Durante infinitos años agobiándome por llegar a la hora a los sitios, no hacer esperar a la gente e, incluso, salir con tiempo para estar antes; me he dado cuenta de que he vivido una mentira en la que solo podía salir perdiendo.

Es por eso que, para autoconvencerme de que no solo hay una verdad irrefutable y que es mejor vivir tranquilos, he decidido escribir una reflexión acerca de la puntualidad.

Muchos, los más jóvenes, es posible que ni siquiera sepáis lo que es, porque creo que es un valor que ya no se transmite. Es un poco como la educación o la cortesía: un concepto tradicional, realmente bueno, que con los años se está perdiendo.

La gente vive tranquila, pero ¿es lo mismo tranquila que empanada? ¿Son antónimos la impuntualidad y la empatía?


La cultura dominante, o tal vez judeocristiana, suele intentar empaparte de una actitud que intente velar por que no hagas a los demás, lo que no te gustaría que te hicieran a ti y un prioritario amor al prójimo.

Y yo pregunto, ¿qué clase de amor al prójimo hay cuando tienes esperando al tonto de turno media hora al sol? Yo ahí no veo amor al prójimo, veo crueldad, indiferencia por el resto de seres humanos, superioridad y desprecio por el tiempo de los demás.

Soy muy exagerada, pero no puedo ir a un sitio, sabiendo que va a haber una persona sola que me va a estar esperando a mí. ¿Por qué? Porque se que esa persona puede que haya salido de su casa antes y haya dejado de hacer otras cosas por estar en esos momentos esperándome a mí.

Perfectamente puede ser que la persona en cuestión no tuviera que hacer nada y estuviera en su casa viendo Sálvame o Ahora caigo pero, ante una mínima probabilidad de que haya existido un coste de oportunidad, este me resulta suficiente para tratar de evitar que ese ser humano espere.

Si el ser «esperante» en cuestión, no está solo porque hay otro pobre puntual, parece que a priori la pena debería rebajarse porque ambos se pueden hacer compañía y puede que, incluso, sea el comienzo de algo bonito. Al final las situaciones extremas unen personas.

Lo mismo ocurre cuando ese ser humano ya me ha hecho esperarlo anteriormente. Entonces, aquí juega cualquier tipo de principio basado en el puesyomás. Llámalo como en Los cien «la sangre pide sangre», ley de talión,  «ojo por ojo, diente por diente» o «un Lannister siempre paga sus deudas».

Lo mismo da. Aquí juega la reciprocidad. Si te hacen esperar todos los santos días, por un día que tú hagas esperar al resto, no pasa nada. Es más, es merecido.

¿Qué la venganza no es la solución? Pues no, normalmente no lo es. Y si todos fuésemos pacíficas personas con sentimientos puros, no sería necesario emplearla. Pero es que, en estos casos, al final te acabas quemando. Mucho.

El tiempo es  nuestro bien más preciado, irrecuperable y no sustituible.  Por ello, lo más justo parece ser ponerles una multa económica equivalente a las cañas que te hubieses tomado ya si ellos hubiesen llegado a la hora.

No obstante, parece un poco agresivo y difícil de calcular, el hecho de poner un castigo a todas las personas que hagan esperar.

Entonces ¿qué conclusiones sacamos de todo esto?

Que es mejor vivir sin prisa.

Sin reloj, si me apuras.

Salir de casa cuando te apetezca y llegar a los sitios cuando sea. Lo mismo da que vayas a coger un BlaBlaCar y te estén esperando cuatro personas a que vayas a dar una conferencia y este número suba a doscientas mil. Da igual.

Tú vive tranquilo y no pienses en nada, porque al final, ya sea por la falta de inculcación del valor que has tenido en tu infancia, o por la mala leche que te ha generado tener que esperar tanto a lo largo de tu vida; si o si vas a acabar llegando tarde en algún momento.

En cualquier caso, demos gracias por esas excepcionales y puntuales personas que siguen llegando a la hora, con una sonrisa de oreja a oreja. Esos seres tan difíciles de encontrar, que ni siquiera se enfadan cuando les hacen esperar.

Dentro de veinte años, en las siguientes actualizaciones de la RAE, se guardará un minuto de silencio por este concepto tan perdido.

 

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Un comentario en «La puntualidad no existe, son los padres»

  1. .Muy bueno, María. Pienso que todo reside en un valor que se ha perdido del todo y es el RESPETO a los demás. Si se tuviera respeto y el tener en cuenta al otra, todo esto no existiría

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