Hace no mucho leí dos libros que me resultaron de lo más interesantes y que me hizo reflexionar. «Ébano» de Ryszard Kapuscinski y «Voces de Chernobyl» de Svetlana Alexievich. El primero de los mencionados es una recopilación de crónicas del autor en su viaje por el continente africano. El segundo trata de testimonios de aquellos que vivieron el desastre de Chernobyl de cerca.

Kapuscinski me ha enseñado a través de sus crónicas partes de la cultura africana totalmente desconocidas para mí. En especial historia, una de las asignaturas que siempre he valorado a lo largo de todos los cursos de mi vida académica. Me detenía durante la lectura, en varias ocasiones, siendo mi cerebro el que quería recuperar datos de libros de bachillerato para ver si tenían relación con lo que leía. Uniendo esa parte de la historia que conozco con la nueva nunca explorada para ver si cuadra.

Sé que el objetivo del libro no es el de coger los datos técnicos, puesto que la forma de narrarlo es la de una aventura en un lugar desconocido para Kapuscinski. Va descubriendo poco a poco ese mundo. Parece completamente ajeno a la realidad primermundista en la que vivimos pero que no es la única a través de sus crónicas.

Muy distintas son los testimonios obtenidos por Svetlana, que son sobre un suceso en concreto histórico. Poniendo nombre y apellido llegan de una manera muy personal al lector que casi se ve metido en la propia narración. Uno empatiza, no se ve desde la lejanía con fríos datos de años, muertos etc.

Jamás mis profesores me enseñaron los procesos de independencia de Ghana, como me pudieron enseñar la independencia de los Estados Unidos- Tampoco como un gobierno que antes estaba en manos de los países imperialistas vuelve a las manos de los habitantes originales y se produce lo que se llama una “africanización”, como ocurrió en Tanganica. Muy de vez en cuando veíamos documentales sobre hechos históricos, pero que apenas contenían testimonios de personas que vivieron eso. Si querías encontrar algo así, debías ir a tu casa y buscar por tus propios medios y por voluntad propia. Tiene especial valor ambos libros porque no se ve la frialdad o alejamiento de la realidad, sino que conocemos personas con las que el periodista vive distintas experiencias que resultan ser enriquecedoras y muy personales. No es algo que leemos en un libro de historia con datos, va mucho más allá.

Estudié el genocidio de la Alemania nazi, pero jamás supe antes que en Ruanda se hubiera producido un genocidio en los años 90. Todos pensábamos que la idea que imperaba en gran parte de los países del mundo era la de las democracias. Eso me lleva a cuando se toca el tema del dictador Idi Amín Dada en Uganda, extendiéndose hasta ocho años. También estudié el desastre ecológico y humano que supuso Chernóbil, que sucedió en la noche del 26 de abril de 1986 y que una nube tóxica cubrió parte de Europa, pero no la historia de Liudmila Ignatenko, mujer de uno de los bomberos que acudieron a apagar el incendio en la central nuclear tras la explosión. No sabía que se exponía a altos niveles de radiación y un proceso hasta su muerte doloroso.

Es evidente que no tenemos horas suficientes en el día para poder abarcar todos los sucesos históricos de todos los continentes, pero sí me resultó llamativo que por ejemplo diéramos antes historia de Estados Unidos que, por ejemplo, la de Etiopía. Eso también me lleva a pensar, aunque es ajeno a este continente, en Asia. Otro continente del que estudiamos sólo por la influencia occidental sobre este. Tenemos el caso de Pearl Harbor, donde sí, los japoneses atacaron a los estadounidenses, pero que nuevamente el centro de atención recayó sobre Estados Unidos con su entrada en la Segunda Guerra Mundial.

No quiero decir con esto que no existan libros de historia donde se toquen de forma más concreta cada punto. Sin embargo, no entra dentro de la enseñanza general, de esa que se nos imparte desde que somos niños. Todo gira en torno a occidente y la población blanca.

No conocer los antecedentes de conflictos, como puede ser el de Israel por poner un ejemplo, nos lleva a crear juicios erróneos. Hablamos de temas que desconocemos. Y creo que Ryszard Kapuscinski es una persona que puede hablar a la perfección sobre el continente africano porque lo ha vivido. Svetlana por otro lado, no nos muestra una historia completamente objetiva en el sentido de que los testimonios pueden contener opiniones personales, pero si es una forma de llegar a las personas. Es muy útil, pero no es lo único a lo que debemos recurrir, tenemos que tener eso en cuenta siempre.

No por ello todos tenemos que vivir durante tanto tiempo en un continente para descubrir su historia o entrevistar a los que vivieron un hecho histórico concreto, pero esa documentación que se ha ido cogiendo durante años debe darse a conocer. No podemos esperar a que la curiosidad de alguien lleve a un libro concreto sobre la historia de un continente o país concreto. Debería incluirse en los libros de historia de colegios, institutos y universidades (en caso de que la carrera contenga dicha asignatura). Debemos conocer las vivencias de las personas. Debemos conocer la historia que nos rodea, que ha marcado el pasado y que marcará el futuro de las generaciones. Dependemos de lo que enseñemos a esos niños, el que sean más tolerantes con el de al lado o comprendamos el por qué de situaciones que vemos en televisión.

Aquellos que no conocen la historia, están condenados a repetirla.

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2 comentarios en «¿Historia universal o caucásica?»

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