Todos y cada uno de los trabajos poseen la misma dignidad. Esto es lo que nos han intentado asegurar a lo largo de nuestras vidas, que sin importar qué, nos encontraríamos protegidos. Que nos ofrecerían la ayuda necesaria -si es que la necesitásemos- para poder tener un nivel de vida digno y no tener que respirar con un constante miedo en las venas. Pero lo cierto es que cientos de empleados y empleadas son la prueba viviente de que las cosas no son tan perfectas. En este caso, las empleadas de hogar, ni lo sienten, ni lo viven así y la COVID-19 tampoco ha dado paso a un cambio notorio.

Según El País, alrededor de 900.000 personas se han visto en la devastadora situación de perder su empleo desde que comenzó el estado de alarma, y gran parte de ellos no han podido recibir ayuda alguna para poder salvarse a sí mismo o a su familia de ahogarse en deudas y hambre. Sin olvidarnos de todos aquellos que han terminado por encontrarse con que ya no tenían una cama en la que descansar, es decir, un hogar. Un supuesto refugio que todo ciudadano debería tener según la Constitución Española, pero que como bien sabemos todos, rara vez es cumplido adecuadamente.

Centrándonos en el sector doméstico, en España, alrededor de 600.000 personas pertenecen a este y el 96% son mujeres. No obstante, sólo 373.938 están dadas de alta, por lo tanto, según la Encuesta de Población Activa, hay unas 150.000 personas trabajando en hogares sin cotizar. Esto significa que muchas de ellas se encuentran totalmente desprotegidas ante un despido, un accidente o incluso jubilarse. Entre los numerosos motivos que puede haber, se encuentra el hecho de que a los empleadores les resulta “caótico” todo el papeleo. Pero ese papeleo, le permite a la empleada de hogar dejar de vivir con miedo de que no ir un día a trabajar por motivos de salud, puede significar no recibir el salario de ese día que tanto necesita.

En general las empleadas de hogar deben acordar con el empleador para que sea este último quién se ocupe personalmente de los trámites de afiliación a la Seguridad Social, y no sería la primera ocasión en la que muchos de estos se niegan porque resulta mucho esfuerzo, compromiso o simplemente no lo ven necesario. Ante ello, en muchas ocasiones las empleadas se ven obligadas a aceptar la situación debido a que necesitan el trabajo, además de que en general suelen tener la seguridad de tener otros hogares en los que trabajar al mismo tiempo. Sin embargo, jamás piensas que algo como el coronavirus te deje absolutamente sin ninguno de esos empleos y ninguna ayuda por parte de nadie.

Por lo tanto, las empleadas de hogar, han tenido una de las situaciones más duras y también han formado parte de esta gran oleada de despidos, en concreto 20.000 de ellas. Este virus provoca la restricción de todo contacto humano y ser una empleada de hogar implica entrar en una casa ajena y tocar absolutamente todo, por lo tanto, este trabajo puede llegar a resultar muy poco compatible con la situación. Lógicamente, este no es el único motivo, entre miles de ellos, también puede ser que los empleadores también se habrán visto en la situación de ya poder permitirse pagar una empleada de hogar.

Actualmente, a mes de diciembre, únicamente el 10% de las empleadas de hogar han recibido los subsidios prometidos. Si lo pensamos detenidamente, muchas de estas, quizá hayan podido subsistir gracias a que residen con otra persona que también aporta ingresos, pero muchas otras, lo más probable es que el único salario que tienen para poder traer comida a casa sea el suyo. De la misma forma, recordemos que muchas internas también se han visto en la situación en la que la persona a la que cuidaban había fallecido y no tenían ninguna posibilidad de volver a sus países de origen debido al cierre de fronteras. Dejándolas olvidadas, sin dinero, empleo ni hogar. Por lo tanto, ¿cómo pueden estas sobrevivir sin poseer ni trabajo ni ayuda alguna a causa de una situación de las que no son culpables?

La situación en la que nos encontramos es una extremadamente excepcional, algo que absolutamente nunca habría cruzado nuestras mentes. Hemos tenido que adaptarnos a cientos de nuevas normas y dejar en cierto modo en el pasado los besos, abrazos o las grandes reuniones en familia o amigos, y no ha sido nada fácil. Ahora, tras casi un año desde que la COVID-19 arrasara con todos y cada uno de los países, hemos conseguido habituarnos a este nuevo estilo de vida del que quizá nos costará volver a salir.

Por ello, es cierto que todos debemos ser en cierto modo comprensivos ya que nadie estaba preparado para ello, pero lo que es menos comprensible es la extrema tardanza, el hecho de que se dejara la deriva a miles de personas que han perdido su trabajo sin tener culpa alguna. No puede ser que se haya tardado tanto en ayudar a este sector doméstico que durante estos meses ha tenido que ingeniárselas para poder sobrevivir como fuera.

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