Es difícil conjugar el interés general de los ciudadanos con el interés particular de los partidos políticos. Esto lo estamos viendo especialmente ahora, después de conocer los resultados y la correlación de fuerzas que han deparado las elecciones del pasado 26 de mayo.

Reflexionemos con algunos ejemplos sobre la mesa.

 

Navarra es uno de los escenarios que protagoniza el debate de los pactos postelectorales. Allí, Navarra Suma, la coalición formada por UPN, PP y Ciudadanos ganó las Elecciones Autonómicas con el 36’50 % de los votos, 16 puntos por encima de la segunda fuerza, que fue el PSOE-PSN. María Chivite, líder de los socialistas navarros, ya ha dejado claro que sus votos no permitirán un Gobierno de Navarra Suma y se ha puesto a explorar una vía alternativa para intentar liderar el gobierno navarro. Para ello, los socialistas necesitarían de la participación activa de los nacionalistas de Geroa Bai –partido de Uxue Barkos– y de la colaboración de los testaferros de ETA, EH Bildu.

Desde la ejecutiva federal del PSOE ya han dicho que en ningún caso entrarán en pactos con Bildu, pero María Chivite no parece prestar mucha atención a lo que señalan desde Madrid. ¿De verdad prefiere el PSN gobernar con los nacionalistas y con el apoyo de Bildu en vez de reforzar el constitucionalismo en una Comunidad Autónoma sobre la que cierne la amenaza de la euskaldunización? En Pamplona la situación es similar. Navarra Suma se quedó a un solo concejal de la mayoría absoluta. Así solo un pacto entre PSN y Bildu arrebataría al constitucionalismo la alcaldía de la ciudad.

 

Barcelona es, sin duda, otro de los focos. Allí se ha producido un empate a 10 concejales entre ERC y los comunes de Ada Colau. Cierto es que la lista más votada, por una diferencia muy pequeña, es la de Ernest Maragall. Muy comentada ha sido la declaración de intenciones de Manuel Valls, que, para evitar que el Ayuntamiento de la capital de Cataluña recaiga en poder de los independentistas, ha ofrecido sus votos a una hipotética investidura de Ada Colau. Allí la aritmética es la que es, y solo Maragall y Colau parecen los potenciales candidatos a ocupar la alcaldía. Si sumamos los concejales de PSC, la plataforma de Valls y del PP, obtenemos un número de 16 por 15 de los independentistas de ERC y JxCat. Sabemos que Colau jamás se prestaría a dejar gobernar a Jaume Collboni habiendo obtenido ella un resultado ligeramente mayor.

Por lo tanto, volvemos a la casilla de salida: Maragall o Colau. Independientemente de que Ada Colau no sea mi predilecta, creo que Valls ha actuado con inteligencia pasando la pelota al tejado de los comunes. Y,  sobre todo, ha tenido bastante altura de miras, algo que desgraciadamente no abunda en la política española.

 

Sin irnos de Cataluña, en Badalona ha ganado la candidatura del Partido Popular y Xavier García Albiol. Han obtenido cerca del 38 % de los votos, pero no tienen para nada garantizada la alcaldía de la ciudad. Todo dependerá de lo que decida el PSC, que tendría que pactar con los independentistas para frustrar las aspiraciones de Albiol. Pero no olvidemos que en 2018 el PSC obtuvo la alcaldía de ese municipio gracias al apoyo incondicional del PP y a una moción de censura que sirvió para derrocar a los independentistas a los que inicialmente habían apoyado los socialistas catalanes.

 

Y evidentemente, la gobernabilidad de España también está en el tablero de los pactos. El PSOE no suma mayoría absoluta. Ni siquiera con Podemos, por lo que necesitarían los escaños de los independentistas catalanes y de los nacionalistas vascos para poder gobernar. Eso si PP o Ciudadanos, cualquiera de ambos, decidiera abstenerse y permitir una investidura de Pedro Sánchez no condicionada por los que quieren romper España.

España vive momentos excepcionales en los que se va a demostrar quién está realmente a la altura, quién tiene sentido de Estado y por lo tanto, quién es realmente patriota

Aquí el debate está servido y muchos son los que están centrando la diana únicamente en Ciudadanos. ¿Debe permitir el partido naranja, con su abstención, la investidura de Pedro Sánchez? Recordemos que Albert Rivera dijo por activa y por pasiva que sus votos no irían encaminados a permitir un gobierno ‘sanchista’. He aquí la complejidad de manejar por un lado el interés general y por otro, el partidista. Podríamos pensar que facilitar un Gobierno del PSOE sería lo responsable. Pero, ¿cómo quedaría la credibilidad de Albert Rivera y de Ciudadanos si lo hicieran? Es un debate interesante y que bien merecería ser tratado de forma exclusiva en otro artículo.

En síntesis, lo que trato de aportar es una cuestión muy simple. Saber si algún día nuestros políticos serán capaces de anteponer el interés general de la ciudadanía al interés particular de sus partidos políticos. Esos, los intereses partidistas, son lícitos y entendibles desde un punto de vista táctico, pero España vive momentos excepcionales en los que se va a demostrar quién está realmente a la altura, quién tiene sentido de Estado y por lo tanto, quién es realmente patriota. Los precedentes no son halagüeños, pero yo confío y siempre confiaré en la política como herramienta indispensable para solucionar los problemas de los ciudadanos y avanzar en el progreso de las sociedades.

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