En España parece que ya nos hemos acostumbrado a vivir sin Gobierno. Más de 100 días llevamos desde que se celebraron las pasadas elecciones generales. Y nada… Con las Cortes Generales clausuradas, un Ejecutivo en funciones fuera de control y con los tambores de recesión sonando cada vez más fuerte. Por no mencionar los grandes retos del siglo a los que aún no hemos hecho frente: cambio climático, migraciones, secesionismo catalán etc. 

Con todo esto, parece que la ciudadanía, en general, pero nuestros políticos, en particular, viven mejor sin la presión de gobernar unos y hacer oposición otros. El veranito es lo que tiene. Uno solo tiene que encender la televisión y oirá a algún tertuliano -por lo general del sector derecho- la frase de “mejor sin gobierno”. Y esa misma idea, que yo llamo “la cultura del singobierno”, se está instalando en las mentes de unos electores cansados, tras cuatro comicios electorales seguidos, y cada vez más convencidos del poco valor que tiene su voto. 

Una idea, la de “mejor sin Gobierno” que casa perfectamente con la forma actual de hacer política. Con el “cuanto peor mejor” y el “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Ambas expresiones definen a la perfección la política española del último tiempo. 

Normal que los españoles estemos desconcertados, por no decir cansados, por no decir hartos. Quienes querían “un Gobierno de izquierdas”, ahora parece no quererlo tanto a la izquierda; los que posibilitaron y defienden “un Gobierno estable”, parecen haber cambiado de planes; quienes pedían la abstención de la Oposición ante la imposibilidad de formar una alternativa hace cuatro años, disimulan y esconden la cabeza hoy. 

Ante esta situación, en la que ni el PSOE quiere mover ficha, ni la Oposición parece ofrecer alguna alternativa, quién sabe lo que va a pasar. Probablemente iremos a unas nuevas elecciones, donde “la cultura del singobierno” se hará patente con una significativa abstención.

Pase lo que pase, necesitamos un Gobierno; y estable, a poder ser. Ante el panorama tan desalentador que se nos viene encima, o  nuestra clase política demuestra su utilidad a la ciudadanía o pondrán en serio peligro nuestro sistema democrático.

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