Descorcho mis intervenciones en este medio abordando algo de sobra experimentado y conocido por prácticamente todos los seres humanos; la indiferencia. Hablar de ella en su totalidad sería un esfuerzo que me exigiría un número mucho más considerable de palabras, voy pues a tratarla sólo en un aspecto; la indiferencia en el mundo laboral. Es común hablar de esto, siempre existe algún cordero descarriado que más allá de agachar la cabeza y agradecer estar vivo, decide alzar la voz arremetiendo contra los sujetos de su desesperación, por más que ese acto pueda llevar a su censura social. La indiferencia que están demostrando empresas, departamentos de relaciones laborales, editores o jefes de sección ante la recepción de propuestas, currículums, preguntas, etc., da fe de cómo la deshumanización de los medios tecnológicos se materializa en una completa desvinculación de la empatía y la educación. Nadie demanda un correo personalizado, de composición lírica y hasta provisto de felicitaciones por los logros alcanzados con anterioridad, con un mensajito tipo ya se puede dar uno con un canto en los dientes, pero es que ni a eso se dignan la mayoría.

No soy fanático del humanismo. Como decía Ángel González, me considero más un vitalista decepcionado que un predicador de la condición humana. Y, sin embargo, creo que, o se comienzan a exigir interacciones más basadas en la percepción del contrario como un ser pensante y dotado de sentimiento, antes que como un nombre insensible anclado al título de un correo electrónico, o paulatinamente nos veremos avocados a percibir la realidad sólo como una expresión de aquello que nos afecta personalmente. Dicho de otro modo; una respuesta es una responsabilidad cívica.

Si el liberalismo y el individualismo se han entronado en la sociedad de manera tan cruel, tan mecánica, tan cosida a las cimas de la desesperación y el olvido, más nos valdría ser obstinados en criticarlo abiertamente como única cualidad humana que nos acerca al concepto de verdad.  Debemos recordar que el hecho de que algo funcione de una determinada manera, o siga una línea ya trazada, no justifica quedarse de brazos cruzados asintiendo tontamente y permitiendo, precarios y pasivos, el pisoteo de nuestro espíritu. En conclusión, si una respuesta es una responsabilidad, también lo es no dejar de exigirla.

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