Donde dije digo, digo Diego. O lo que es lo mismo, donde dije que la vía eslovena era el camino, en realidad quería decir que eso no pasa por declarar una guerra entre ciudadanos de un mismo país ni matar, a sangre fría, a todo aquel que no piensa como yo, ósea, como él, como Quim Torra.

El separatismo va cuesta abajo y sin frenos. Ya no saben cómo conseguir materializar sus objetivos políticos y cómo acabar con el Estado. Es por eso que ya no esconden que la violencia está entre las opciones que barajan para lograr su última aspiración: la independencia de Cataluña.

Torra se muestra muy valiente y bravucón cuando reivindica que la vía eslovena es el camino para alcanzar la independencia de Cataluña. Pero hablemos en serio, con rigor y con datos sobre la mesa. La vía eslovena, en cifras, representa 76 muertos, 328 heridos, cerca de 5.000 capturados, 10 días de guerra y 31 tanques destrozados. Todo eso es lo que el actual Presidente de la Generalidad de Cataluña defiende, alienta y promueve. Como bien dice el analista político Miquel Giménez, apelar a la vía eslovena para conseguir la independencia de Cataluña es una estrategia que no conduce a ninguna parte salvo a los muertos y a la ruina.

Claro, siendo Quim Torra, como Presidente de la Generalidad, la primera institución del Estado en Cataluña, y viendo lo que piensa y lo que defiende, uno espera que el Gobierno de España actúe en beneficio del interés de los ciudadanos catalanes y del resto de la ciudadanía española. Porque un tipo que piensa como Torra y que tiene el poder que tiene Torra, representa un peligro para cualquiera.

Que un cuerpo policial armado como el cuerpo de los Mossos esté al servicio de alguien que piensa como Torra, representa lo mismo que un mechero en manos de un pirómano: un peligro público. Y por eso yo entiendo que el Gobierno de mi Nación debe evitar que alguien que defiende pública y abiertamente la violencia como instrumento de consecución de objetivos políticos, tenga a su disposición un cuerpo armado.

Que el PDeCAT vea paralelismo entre los referéndums catalán y esloveno por la violencia “del otro lado”, es surrealista. Pero más surrealista es que el Gobierno de mi Nación, es decir, de España, esté sostenido, entre otros, por el PDeCAT. Mientras esta siga siendo la situación, los españoles no podremos decir que tenemos un Gobierno ‘de fiar’.

Que Puigdemont se reunió con las autoridades políticas de Eslovenia, es un hecho. Por ello, y tal como apuntaba recientemente el periódico La Razón, no podemos descartar la posibilidad de que el Gobierno de Cataluña “hubiera guardado dinero en el exterior, como hizo Eslovenia creando cuentas fiduciarias en Luxemburgo”.

Por si fuera poco, recientemente escuchábamos al señor Miquel Iceta, líder de los socialistas en Cataluña, gritar a los cuatro vientos que “no nos dan miedo” en referencia a las mil y una veces que Quim Torra ha reivindicado la vía eslovena como medio para conseguir la independencia catalana. Oiga, señor Iceta, de un Gobierno a la deriva como el de la Generalidad todo se puede esperar y por tanto, nada podemos descartar. Si hay un Gobierno que como el catalán amenaza con el uso de la violencia para lograr sus objetivos políticos, yo, como ciudadano español, espero que el Gobierno de mi país que es España, me proteja a mí y al resto de mis conciudadanos, y eso pasa porque el Gobierno de Pedro Sánchez use y utilice todos los instrumentos constitucionales que tiene en su mano: desde la Ley de Seguridad Nacional hasta el artículo 155 de nuestra Constitución. Mientras eso no pase y el Presidente de la Generalidad continúe amenazándonos con total impunidad, yo no podré decir como el señor Iceta que no tengo miedo. No miedo físico, si no miedo de lo que pueda llegar a hacer un tipo como Torra.

El ‘procés’ fue una cortina de humo que nació para ocultar la corrupción que existía –y todavía existe- en las altas esferas del independentismo catalán y se ha convertido en un movimiento que está dispuesto a todo con tal de conseguir materializar sus aspiraciones políticas. Incluso, de la violencia.

Y Torra pretende deshacerse del lastre que supone ser el títere de Puigdemont, apelando a la violencia y al asalto de las instituciones democráticas. Un tipo que agita a las masas más radicales representadas en los CDR para adquirir notoriedad y cierto respeto entre su público indepe.

No es la primera vez que lo digo y no será la última mientras escuche y presencie amenazas y proclamas como las de Torra. Tradicional y desgraciadamente, la violencia simbólica, la violencia verbal, siempre acaba precediendo a la violencia física. En España lo sabemos y lo conocemos bien. Y Torra también lo sabe. Lo sabe siempre y especialmente cada vez que se fotografía con Otegi. Y mientras tanto, ¿a qué está esperando el Presidente del Gobierno? ¿Qué piensa hacer ante un Presidente de Comunidad Autónoma desbocado y sin nada que perder? ¿Qué pasará si en Cataluña –y espero que no se llegue a ese punto- hay una sola víctima mortal a consecuencia del agitamiento que promueve Torra? Pues todo hace indicar que, desgraciadamente, seguirá siendo toda una incógnita porque Pedro Sánchez continúa más preocupado en mantener en el tiempo la trinchera en la que ha convertido La Moncloa que en gobernar España.

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