Qué harías si no tuvieras miedo, reza un poema de Loreto Sesma. Vivimos tiempos de incertidumbre, duda y vacío. Acongojados por la angustia del devenir y presos de un presente que se escapa de nuestro control. El temor se ha adueñado de nuestros pasos. Lentamente se acomoda y regocija entre los resquicios de nuestras vidas, y se alimenta de respuestas para las que todavía hoy desconocemos la pregunta. Las calles susurran miedos que acunan los silencios de las salas de espera. Miedos que llenan los vacíos entre palabras y que temen perder el pulso a la inexorable guadaña.

Desde los albores del tiempo, el ser humano se ha desarrollado conforme a una serie de emociones primitivas cuyo objetivo eran el de garantizar su supervivencia. El miedo es una de ellas. Sentirnos atacados, amenazados o en peligro, siempre ha despertado en nosotros una señal de alerta para la cual se crean dos respuestas primitivas: luchar o huir. Un instinto de autoprotección para el que nuestro cerebro actúa en cuestión microsegundos y que trae consigo un torrente de reacciones que nos mantienen atentos.

 

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El miedo en nuestro cuerpo. Infografía: Rocío Savas

El miedo como instrumento de poder

Las consecuencias del miedo son tales que, son capaces de anular la resistencia frente a rebeliones y de quebrantar nuestras propias leyes para sobrevivir. El temor paraliza movimientos sociales y neutraliza nuestra consciencia, sometiendo la disidencia a un poder que garantice un ápice de seguridad. El miedo, como instrumento de control, ha sido el arma más despiadada del poder, llevando a tiranías, dictaduras y guerras, anulando a individuos y creando masas.

Maquiavelo, en su obra El Príncipe (1513), sostenía que todo príncipe —gobernador— debía buscar ser amado, así como temido por sus súbditos. De esta manera, debería combinar la clemencia y la crueldad según las circunstancias con el fin de garantizar la lealtad y unidad del reino.

Pero no solo Maquiavelo, sino otros tantos autores como Hobbes, en Leviathan (1651), fantasearon con este fenómeno. Según el filósofo, el miedo era sinónimo de caos, y albergaba en aquellas civilizaciones que no contaban con un poder que las gobernase. Una condición de ansiedad y violencia que calificó como Estado de Naturaleza y del que solo se podría salir de él a través de un gobierno autoritario que garantizara la protección mediante el propio miedo al castigo.

No hay que irse demasiado lejos para observar la práctica de estos fundamentos teóricos. El nazismo trajo consigo la barbarie y la sumisión, así como el Holocausto que dejó entre 5 y 6 millones de muertos en todo el mundo. El temor a colectivos, etnias y grupos sociales caló en la sociedad del siglo XX, obnubilando percepciones y generando pavor entre individuos.

El arte del miedo

“La raíz de todos nuestros miedos es la ignorancia, el miedo del paso incierto y de caminar hacia el vacío” susurran las letras del escritor alemán Herman Hesse. La paradoja de la naturaleza humana es que esta invita al caos de su existencia, mas busca en ella el orden y el control.

Anhelamos la lógica de lo desconocido, inventamos razones para no tentar al vacío de la duda y tendemos a acomodarnos en la divinidad para explicar lo que el raciocinio humano no alcanza. Conducido por la variable de miedo, todo ello es causa y consecuencia de nuestra evolución, y, por consiguiente, cualidad intrínseca de nuestra esencia.

El temor es algo tan humano que los artistas lo han buscado en sus creaciones. Así, han conducido a la musa de sus miedos al borde de la locura y han convertido lienzos, pentagramas, esculturas y fotogramas en la viva imagen del pavor. El pánico se ha materializado en gárgolas que buscaban alejar el mal; en el grito sordo de un Van Gogh bañado en pinceles; o en el terror de un cine que cada vez gana más adeptos.

Vivimos con el miedo de morir y morimos con el temor de no haber vivido lo suficiente. Condicionamos nuestros actos al miedo, y nuestras decisiones están supeditadas a él aunque ni tan siquiera nos percatemos de ello. Sin embargo, su presencia en nuestras vidas no se rige por la dicotomía de lo positivo y lo negativo, pues las emociones no están suscritas a dicho patrón. Quizás el temor sea lo que nos haga ser quienes somos, y tú, ¿qué harías si no tuvieras miedo?

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