Carrero Blanco vuelve a estar de moda. Vivimos tiempos raros. En tan solo una semana se han concentrado unos cuantos casos llamativos de ataques a la libertad de expresión. Sépase de inicio que este artículo no pretende ahogar al lector en el catastrofismo, por lo que no, no creo que el estado español sea un estado fascista donde la disidencia esté perseguida. Pero…

Hasta la semana pasada y desde hace unos meses, hemos presenciado momentos esperpénticos y para mí vergonzantes y absurdos que nos ridiculizan como sociedad. La semana pasada semana el cómico Joaquín Reyes fue abordado por la policía cuando grababa un sketch disfrazado del acosado Puigdemont. No deja de ser una anecdótica confusión, pero creo que refleja bien el momento de nerviosismo que atravesamos. Parece que el sistema, sea quien sea que lo represente, está tenso y ante cualquier problema se opta por la acción judicial y la entrada en escena de la policía. Sin más mediación. Todo esto sumado a que las redes no han hecho sino aumentar la cantidad de bocachanclas en España que on line se muestran muy bravos pero que en persona se desinflan y dejan su vehemencia insultante aparcada. Pero bueno, vayamos por partes.

El último informe de Amnistía Internacional sobre derechos civiles alertó la semana pasada de situaciones en España que contravienen el derecho internacional. Mencionan por ejemplo el caso de la twittera Cassandra Vera, que fue sentenciada a un año de cárcel (el cual no ha de cumplir) por hacer chistes sobre Carrero Blanco. Lo cierto es que desde la desaparición de la ETA armada en el año 2011, las sentencias por enaltecimiento del terrorismo han crecido exponencialmente, lo que poco sentido tiene. Muchos achacan esta recesión al interés de los políticos en acallarnos tras la cirsis, pero realmente yo creo que a los jueces se les está yendo un poco la cabeza. El tópico latino dura lex, sed lex (la ley es dura, pero es la ley) ha dejado de tener sentido en nuestro país para dar paso al dura lex, sed juez, es decir, la ley es dura, pero más jodido lo vas a tener dependiendo del juez que te toque, chavalín. Y es que las interpretaciones del ya de por sí duro Código Penal español por parte de los jueces no dejan de ser del todo alternativas y extrañamente favorables a una parte de la sociedad.

Infinito se le está haciendo el tiempo a Urdangarin desde que fue condenado hace un año a prisión. Hoy en día sigue viviendo en Suiza, y mientras, en España, unos titiriteros pasaron cinco noches en el calabozo por representar su obra, los Jordis siguen en la cárcel preventivamente -algo que menciona Amnistía Internacional en su informe- y varios raperos han sido condenados a prisión por las letras de sus canciones. Y esto solo es la parte que atañe a la censura judicial, pero también existe la censura política. Sin ir más lejos, esta semana pasada (sí, todo pasó esta semana pasada) el responsable político de ARCO ha ordenado retirar una obra que exponía a los líderes encarcelados del procés como presos políticos. Y todo perfecto. Nadie dimite. Si bien es cierto que estos ejemplos no son suficientes para poder afirmar que la regresión que estamos viviendo nos sitúa en tiempos oscuros y pasados donde aquí mandaba un señor con la voz de pito, sí que generan la primera de las causas que deben alertarnos como sociedad que se considera libre: la autocensura.

Y yo mismo, escribiendo este artículo, había pensado en titularlo de forma muy llamativa, grosera y faltona, pero no me he atrevido. Si lo pienso fríamente me digo que alguien tan irrelevante como yo no va a ser perseguido judicialmente por un insulto a la corona, pero ¿y si sí? La indefinición de las leyes y la arbitrariedad de los jueces para aplicar sentencias está provocando que nos achiquemos y nos lo pensemos dos veces antes de cagarnos en todo y esto, casos concretos aparte, debería preocuparnos. Aquellos partidos que se dicen progresistas deberían empezar a plantear en el Congreso la falta de sentido de delitos como las injurias a la corona, a la patria o a las instituciones, incluso revisar si eso de la sedición no es algo que suena a viejuno. Y, sobre todo, el para mí irrisorio delito de ofensa a los sentimientos religiosos: ¿realmente a un creyente le oprime que una drag se vista de la virgen? ¿Le impide rezar? ¿Su dios deja de existir si nos metemos con él? Siempre se ha dicho que el límite de la libertad se encuentra donde choca con la libertad de otro, así que, de veras, que yo o quien sea se meta con el rey, con España, con Alá o con el Papa no entiendo como interfiere en vuestra libertad.

Más libertad para expresarnos, pero menos tolerancia. Hay que reconocer que no ponemos de nuestra parte, y es que estamos en plena era de la ofensa. Y el problema no es que todo lo que nos resulte mininamente hiriente nos ofenda, sino que queramos que eso tenga consecuencias penales. Sinceramente, el hecho de que alguien me desee la muerte y lo exprese, o de que se alegrara de la misma en caso de que sucediera, no sé en qué grado coarta mis libertades. Que en cierta medida algunos insultos pueden ser punibles y reprochables, sí, ok, pero creo que nunca deberían conllevar penas de cárcel. Multas, reparaciones de otro tipo o disculpas en público creo que son soluciones más que suficientes, y siempre que el agravio sea suficientemente humillante.

Allá con la conciencia de cada uno, pero, sinceramente, si me insultan por la calle prefiero responder con un sonoro gilipollas antes de que esa persona entre en prisión, porque seguramente esta persona no será un demonio, sino alguien que necesite un par de explicaciones. Las penas desproporcionadas no dejan de provocar más odio y más distanciamiento entre desiguales. Hablemos en vez de multarnos, aunque claro que creo que debe de haber excepciones: violencia física, violencia oral reiterada, campañas de acoso, casos que afecten a menores…A pesar de todo, prefiero vivir en un mundo donde los trolls se autodelaten que en uno donde la gente sensata se tenga que callar.

A veces, las palabras hirientes ocultan desconocimiento o carencias y miedos, mientras que un texto cualquiera, este mismo, puede ocultar objetivos perversos. La lectura vertical a veces ayuda mucho a entender el mundo, pero yo no os he dicho nada ¿vale? Jíbiri, jíbiri.

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