Hoy, a pesar de la incesante y candente actualidad, he decidido hacer un alto en el camino para tratar un tema no menos importante de cara al futuro de España: la despoblación rural. Este asunto representa, en el medio y largo plazo, uno de los mayores desafíos existentes en nuestro país, y hasta el momento no han existido políticas y estrategias coordinadas dispuestas a afrontarlo.

En mi opinión, la falta de iniciativa política pero sobre todo la escasa originalidad han sido los principales causantes de no abordar este problema. Desde los años cincuenta del siglo pasado, el campo de la Meseta española se ha visto sujeto a un erosionante proceso de emigración por el cual hoy en día ha perdido cualquier tipo de atractivo para las nuevas generaciones de jóvenes. Sin embargo, las iniciativas que han tratado de frenar este proceso no han fructificado. ¿Por qué?

En primer lugar, las medidas específicas adoptadas siempre han sido tímidas e insuficientes, como la última de ellas incluida en el Plan de Vivienda para rehabilitar viviendas en pequeños municipios. Además, la respuesta a este problema por parte del Estado únicamente ha sido eficaz cuando ha puesto en marcha costosos planes de subvenciones de servicios públicos, obras públicas y negocios no rentables que desde luego, no son la solución al problema. Véase, por ejemplo, los planes de promoción de polígonos industriales en áreas rurales que más se han asemejado a los conocidos proyectos de “aeropuertos sin aviones” que a una propuesta sólida de crecimiento económico para el campo.

Yo les propongo otra idea: ¿y si en vez de subvencionar, comenzamos a bonificar?

Entonces, ¿cuál debería ser la orientación de las políticas enfocadas a hacer del campo un lugar atractivo para vivir? Desde mi punto de vista, el Gobierno tiene en su mano actuar con una de las políticas más eficaces que tiene en su mano: la política fiscal. Durante años las promesas gubernamentales consistían en nuevas escuelas, más médicos, mejores infraestructuras… inalcanzables dado que los recursos son limitados para unas necesidades ilimitadas. Todo esto con la consecuente decepción para su población.

Yo les propongo otra idea: ¿y si en vez de subvencionar, comenzamos a bonificar? Hasta ahora, nadie ha planteado una medida del estilo “viva usted en una población de menos de doscientos habitantes y no pagará IRPF si gana menos de cien mil euros al año”. Incluso vayamos más allá: Permitamos a las PYMES que generen un volumen sustantivo de empleo en el medio rural la limitación de la cuota que pagan en el impuesto de sociedades de modo que se incentive la creación de iniciativa privada en el medio rural. Por último, facilitemos la conectividad virtual del campo a través de un gran acuerdo con los operadores telefónicos y audiovisuales que permitan extender por toda la geografía nacional las ventajas tecnológicas de la gran ciudad. El complemento de estas medidas con la consolidación y apuesta por la escuela pública en el medio rural sería la última de las medidas que permitiría devolver a estas zonas de nuestro país gran parte del atractivo perdido.

En mi opinión, la falta de iniciativa política pero sobre todo la escasa originalidad han sido los principales causantes de no abordar este problema.

Una vez establecidos estos puntos básicos, sería mucho más sencillo promocionar el medio rural como una alternativa viable a la vida familiar en las grandes ciudades. Además de potenciar el campo como un lugar con un alto nivel de vida, se pondría en valor la iniciativa privada y el emprendimiento como una forma de ayudar a “hacer país”. Y es que si de algo pueden presumir nuestros vecinos franceses es de tener en el medio rural un nivel y calidad de vida que nada tiene que envidiar al de muchas grandes urbes. En nuestra mano está hacer de ello uno de nuestros grandes objetivos a medio y largo plazo.

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