ir más lejos, hace escasos tres meses, conocíamos la noticia de que uno de los mal llamados “riders” fallecía atropellado por un camión de la basura. ¿Cuántos influencers se hicieron eco de la noticia? La respuesta creo que es obvia. Los que hoy lo silencian son los mismos que ayer lanzaban la aplicación al mundo por redes. Ningún perro muerde su cola.

Y es que, al igual que pasa con todas y cada una de las ideologías a las que nos adscribimos, estas no nos dan de comer. Pocos son los que realmente llevan a cabo un ejercicio de convicción, opinando lo que en realidad piensan; y normalmente se mueren más de hambre que el que sabe poner una cara para cada situación. Con lenguaje clásico y en palabras de Quevedo, me aventuro a decir que “poderoso caballero es don dinero”. Debemos poner la televisión, la prensa y ahora a los influencers en el mismo nivel. Es decir, si dejas de leer un periódico o de ver un canal, por su tendencia ¿por qué no hacer lo mismo con las redes?

Si sabemos que internet ha superado a la televisión en su capacidad de difusión ¿no debería estar regulado, legal y socialmente, de la misma forma? El final del día, y reflexionando en positivo, estamos exigiendo una profesionalidad a personas que no son muy diferentes a nosotros, es decir, subjetivos, tendenciosos y con un sentido de la ética profesional que varía en función del que paga y cuanto paga.

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