Finaliza el mes de octubre y, con él, lo hacen los grandes cierres de las fiestas de una de las islas más alegres de España: Ibiza.

Entonces, todas las almas marchosas abandonan sus expectativas más animadas, vuelven a sus vidas cotidianas y se adentran en una época en la que el frío, el viento y la pereza, se apoderan poco a poco de sus cuerpos, impidiéndoles salir de casa y, más concretamente, del sofá.

Desde ese momento, comenzamos a pasar horas, días y semanas, pegados a la cama viendo maratones de Netflix y valorando qué hacer que no conlleve ningún tipo de esfuerzo.

Además, el invernal clima hace que los amantes del deporte encuentren dificultades para mantener sus rutinas al aire libre. No es lo mismo correr al solecito en otoño, que intentar trotar contra las intempestivas ventoleras y lluvias torrenciales.

En consecuencia, nos hacemos más de gimnasio cerrado (los que a más aspiran, porque el resto directamente no hacen nada) y de actividades que impliquen un techo que haga de vigía de nuestra salud (normalmente en vano, porque los virus y los catarros son difíciles de evitar).

Todo muy entretenido vaya.

De repente, un día cualquiera, todo cambia.

Empieza a nevar (a veces simplemente desde un cañón) y, estos aparentes e insignificantes copos, abren infinitas posibilidades que, dejando a un lado la vagancia espiritual y los sitios cerrados, nos impulsan a tratar de recuperar esas inquietudes que habíamos enterrado y dábamos por perdidas.

Esta nueva sensación, se concentra en la acuciante necesidad de volver a hacer deporte al aire libre, y en el ambicioso menester de posturear en el nuevo paisaje (las fotos en la nieve son top). Estoy segura de que habrá estudios que confirmen que las fotos en la nieve tienen un porcentaje más alto de éxito en las redes.

Por ejemplo, observad la siguiente imagen que deja Formigal a la vista. ¡Increíble!

Pero, sin desviarnos del tema, esta nueva sensación de la que os hablo, se orienta con especial insistencia hacia la  necesidad de socializar y de retomar la fiesta. Nuestras cabezas, que hasta ahora veían imposible salir de casa para nada, olvidan sus prejuicios y se lanzan a la calle dispuestos a disfrutar la nueva oportunidad que les brinda la vida.

Party hard! Hasta con abrigo si hace falta.

Llegados a este punto, el esquí es la clave.

En España, existen diversas estaciones en las que se puede practicar este deporte: Sierra Nevada, Baqueira, Candanchú, etc. Con poca distancia de diferencia, hasta se puede salir del país y disfrutar de las pistas de Andorra, entre otras.

Oferta hay.

Pero, de todos los sitios ¿dónde podemos ir si también buscamos ese máximo híbrido deporte-fiesta? ¿Qué podemos hacer con esas ganas de marcha in crescendo que se apoderan de nuestros cuerpos?

Sí, lo habéis adivinado. Formigal, y su Marchica, son la respuesta.

Para los que tardéis en ubicarla, Formigal es una estación de esquí, situada en los Pirineos, al nordeste de España.

Con acceso a cuatro valles distintos: Sextas, Izas – Sarrios, Anayet y Portalet; Formigal cuenta con alrededor de 153 kms esquiables.

En la estación, se encuentra Marchica, que siendo su lugar ocioso por excelencia, cumple a la perfección las necesidades que hace un momento os describía. La fiesta, los DJs y, especialmente, el ambiente; convierten a Formigal en la mejor oferta española.

El recinto se parece un poco a un Transformer (no físicamente, sino más bien anímicamente): empieza por la mañana dando servicios de cafetería y, poco a poco, va tomando tintes varios hasta terminar siendo un aprés-ski de lo más marchoso (marchica no, marchoso).

Los deportistas terminan sus sesiones y, dejando a un lado sus esquís, se concentran en este espacio para bailar, tomar algo y disfrutar del buen rollo sin siquiera tener la necesidad de cambiarse de ropa.

Es el momento de encontrarnos todos de fiesta, con outfits muy distintos a los que estamos acostumbrados a ver un sábado noche en Barceló. Todo sea dicho que hay quien se arregla y va exactamente igual que a la discoteca, pero lo chulo es ver a todo el mundo con la ropa de esquí. Abrigaditos hasta las orejas.

Ojo, que no es oro todo lo que reluce.

La idea de dar este tipo de fiesta en las mismas pistas, me parece un increíble acierto que ha sabido crear el preciso servicio que cubre los reclamos de una notoria demanda.

Por contra, resulta mejorable por diversas razones.

Empecemos por las condiciones climáticas. A pesar de haber podido pasar un soleado día de esquí, en cuanto empieza a anochecer es inevitable sentir un frío de narices. Y si que es verdad que vamos «muy forrados» tras la jornada pero, beber copas con guantes de esquí, es realmente complicado. Así que algún foco de calor, o alguna estufita, no vendrían mal.

Por otra parte, Marchica es un espacio muy pequeño para todas las personas que tienen pensado entrar. Consecuentemente, hay pocos camareros, pocas barras y largas colas para pedir. De hecho, no es raro ver a jóvenes esquiadores que, con cubatas a dos manos, tratan de ahorrarse el tener que volver a pedir en la siguiente hora.

Más allá de estas pequeñas minucias, tengo que compartir con vosotros el mayor lastre de Marchica. Agarraos a los asientos… porque, ¡Marchica cierra antes de las 22h!

Este factor se escapa a mi entendimiento, ¿por qué cierra tan pronto? Casi justo cuando estamos en la cresta de la ola.

Entiendo que tendrá una explicación relacionada con su idiosincrasia, o con sus intentos de no sobrepasar las características de un puro aprés-ski, evitando convertirse en una discoteca al aire libre, al nivel de la mismísima Ushüaia.

Pero, ¡qué menos que aguantar como Cenicienta hasta las doce! ¿No?

Pues parece que no.

Además, los autobuses de vuelta al pueblo también terminan pronto (con remedio, porque la distancia hasta el pueblo es un paseo que puede hacerse andando, siempre y cuando se tenga cuidado y prudencia).

Una vez en Formigal, existe oferta para continuar la fiesta post-Marchica, pero ya en recintos cerrados. Y aquí otro de los inconvenientes: vas muy animado, forradito de capas hasta las orejas, y de repente te ves en un bar con una temperatura nada ideal para tanta térmica. Pero bueno, solucionable también dentro de unos límites (no al «nudismo esquiatorio», por favor).

En resumen, el deporte al aire libre en invierno es una maravilla. Y un deporte que aglutina postureo, ambiente, y salud; aún más.

Destacamos el buen rollo que desprende Formigal y su Marchica, y os animamos a visitarlo aprovechando que este año, se celebran diez años desde su apertura.

¡Vivan los aprés-ski! Como todo en la vida, aún les queda por mejorar pero están siguiendo el camino acertado.

¡Yo quiero marcha marcha! Tú quieres … ¡marcha!

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