¿Exámenes online o trabajos? ¿Mantener el calendario o modificarlo? ¿Se puede dar un aprobado general? Nuestros redactores responden a estas y otras preguntas sobre el fin de curso universitario

Irene Laganga, Universidad Complutense de Madrid

Son momentos difíciles, así que no podemos esperar que las cosas nos sean fáciles, pero la comunidad universitaria nada en la incertidumbre. Sufrimos la falta de información oficial mientras recibimos pocos correos, que además se repiten e incluso se contradicen. Siempre es fácil juzgar al órgano decisor – lo mismo le está pasando a los gobiernos – pero ¿de verdad tanto cuesta decidir? Creo que se han dedicado a agarrarse demasiado al clavo ardiendo de la posibilidad de hacer exámenes presenciales, pero no comprendo tal empeño. Necesitamos una decisión en firme. Si, como dicen las instituciones sanitarias, se deberá tratar de evitar las aglomeraciones, y no vamos a tener más clases presenciales, hay que aceptar ya que no se han de hacer exámenes presenciales.

Por otra parte, la situación actual no es la óptima para continuar con los estudios. A esto se añaden posibles escenarios como la falta de un apropiado espacio de trabajo, situaciones familiares complicadas, dificultades económicas, pérdidas de empleo, etc. Por lo tanto, ¿se puede saber a quién se le ha ocurrido que lo justo es aumentar – de manera importante – la carga de trabajo? Que quede claro: no tenemos más tiempo que antes, estamos pasando por una situación dura, nuestra cabeza no está en óptimas condiciones.

También se nos ha complicado el acceso a los recursos bibliográficos de las bibliotecas de las facultades, haciendo imposible para muchas personas la revisión de manuales de pago. Además, hay estudiantes que no tienen un ordenador propio o una adecuada conexión a la red. Desestimar estas realidades, como quieren hacer muchas universidades, es clasismo.

Y mientras al estudiantado se nos exige un alto grado de manejo y posesión de las tecnologías, hay profesores que siguen sin usar el campus virtual, y mucho menos tienen pensado terminar el curso por videoconferencia. No es de extrañar si observamos lo anticuada que está la educación en general, con modelos de enseñanza y evaluación del siglo XIX, y desaprovechamiento en muchos casos del mundo virtual. Quizá esta situación nos ayude a revertir el atraso tecnológico del sistema educativo.

Para terminar, en mi opinión este fin de curso debería afrontarse de la siguiente manera:

  • El aprobado general no es una opción. Esto desvalorizaría los aprobados y, por lo tanto, los grados.
  • Es necesario proporcionar facilidades de pago de matrícula para quien lo necesite.
  • Las facultades han de proporcionar todos los recursos posibles, además de facilitar el acceso a herramientas como la VPN, para acceder a recursos de pago de los que la universidad dispone.
  • No se debe aumentar la carga de trabajo y las fechas de entrega han de ser laxas.
  • Se debe continuar con la materia mediante clases en directo y grabadas para aquellos que no puedan asistir. La asistencia no puede ser evaluada.
  • El calendario no se debe alargar más de dos semanas. Tampoco se deberían retrasar las presentaciones de TFG, que se podrían llegar a hacer telemáticamente, aunque se debería dar la opción de presentarlo en septiembre o incluso febrero sin perder convocatoria. Además se tendrá que tener en cuenta para la inscripción en estudios de posgrado.
  • Como no vamos a volver a clase, se ha de determinar ya los examenes como no presenciales. Sobretodo porque hay muchos universitarios que tendrán complicado volver a la ciudad de su universidad, ya sean de otras zonas de España o extranjeros.
  • Y sobre el método de evaluación, no se pueden hacer exámenes en un horario determinado y en directo, ya que hay estudiantes que pueden tener problemas para acceder, o puede fallar la tecnología. Tampoco se deben hacer tipo test por la misma razón, además de que entonces tendría que hacerse con preguntas aleatorias para cada uno. Así que creo que la mejor opción es un examen dado con un plazo para responderlo, siendo abiertos con las necesidades de cada alumno, o en su defecto un trabajo supletorio si no supone un aumento excesivo de la carga de trabajo.

 

Pilar Arruebo, Universidad de Zaragoza

Incertidumbre, miedo y tristeza. Incertidumbre por no saber qué pasará con nuestro curso universitario, con nuestros exámenes de junio, evaluaciones y prácticas. Miedo por la posibilidad de perder a los nuestros o no conseguir frenar la pandemia. Y tristeza, por no poder disfrutar nuestros primeros o últimos años de universidad. Es demasiado difícil asimilar lo que está pasando. Es una situación anómala para todos. Literalmente todo ha cambiado en cuestión de días. Y el campo de la educación, también.

Los estudiantes necesitamos saber que va a pasar con nosotros, con nuestros estudios y nuestro futuro. Muchos alumnos se han quedado sin cursar las prácticas de último curso. Otros muchos otros han tenido un primer contacto universitario un poco más diferente de lo habitual. Pero todos los alumnos, y también profesores, tenemos algo en común, la necesidad de saber qué pasará con nosotros.

Exámenes online sí pero no en todas las comunidades autónomas… Esta epidemia sanitaria, de miedo y alto contagio está volviendo un caos el sistema universitario.

 

 

Constanza Vacas, Universidad Complutense de Madrid:

Un martes fuimos a clase sin saber que sería el último día de curso, y muchos de nosotros solo volveremos a Madrid para empaquetar, recoger nuestras cosas y tomar el AVE de vuelta al pueblo.  Si pensábamos que la crisis del COVID-19 era exclusivamente sanitaria, los titulares del periódico nos demuestran que estábamos equivocados. Nosotros, lo universitarios, lo sabemos muy bien. Porque cuando le contemos a nuestros hijos que hubo un año en que terminamos las clases en marzo y ellos nos envidien, tendremos que explicarles también lo que supuso cambiar nuestra forma de estudiar, de organizarnos y de trabajar. 

Para todos está siendo difícil asimilar que el mundo ha cambiado en pocos meses. Sin embargo, para los universitarios que estábamos acostumbrados a los chistes del profesor, al metro de las 8:45 y a las entregas en mano esto es un verdadero caos – imagino, mucho peor para el docente que nunca supo cómo usar el Campus Virtual. Tampoco ayudaron los cinco correos por hora que recibimos con informaciones distintas y criterios ambiguos, durante los primeros días; pero parece que la comunidad universitaria está despertando y, a la vez, percatándose de que haber virtualizado el método de estudio – cuando los estudiantes ya manejaban todas las herramientas – nos habría ahorrado muchos dolores de cabeza. 

Si bien es cierto que la tecnología, a tiempo, nos hubiese ayudado a afrontar esta situación de manera más normalizada – sin necesidad de transiciones apresuradas -, ofrecer como única opción el seguimiento del curso en línea supone la exclusión de un porcentaje de estudiantes que no dispone de los suficientes medios para ello. De hecho, en 2019, un 91,4% de los hogares españoles estaban dotados con servicio de Internet; lo que, aunque parece un número prometedor, significa que prácticamente 1 de cada 10 universitarios no podrá terminar el curso – o, al menos, no lo terminará con la misma facilidad -. 

Más allá de los problemas de logística, no comprendo en qué momento hemos olvidado que se trata de una situación excepcional y de que, inevitablemente, nuestras vidas no deberían seguir funcionando como de costumbre. Y no lo hacen. El confinamiento no supone únicamente trasladar toda tu actividad hacia un espacio cerrado por cuatro paredes, sino también renunciar a los domingos de familia, a los jueves de farra y a las escapadas express que tanta vida nos dan. Que guardarnos del virus sea necesario no excluye que sea sano; y una mente triste, atrofiada y encerrada ni rinde, ni fluye. 

Tal vez sea esta una buena ocasión para dar a los estudiantes un voto de confianza; una oportunidad para demostrar que podemos aprender sin la necesidad de asistir a clases online que se corten a los dos minutos, de realizar exámenes por Skype absurdos o de llenar el correo del profesor con dudas. 

Dadnos un libro, una pauta, un guion o cualquier otra herramienta, y dejadnos construir con ella nuestro propio aprobado sin fechas límite ni calificaciones. Dejadnos recordar por qué nos inscribimos en esa carrera. 

Porque tal vez aquel último martes en que fuimos a clase, fue en realidad el primer día en que aprendimos a aprender. Y qué pena que hiciese falta una pandemia.

 

Lucia Estramiana Elorrieta, Universidad Complutense de Madrid

En mi opinión, los estudiantes vamos a salir muy perjudicados académicamente de esta cuarentena. Es cierto, que este no es un problema prioritario en estos momentos, pero si hay que afirmar que nos va a pasar factura. No estamos acostumbrados ni preparados para este encierro y eso se va a notar en nuestro rendimiento y por tanto en nuestros resultados.

El nivel de estrés es cada vez mayor debido a los miles de trabajos que tienes por entregar, a los exámenes que no sabes cuando ni cómo vas a realizar, a las cientos de páginas que aún no has leído de todos los manuales que antes te recomendaban y ahora te exigen… Falta empatía en esta situación, debemos ser conscientes de que no todas las personas pueden soportar un encierro. No se nos puede exigir la misma actitud en los estudios. Además, en mi situación la carga académica se ha incrementado notablemente respecto a cursos anteriores. Ahora la docencia no se trata de explicar al alumno, se trata de decirle que lea de la página 187 a la 245 del manual.

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Un comentario en «Fin de curso universitario: nuestros redactores opinan»

  1. La responsabilidad de todos los órganos de dirección, en todos los niveles y en todos los campos, incluida la comunidad educativa, exige que se adapten a las circunstancias que se den en cada momento. Exige previsiones, cálculos y actividades, en resumen, decisiones coherentes para dar el servicio adecuado. Es comprensible la dificultad de poder saber qué pasará mañana, pero ese es el trabajo por el que cobran su salario, y los alumnos necesitan directrices que sean factibles, es decir, que no se tengan que modificar por las circunstancias. Esto implica un análisis apoyado en las situaciones más desfavorables, para permitir que la mayoría de los estudiantes puedan ajustarse a los protocolos que se establezcan, pero con la flexibilidad que permita dar otras opciones a los que manifiesten dificultades. Esto, en esencia, es el substrato en el que se basa el servicio a los demás, que es el cometido que tiene todo órgano de dirección. Ya hemos aprendido que los cargos no deben ser cargas para el ciudadano, sino servicio y entrega, de acuerdo con las responsabilidades que asumen en sus puestos.

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