“Los espectadores no tienen memoria; por esto tampoco tienen remordimientos ni verdadera conciencia.” Mario Vargas Llosa.

Recientemente leí un libro que me hizo pensar acerca de la cultura de la que nos nutrimos en la actualidad. «La civilización del espectáculo» de Mario Vargas Llosas. Realiza una visión de la degradación de la cultura en la sociedad. Se tocan puntos como las artes, la literatura, el periodismo amarillista, el erotismo, la religión, política.

De la lectura de aquellas 235 páginas surgió una reflexión en mi: ¿Las redes sociales nos acercan a otras culturas o se está degradando hasta el punto de ser una amalgama de mismas ideas, vestimenta, gustos y un sin fin de cosas que nos caracterizan? Y, ¿Cómo afecta esto a la generación Z? Esa a la que tantos pertenecemos los jóvenes del momento.

Bien es cierto que gracias a Internet, y la posterior aparición de plataformas como Twitter, Facebook o Instagram nos han mostrado un mundo de posibilidades. Se dice que hay más dispositivos móviles en el mundo que personas, y, esto demuestra por tanto que todo aquel que posea uno, puede acceder a todo contenido de Internet.

Hemos logrado conocer a personas que están en la otra punta del continente. Hemos logrado enterarnos de sucesos en cuestión de segundos, a pesar de encontrarse a miles de kilómetros. Música, moda, literatura, cine… Sin embargo, ¿Hay variedad? ¿Realmente el resto de culturas tienen un lugar destacado? ¿O una vez más es la cultura occidental la que se impone?

Estados Unidos es una clara potencia en el mundo que vivimos, y además, la cuna de todas esas plataformas por las que nos comunicamos, compartimos imágenes e ideas, nos informamos. No es de extrañar que hayan sido los que hayan «dictado» la cultura de nuestros días: qué ver, qué es lo que llega al resto, de qué nos nutrimos.

Si miras a tu alrededor (y con ello también se aplica a redes sociales, gente de todas partes del mundo), te darás cuenta de que muchos de nosotros, la gente joven, somos una masa homogénea. Claro que la generación anterior, y la anterior, y así sucesivamente tenían los mismos gustos. Pero, si lo ves desde un punto más alejado, te das cuenta que con la inexistencia de internet cada país tenía su propio sello, algo que lo caracterizaba. Y no hablo de la tortilla de patatas de la que tan orgullos nos sentimos, o del cliché de los estadounidenses con sus hamburguesas. Hablo de la música, del cine, del tipo de ropa usada, de las ideas.

A medida que han transcurrido los años, se puede ver que apenas hay diferencia entre jóvenes; un japonés, un alemán, un español, un canadiense y un mexicano de una media de edad de 18-20 años pueden tener el mismo estilo de ropa, escuchar el mismo tipo de música y preferir las películas de Hollywood en idioma original.

Según un artículo de El País, la generación Z (aquellos nacidos entre los años 1995 y 2005) es una generación más feliz, más cauta… Sorprende que digan que somos felices. ¿Realmente lo somos, o es la imagen que queremos dar? La cultura de la imagen supuestamente es en la que realmente nos hemos criado, en aparentar tener muchas cosas materiales, también amistades. En aparentar que viajamos. En aparentar, al fin y al cabo, felicidad. O eso es lo que se critica tanto.

No somos una generación perfecta, mucho menos feliz. Vivimos de manera que, a veces no nos damos ni cuenta, en un constante «¿Qué pensarán de mi?» y no porque hayamos salido bien o mal en una foto en la que nuestro amigo o amiga nos haya etiquetado. Somos una generación mucho más estresada, mucho más preocupada por el cambio climático, por el futuro que tendremos, por el machismo, por el racismo, por la homofobia y un sin fin de hechos.

Algunos pueden ver que con toda esta civilización del espectáculo, como Vargas Llosa la denomina, estamos cayendo en un pozo sin fin en donde no sabemos ni quienes somos, donde todos somos clones. Pero, en mi opinión, gracias precisamente a estas plataformas estamos acercándonos a las realidades de otros. Nos está haciendo pensar. Aprovechar esa libertad de expresión para no callar nunca más lo que sentimos. Para dejar de tener como un tabú temas tan naturales como el sexo, o la masturbación.

No, no somos felices, no somos más cautos, somos personas que vemos la realidad tal y como es, y a pesar de aparentar felicidad y otras cosas, luchamos cada día para que cuestiones como el racismo, la homofobia, el machismo y el fascismo acaben.

No nos da miedo intervenir a alguien que está diciendo barbaridades. No nos da miedo luchar por los derechos de la mujer en todo el mundo. No tememos decir, al fin y al cabo, lo que pensamos. Nuestra cultura no se ha perdido. No hemos renunciado a nuestro país.

Nos hemos unido. Porque es mucho más difícil romper un grupo de varillas, que una sola. Y eso es lo que realmente nos caracteriza como generación.

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Un comentario en «La Generación Z: ¿La generación del espectáculo?»

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