Sí hay una capacidad de asumir la negativa, sólo que es una negativa sin trabajo, dogmática y tribal, en la que más allá del YO no hay Dios, salvo esa entidad, abstracta y gaseosa, que es la posibilidad de ver resueltos favorablemente NUESTROS instintos.


Habría de preguntársele a los grandes tontos de la historia si creyeron tener siempre la razón. Esas bulbosas mentes empantanadas, que van desde el papa Juan XII, chasco y ebrio cerebro de chorlito, el bueno de Álvaro Ojeda, humano, porque no hay mucho más que decir de él, hasta la inabarcable Ana Botella, quien si no se atragantó con su «café con leche in Plaza Mayor» fue porque disfrutaba del lujo de algunos tontos; que se les perdone todo y hasta se los subestime, porque hay tontos que, más que inteligentes, todavía consiguen ser listos. Es difícil dilucidar si la tontería es un estado cuantificable, pero me atrevo a asumir que, en general, la mayoría de humanos tendemos a tomar por rey de los tontos, por el gilipollusmaximus, a quien, sin tener ni pajolera idea, da por sentado que lo sabe todo. Este fenómeno no es ninguna novedad. Negocio más antiguo de la mente que el de la prostitución para el cuerpo, los tontos han ascendido al poder, bien sea por sangre, oportunismo o entrepierna de oro, desde la más vetusta de las antigüedades. Es asumible, no obstante, que en base a la falta de hipervínculos comunicativos, de democratización de la información y de la globalización de las opiniones, el porcentaje de tontos que se creían listos era menor o, al menos, no tan sonado.

No sólo hay catervas de cenutrios profesando su admiración hacia la conspiranoia, sino un número igual, o incluso más importante, de zurumbáticos peina-calvos dispuestos a creerse cualquier cosa

Umberto Eco, quien tenía una biblioteca de tales dimensiones que lo mismo hubiese podido usar sus libros como papel de váter hasta espicharla, le viene al pelo a este señorito para citar lo que él llamó La invasión de los necios, consciente de cómo «las redes e internet dan derecho a hablar a legiones de idiotas». En lo que Eco no pareció profundizar fue en que, no sólo hay catervas de cenutrios profesando su admiración hacia la conspiranoia, sino un número igual, o incluso más importante, de zurumbáticos peina-calvos dispuestos a creerse cualquier cosa, más a más si responde positivamente a sus impulsos. La desgracia da a luz en la raíz de esas pulsiones. La razón es estéril ante el poder del miedo, de la violencia y, sobre todo, de la autosatisfacción onanista de los pensamientos. Cabría decir que esa razón, esa lógica concienzuda y locuaz, pasa ahora tanto por la reflexión laboriosa y justa, como por la más flemática de las meditaciones destinada a querernos a nosotros mismos, antes que a cualquier cosa que puedan afirmar aquellos con más motivos para profesar juicios de valor.

Decía un amigo que toda opinión ha de ser respetada. Y, sin ser él aeropuerto de vuelos con destino a lelolandia, su buenismo y respeto lo convidaban a la aceptación de que el miedo, la violencia y ese pensamiento de garganta profunda a uno mismo, que a muchos nos lleva a pensar en hacer lo mismo con una escopeta recortada, se imponga. Porque no todas las opiniones tienen el mismo valor, igual que Juan Magán no vale lo mismo que Metallica, ni el cuadro de tu cuñado Alfonso está mejor que un Jackson Pollock. La pandemia, con sus menos y sus menos, ha descubierto hasta que infernal punto la capacidad individualista de los occidentales nos ha conducido a negarlo todo, excepto a nosotros mismos. Byung-Chul Han nos habla de un Occidente de hiperpositividades sin la capacidad de asumir los conflictos y esfuerzos de la negatividad. Sin embargo, sí hay una capacidad de asumir la negativa, sólo que es una negativa sin trabajo, dogmática y tribal, en la que más allá del YO no hay Dios, salvo esa entidad, abstracta y gaseosa, que es la posibilidad de ver resueltos favorablemente NUESTROS instintos.

Donde una horda de expertos-pajilleros-obsesivos se dedica a satisfacer sus ganas de ser más inteligentes que el resto antes de ir a currar en sus complicadísimas tareas de hostelería, o de community manager para un perro llamado Pecas

Por todo ello, su amigo Juan tiene la mala vibra de afirmar que la eficacia de la vacunación es mentira, y hasta se sentirá legitimado a explicarle los datos de un estudio que le han proporcionado en un foro, o grupo de Telegram, llamado «Verdades sobre la Covid-19», en donde una horda de expertos-pajilleros-obsesivos se dedica a satisfacer sus ganas de ser más inteligentes que el resto antes de ir a currar en sus complicadísimas tareas de hostelería, o de community manager para un perro llamado Pecas.

Porque el Gran Drama no es el individuo como motor de sí mismo haciendo las cosas como Frank Sinatra o Vicente Fernández; A mi manera, sino el aglutinamiento de legiones de necios creyendo en su grandilocuente razonamiento sin humildad, ni amor alguno, a todo lo que sea el sentido común o la asunción de su desconocimiento. Creerse importante es la religión de los tontos que, como bien se comentaba al principio, es seguramente la cualidad más insoportable de los idiotas. Unos idiotas que empiezan a dictar sus normas hasta el punto, ojo, de hacer de nuestras vidas un martirio pandémico más prolongado, afirmando ver la luz fuera de la caverna y cayendo, en realidad, poco a poco, paranoia a paranoia, en el más profundo pastillero azul tejido por las sombras chinescas de sus expectativas de satisfacción intelectual.

Así que, ¡qué se desarme internet! Que se apague la luz y que volvamos a empezar todos en el estado de naturaleza hobbesiano. Ya veremos si siguen confiando tanto en ellos mismos entonces… Ah, y ya de paso, si los veganos ultra animalistas no están dispuestos a comerse a sus mascotas para no morir.

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