Mucho se habla de la «inutilidad» de las varias lenguas de España con excepción del español, del mismo modo en el que se hablaba y se sigue hablando en esos términos del latín y el griego.

Los idiomas pueden llegar a ser muchas cosas. Se han utilizado a lo largo de la historia como herramientas de discriminación, colonización y de asimilación, como recursos estratégicos en guerras, como puntos en un currículum o como recursos de comunicación. También se ha utilizado, por supuesto, la censura o la invisibilización de ciertas lenguas (y por tanto, de sus hablantes) con fines políticos.

Cuando uno elegía la rama de letras puras en el instituto era inevitable que alguien le preguntara: «¿para qué vas a estudiar un idioma que no sirve para nada?». Una pregunta imposible de responder, ya que para responderla tendríamos que ponernos de acuerdo sobre qué consideramos útil. El estudio (cada vez más marginal) del latín y el griego clásicos se ve revestido del gran interrogativo capitalista, amparado por el omnipotente inglés. Nuestro sistema tilda de inútil todo aquello que no produce o ayuda a producir un bien material, por tanto, la filosofía, las lenguas clásicas y el departamento de Humanidades en general no sirven para nada bajo esa lupa. Como la Historia, estas lenguas muertas nos enseñan aquí, en el sur de Europa, de dónde venimos, y además poseen algo más importante, algo que absolutamente todas las lenguas del mundo poseen: belleza. Cultura. Cada palabra es una pequeña pieza del pasado y una reminiscencia de una cultura viva, muerta o moribunda. Todavía más si tenemos en cuenta que la separación académica entre letras y ciencias es absurda porque unas materias se nutren de otras.

La misma óptica se sigue imponiendo sobre las otras lenguas españolas. Una amiga que trabaja en Alemania me contó en una ocasión que la universidad de la ciudad oferta asignaturas para aprender catalán, gallego y euskera. Algo impensable aquí fuera de la comunidad autónoma de cada uno. Resulta terriblemente triste que un país extranjero valore más nuestros idiomas que nosotros mismos.

Quizás es este enfoque de la utilidad el que enciende en gran parte los conflictos lingüísticos (especialmente para lenguas no reconocidas como el asturiano). Al pensar en el de mi tierra, la Vega Baja (sur de Alicante) con el valenciano-catalán, me es inevitable centrar la vista solo en aquella zona. La valoración de los idiomas regionales no debería pasar por su obligatoriedad en las escuelas de un día para otro, sin preparación, sin recursos y sin atender a la realidad sociolingüística de la zona, ni por el desprecio o la indiferencia a los habitantes que solo hablan una lengua y que comparten rasgos culturales con más de una comunidad autónoma. Los programas de aprendizaje, talleres y eventos gratuitos en estas lenguas en la totalidad del país serán seguramente un mejor incentivo, especialmente si no queremos dejar de lado a la población extranjera que vive y estudia junto a nosotros.

Asimismo, los ciudadanos cuya lengua materna ha sido únicamente el español deberíamos ampliar nuestras fronteras y alejar los prejuicios y el enfoque de productividad de las otras. Ningún idioma es mejor que otro y, desde luego, si la imposición hegemónica y la superioridad intelectual de la que goza el inglés (recordemos que para poder obtener el título de una carrera universitaria en España hay que obtener en muchos casos el B1 en inglés, que no es gratuito) no escama a tan grandes niveles, ¿por qué sí lo hacen las lenguas que también están vivas y que forman parte de nuestra historia o la de nuestros vecinos? 

Hasta que no haya un cambio de actitud tanto por parte de la administración (autonómicas y nacional) como por parte de la ciudadanía, tenga la lengua materna que tenga, sea o no de zonas fronterizas, no veremos una solución que nos enriquezca por igual. Ni los idiomas vivos ni los muertos deben pasar por el filtro aplastante de la utilidad y la productividad que todo lo corrompe; de ser así, habremos perdido todos.

Fuera de cualquier discurso ideológico, las lenguas, en su más pura acepción, no son más que cultura e historia hecha melodía.

 

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Un comentario en «La utilidad de las lenguas»

  1. Me nacen varias dudas tras leer este artículo del que, primeramente, me gustaría felicitar al propio autor por el mismo. Y es que, al tratarse de una columna de opinión, lo más normal es que en algún punto alguien no concuerde con la misma que se expone. Pero no es esa la cuestión que me gustaría plantear, pues opiniones las hay de todos los colores.

    Primeramente, me llama mucho la atención el hecho de que sea «La utilidad de las lenguas» y se haga una fuerte crítica a quienes las desvalorizan o las tachen de inútil, para no exponer tampoco cuál es la utilidad de las mismas, que aprecio que las hay. Se menciona el hecho de la «belleza» o la «cultura», algo que a mi parecer no es nada convincente. Considero que la poesía es puramente belleza y también cultura, y no critico a quien no la lee o quien no la aprecia. Veo el punto de vista que se quiere exponer, pero creo que podría haberse expuesto de manera más precisa.

    Otra cosa que me chirrisquea y que me gustaría preguntar al autor es acerca de la frase «Resulta terriblemente triste que un país extranjero valore más nuestros idiomas que nosotros mismos». ¿A quién se hace referencia exactamente dentro de ese «nosotros mismos»?¿Al conjunto de españoles, a los gallegos que hablan orgullosamente gallego, a los catalanes que hablan orgullosamente catalán […], a la misma vez que hablan castellano? Me parece una lectura muy generalista opinar que porque en un país extranjero se ofrezcan clases de dichos idiomas se aprecien los mismos más que en las propias zonas donde sus ciudadanos la hablan, con todo lo que eso conlleva.

    Me despido a esperas de que este comentario sirva para establecer una conversación, que es el fin del mismo.
    Un abrazo.

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