Este año era la segunda vez que iba a la celebración del Orgullo LGTBI en Madrid. Banderita en mano y con la cara hecha un cuadro para desafiar las normas del heteropatriarcado, me dispuse a salir a la calle para gritar, bailar y sentirme libre. Me lo pasé muy bien, pero algo falló en aquel oasis de color y diversidad que no acabó de convencerme: el eterno conflicto entre fiesta y reivindicación. 

Manuela Carmena ya dijo hace unos días que el Orgullo se había convertido en la fiesta de Madrid, como lo son los San Fermines en Pamplona o las Fallas en Valencia. Muy bien. Nadie se podía imaginar, hace no mucho tiempo, que una fiesta no normativa se convertiría en el evento festivo más importante de la capital del reino, por lo que debemos congratularnos por ello. Pero la masificación trae también sus inconvenientes. No estoy en contra de un buen sarao a tiempo, y desde hace muchos años optamos por la vía pacifista y festiva para luchar por nuestros derechos y normalizar nuestra orientación, pero el carácter combativo hoy ha perdido demasiado peso. ¿Por qué?

Ya nadie se sorprende de que durante tres o cuatro días al año Madrid se llene de maricas, bollos y trans. Es lo que toca y todos a tope con ello, nos lo permiten. Nosotros, mientras, nos creemos el centro del mundo y nos olvidamos de todo lo demás, de dónde venimos, del resto de días del año y de las personas ajenas al colectivo que también viven oprimidas por las reglas del juego de una sociedad que se dice libre. En la manifestación no pude parar de observar a mi alrededor, y la condescendencia de muchos y los aires de superioridad de otros no me gustaron un pelo.

«Si cada uno miramos por lo nuestro aquí solo se salvará el que tenga dineritos»

Por las diferentes calles y plazas por las que pasé este finde pasado se respiraba un clima de optimismo y superación que no me acababa de convencer. Todos éramos felices, celebrábamos el amor, por lo que no era para menos. En una de estas nos entró el hambre, y llamamos a Glovo. Dos señores muy amables nos trajeron cuatro pizzas y tras comérmelas -que no antes- reflexioné. WAIT. ¿Qué estamos haciendo? Sí, queridos. En ese preciso instante me di cuenta de que el sistema nos ha absorbido.

Somos egoístas y no nacemos aprendidos, sí; pero queridos, si cada uno miramos por lo nuestro aquí solo se salvará el que tenga dineritos. El neoliberalismo ha instaurado un sistema de promoción social mediante el cual uno lucha por sus derechos colectivamente hasta que encuentra su lugar, olvidándose entonces del resto y despreciando el resto de luchas. En esa maravillosa película llamada Pride se nos muestra lo que pasó en los 80 con los mineros y nuestra comunidad, entonces excluida y maniatada. Los mineros acabaron superando el miedo y abandonaron el egoísmo para ayudarnos. Hoy, nosotros nos sentimos en un pedestal durante tres días al año, pero todo lo demás deja de existir. ¿Qué hacemos con los repartidores de Glovo que nos traen la comida cobrando 4 euros la hora? ¿Y con los vendedores ambulantes que nos calman la sed mientras nos hacemos las locas? Si nosotros ya estamos bien, para qué seguir luchando, ¿no? Un poquito de por favor, hombre. Que no nos vendan la moto. Reaccionemos ante lo injusto y dejemos de mirarnos al ombligo. Estemos con los débiles. Lesbians and gays support the glovers. Y espero que ellos nos apoyen a nosotros. Solidarity for ever. 

FUENTE IMAGEN: Leeds Socialist Party 

About The Author

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.