Es 18 de mayo de 2019 y amanece en Giv’en Asaf, esta noche podrás ver tranquilamente la primera edición de Eurovisión que se celebra en tu país, Israel. Sabes que este pedazo de tierra confiscada ilegalmente está fuertemente protegido por militares y que, evidentemente, ningún palestino podrá entrar al asentamiento de Giv’en Asaf. Nada puede joderte la fiesta, hoy es tu noche, eurofan.

La etnocracia se viste de gala, quizás detrás del muro que separa Israel de Cisjordania se intuyan sonidos que se escapan de la fiesta. Quizás ese día, por el júbilo de la celebración, Israel decida levantar el bloqueo a Gaza, por un día, para que sus hospitales puedan volver a tener acceso a la red eléctrica y, durante unas horas, puedan volver a operar en condiciones.

Parece mentira que Europa, que juró ser el adalid de los derechos humanos, el respeto y la integración, no vea nada de malo en celebrar un evento así en un Estado que discrimina de forma sistemática a parte de sus ciudadanos a través de un sistema de apartheid, que controla territorios a través de la ocupación militar, que ataca, agrede, humilla y asesina a civiles. Parece mentira que Europa no vea nada de malo en celebrar Eurovisión en un lugar como este.

“No hay que mezclar la música con la política” dicen algunos. Pero participar es legitimar. Participar es gritar: “Israel, da igual todo esto, da igual tu muro de separación, tus asentamientos ilegales, tus misiles sobre Gaza. Nosotros te perdonamos, celebremos esta fiesta”.

El pasado mayo, la cantante israelí Netta ganaba la edición de Eurovisión 2018. La artista volvía a casa y celebraba la victoria bailando con el presidente Netanyahu. Simultáneamente, también en mayo, 67 palestinos eran asesinados por militares israelíes. Pero claro, no debemos mezclar música y política.

 

Fuente: israelpalestinetimeline.org

 

El movimiento BDS

Unos días después de la victoria, Israel aseguró que la próxima edición se celebraría en Jerusalén. Sí, esa Jerusalén, la que según la resolución 181 de Naciones Unidas sería una ciudad de régimen especial, un corpus seperatum administrado por Naciones Unidas que nunca lo fue y que desde 1967 se encuentra bajo ocupación militar israelí. Desde hace décadas Israel ha luchado para que se reconozca internacionalmente a Jerusalén como su capital, en vano, parece que esa es la línea roja. Esta petición, celebrar Eurovisión en Jerusalén, despertó las conciencias de muchos y muchas. Esta petición hizo ver que, lamentablemente, la música y la política ya venían mezcladas de casa. La gente se movilizó y Eurovisión se celebra este año en Tel Aviv, y no en Jerusalén.

Y es que Israel debe tener en cuenta que este certamen es una bomba de relojería, un qassam si prefieren.

Desde hace años el movimiento BDS ha optado y promovido los boicots, las desinversiones y las sanciones como forma de acabar con el régimen etnocrático israelí.

No son pocos los artistas de diferentes países que dicen haber rechazado ir a Eurovisión por donde se celebraba este año. Pero esto es algo anecdótico, no resuena demasiado y es olvidado antes de ser relevante.

Como anticipaba Carlos García hace unas semanas, Eurovisión y política suelen enredarse a menudo. En 2012 Armenia se negó a participar en Azerbaiyán por malas relaciones entre ambos países. Lo mismo ocurrió en 2017 con Rusia negándose a participar en Ucrania a raíz de la escalada del conflicto de Crimea. Al mismo tiempo, muchos recordarán el debate sobre si la participación ucraniana de 2016, una canción que narraba la deportación de tártaros de Crimea en 1944 mientras se desarrollaba el conflicto en la misma península, era una provocación de carácter político.

Las reglas son claras, se prohíbe cualquier tipo de manifestación política. Pero, ¿habrá participantes que asuman su inmediata descalificación a cambio de condenar a Israel en el evento musical más visto del planeta?

Por el momento todo son conjeturas, pero creo que no debemos descartar una edición con múltiples descalificaciones. Una edición que, sabiendo que se va a celebrar en Israel, busque el boicot desde dentro.

Lo he dicho anteriormente y me reafirmo en ello, participar es legitimar, pero también puede ser condenar. Los participantes de esta edición tienen un micrófono en la mano y una audiencia de millones de personas, veamos cuantos tienen el valor de alzarse y gritar por el fin del apartheid israelí.

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