Llevamos toda la vida creyendo consciente o inconscientemente que poseer el más mínimo aspecto diferente al resto significa que hay algo incorrecto con nosotros mismos. Que poseer un determinado peso, altura o color de piel implica la perfección, y que, todo lo demás, es considerado extraño, imperfecto.

Se supone que debemos encontrar un perfecto equilibrio a todo, y que así es cómo debería ser nuestro cuerpo, o por lo menos así es como lo presentan numerosas personas. No demasiado pecho ni demasiado trasero, pero cuidado con el abdomen, porque si no es plano o no tiene abdominales, podría resultar incómodo para la vista. Ni mencionemos las arrugas, las estrías, la celulitis, demasiadas pecas o en general, todo aquello que debemos ocultar o hacer desaparecer. Pero, ¿Por qué? ¿Por qué tenemos la necesidad de ocultar las partes más naturales de nosotros mismos?

A lo largo de la historia hemos ido creando un determinado prototipo de aspecto ideal, que ha ido variando dependiendo de la época. Actualmente, una mujer no debería ser ni demasiado delgada ni demasiado gorda, debería tener la piel perfecta, sin acné, arrugas o celulitis y a ser posible. Un hombre, se encuentra en la misma situación, además de que, si no posee una determinada altura, no está lo suficientemente tonificado -ni mucho, ni poco-, no tiene una determinada cantidad de pelo o su pene no tiene un tamaño concreto, ya no es tan agradable la vista.

Bien es cierto que esto una generalización, ya que llevamos años de constante lucha para que estas supuestas imperfecciones dejen de considerarse así. No obstante, comentarios como “no me gusta que sean tan delgadas, me gusta tener donde agarrar”, “demasiado gimnasio si tuviera menos músculo estaría bien”, “tiene las tetas muy caídas, que horror” “dios que asco, la tenía enana” están más que normalizados, y todos y cada uno de nosotros en algún momento de nuestra vida hemos hecho un comentario despectivo hacia el físico de una persona, aunque sea el más mínimo. Así es como hemos crecido, con elementos que nos rodean favoreciendo esta situación. Un gran ejemplo de ello son los medios de comunicación y distintas plataformas de internet, sobretodo en una sociedad tan tecnológica como es la actual.

Si decidimos analizar con cautela los anuncios que se nos presentan diariamente en cualquier lugar veremos una cosa: una constante crítica a los distintos elementos que componen el cuerpo humano. Cómo ocultar todas aquellas partes con diferentes cremas, maquillajes, maravillosas pastillas adelgazantes o champús para la prevención de caída del pelo. Nos venden cientos de elementos para poder ser lo suficientemente buenos, pero este no es el problema. El problema reside en que sean los mismos anuncios los que nos convencen de que son imperfecciones, ya que, si en ningún momento nadie nos hubiera dicho que son partes de nosotros que deberíamos cambiar, quizá jamás habríamos querido hacerlo.

Los protagonistas del vídeo destacan entre la multitud y muestran sus imperfecciones con orgullo, cómo puede ser un ojo torcido o unas cejas pobladas al estilo Frida Kahlo”, explica ReasonWhy sobre un anuncio de Diesel. En este, se trataba de celebrar la imperfección, pero, ¿por qué considerarse algo así una imperfección? El mensaje del anuncio en cierto modo trata de ser inspirador, pero el mero hecho de presentar ante el público que las “cejas pobladas” o un “ojo torcido” como algo incorrecto hace que cientos de personas comiencen a sentirse automáticamente inseguras.

Sucede exactamente lo mismo cuando en anuncios o tiendas de ropa no hay diversidad de cuerpos, y lo único que vemos el 99% de las veces, son personas delgadas. Esto hace que pensemos que es así como deberíamos ser, y nos esforcemos al máximo para conseguirlo desembocando en muchas ocasiones en enfermedades como la anorexia o la bulimia entre muchas otras. Es por esto, que podemos asegurar que los medios tienen un papel sumamente vital. Pueden impactar de forma brutal en la vida de las personas a través de una simple palabra, y en muchas ocasiones parece que no lo tienen en cuenta lo suficiente.

Por lo tanto, la realidad de las imperfecciones, es que no son imperfecciones. Únicamente nos han enseñado a que deberíamos moldear determinadas partes de nosotros para alcanzar aquello que denominan perfección. Pero, de lo que no se percatan, es que ni la perfección ni la imperfección son conceptos reales.

About The Author

Un comentario en «La realidad de las imperfecciones»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.