La semana pasada escribimos acerca de la situación del turismo en España y sus externalidades: concretamente, de las repercusiones que está teniendo en los precios del mercado del alquiler de viviendas. Sin embargo, no está afectando por igual a todos los territorios del país. Los mayores crecimientos de los precios se están experimentando en las islas y en las ciudades de la costa. De hecho, en Ibiza, los salarios públicos (policía, personal sanitario, etc.) no permiten afrontar el pago de dichos alquileres.

Todo ello se debe a la dependencia brutal del sector turístico español con respecto al «turismo de sol y playa». El 83% de los turistas internacionales que visitan España acuden a las Comunidades costeras de Cataluña, Canarias, Baleares, Andalucía y a la Comunidad Valencia; porcentaje que disminuye hasta el 43% si se tienen en cuenta el turismo nacional. Como se observa, los turistas nacionales diversifican más los destinos dentro del conjunto de España puesto que conocen los atractivos turísticos de las zonas del interior de la Península, a diferencia de los turistas internacionales motivado dicha ignorancia por la falta de publicidad.

Y es que la promoción de estos lugares es una de las asignaturas pendientes del sector turístico español. Sin ir más lejos, el número de visitantes de Andorra es ocho veces superior al número de visitantes de la colindante provincia de Lleida, única provincia de interior en la abarrotada Cataluña. Y es que el gobierno de Andorra ha conseguido asociar el nombre de su país a turismo de montaña (y de compras) gracias a una fuerte inversión publicitaria en eventos como La Vuelta Ciclista a España o en spots en televisión.

La dependencia del «turismo de sol y playa» tiene su origen en los años sesenta cuando se elevó la renta nacional del resto de países europeos a la par que sus gustos cambiaron. Si, hasta entonces, las vacaciones deseadas habían consistido en ir a balnearios; desde entonces, prefirieron ir a lugares con calor, sol y playa.

Por aquel entonces, veinte años de autarquía económica habían dejado a España al borde del abismo. En 1957, entraron en el gobierno los tecnócratas del Opus Dei que abrieron la economía española al resto de Europa. Dicho gobierno, conociendo esos nuevos gustos de los europeos y las virtudes de nuestro clima mediterráneo, promocionó el país como el mejor destino para las vacaciones. Se buscó diferenciarse del resto de países mediterráneos, ofreciendo sol y playa y, al mismo tiempo, folklore asimilándose las tradiciones andaluzas a las tradiciones españolas. Por ello, en 2017, todavía podemos encontrar botellas de sangría con forma de bailarina de sevillanas, en lugares tan poco sevillanos como Salou o Barcelona.

La conjunción de sol y playa, bajos precios propios de una economía subdesarrollada, seguridad interna en un país sin libertades políticas y la cercanía con el resto de países europeos explica el éxito de este tipo de turismo en España. Además, la entrada de turistas en los años sesenta modernizó el país. De hecho, el gobierno franquista mandaba a los pueblos de interior a los sacerdotes de las provincias costeras para evitar que denunciaran el «uso de prendas de baño que resulten indecorosas, como las llamadas de dos piezas para las mujeres y slips para los hombres» puesto que como señalaba la circular del 6 de julio de 1957 del Ministerio de la Gobernación, «las mujeres deberán llevar el pecho y la espalda cubiertos y usar faldillas, y los hombres pantalones de deporte».

Desde entonces, el número de turistas que han visitado España no ha parado de crecer hasta llegar a los 75,6 millones en 2016. El «turismo de sol y playa» también ha evolucionado. Si en la década de los sesenta, la mayoría de los turistas recaían en España a través de medios de transportes terrestres, reservándose el avión para las clases pudientes que se asentaron en lugares como Mallorca, Benidorm – pueblo pesquero que, desde el primer momento realizó una fuerte inversión en publicidad mediante la celebración de eventos como su Festival de la Canción que fue ganado, entre otros, por genios como Raphael o Julio Iglesias – o Marbella. El deseo de esos turistas consistía en pasar un tiempo en las costas españolas buscando la tranquilidad dado que la tranquilidad era lo que más se buscaba.

El abaratamiento de los precios del transporte en avión aumentó la cantidad de personas que eligieron este medio de transporte para venir de vacaciones a España siendo en plena década de los ochenta, Málaga y Mallorca, los aeropuertos más concurridos. Sin embargo, la verdadera revolución en este campo vino junto con la creación y consolidación de las aerolíneas low-cost en Europa. Desde hace unos años, para un inglés, es más barato acudir a Mallorca o Málaga que viajar por el interior de su país.

Ello originó un subtipo de «turismo de sol y playa» conocido como «turismo de borrachera» consistente en venir a España el viernes por la noche, desenfrenar toda la noche de viernes a sábado y de sábado a domingo y volver al país de origen, con una resaca brutal, el domingo. A veces incluso, los turistas aterrizan en los aeropuertos españoles el viernes o sábado por la tarde-noche y despegan al amanecer del día siguiente. Este tipo de turismo ha deteriorado la convivencia entre turistas y residentes en lugares como Lloret, Salou, la Barceloneta, Magaluf e incluso ha llegado a destinos más selectos como Benidorm o Puerto Banús en Marbella.

Es precisamente el turismo de borrachera, junto con la masificación, lo que puede destrozar el sector turístico en España. Si el sector turístico está batiendo sus propios récords en los últimos años ha sido más por demérito de los competidores españoles que de España. Si eliminamos los países con costas abruptas como Malta, Chipre o Grecia y otros destinos sustancialmente más caros como Francia o Italia, los principales rivales de España en este campo son los países del norte de África, con una fuerte inestabilidad política desde el estallido de la Primavera Árabe en 2011. Sin embargo, la inestabilidad en estos países no va a durar para siempre. Asimismo, otros destinos como Portugal o incluso los ya no tan alejados países del Golfo Pérsico están empezando a descubrir sus posibilidades en este terreno.

Playa de Levante en Salou

Precisamente, el «turismo de borrachera» y la masificación de las costas españolas, en las que encontrar sitio en la playa se está volviendo igual de difícil que encontrar sitio en una biblioteca en periodo de exámenes, puede espantar tanto a los  que no han venido todavía como a los que ya han venido pero van a apostar por nuevos destinos para evitarse carreras y peleas para coger una hamaca o encontrarse una buena vomitina de buena mañana – o cosas peores – en la puerta de su apartamento u hotel. Por todo ello, es preciso que, desde los poderes políticos, se diversifique la oferta turística española en turismo así como lograr un control del turismo de sol y playa con el propósito de impedir que la avaricia del sector turístico acabe con el saco del turismo.

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