La imagen de la mujer trans más conocida de España ha devuelto al tintero la necesidad de unas leyes que favorezcan y no excluyan a las personas que forman parte de este colectivo


Hace apenas un mes que acabó la entrega de episodios de Veneno, la serie producida y creada por Javier Ambrossi y Javier Calvo basada en la vida de la estrella mediática de los 90, Cristina Ortiz Rodríguez, “La Veneno”. El manantial de emociones que ha producido en los espectadores este biopic ha llevado a que colectivos ‘trans’ reafirmen la necesidad de una nueva ley que ampare a estas personas.

«Veneno» es una obra de arte apta para el paladar de los más exquisitos, donde se muestra la desgarradora vida de Cristina, que evoluciona desde un tímido Joselito coartado por la actitud imperativa de su madre hasta una exuberante Veneno, que llenaba tanto platós de televisión como discotecas. No es raro que los más jóvenes que no conocieron la icónica figura de la mujer trans más conocida de España se hayan enamorado de ella. Una Cristina hecha víctima, que vive su vida alrededor de la prostitución, la fama, los ansiolíticos y el mal querer de los hombres, pero que sin embargo delante de las cámaras irradiaba felicidad y desparpajo. Pero, sobre todo, una imagen que muestra a la persona, y no al personaje, desmitificando el papel del colectivo LGTBI+ en el cine y la pequeña pantalla, un colectivo representado por estereotipos, y no por personas.

La vida de Cristina me hace reflexionar sobre la vulnerabilidad de este colectivo, que ve tan limitadas sus posibilidades de acceso a una vida laboral teniendo como única escapatoria la prostitución, que las consume y coarta. Cristina era mucho más que unas tetas operadas y un cuerpo de escándalo. El alma de Cristina era pura, sin complejos y llena de ganas de amar. Por ello, si la Veneno viese todo lo que están consiguiendo Jedet, Daniela Santiago e Isabel Torres encarnando su figura, mostraría la gracia y la alegría que transmitía en los últimos años de la década de los 90.

Leyes y apoyos

Estas historias devuelven a la conversación temas como si la transición de un género a otro debería correr por parte del estado o del bolsillo de cada uno. En España, actualmente y gracias al gobierno de Zapatero, el estado paga desde el 2007 las intervenciones destinadas a lo que se conoce como «cambio de sexo». La “Ley de Identidad de Género” es la encargada de cumplir con este cometido y respaldar legalmente a las personas que forman parte del colectivo ‘trans’.

Cada año en España una media de 176 personas solicitan este tipo de intervención, que cuesta entre 9.000 y 24.000 euros. Una cantidad que puede parecer elevada, pero ¿y si hacemos una media del costo que nos supone a los españoles? Supongamos que la media de dichas operaciones son 16.500 euros por cada una. Esta cantidad corre del bolsillo de los contribuyentes, algo que a cierta parte de la sociedad no le gusta. El gasto total de estas 176 operaciones es de 2,904 millones de euros, que a cada español nos supone 0.06 céntimos anuales, un gasto ridículo. Si esta cifra te molesta quizá sea porque tienes una transfobia interiorizada que deberías tratar.

Historias desgarradoras

La pasada semana conocimos la historia de Eva Vildosola, una joven pamplonesa que sufrió una brutal paliza por el mero hecho de ser una mujer trans. Las redes sociales llenaron sus muros y perfiles de la desgarradora imagen de esta chica ensangrentada y con una mirada llena de impotencia, para mostrar la vida insegura y llena de temor que sufre este colectivo. Un colectivo machacado socialmente y que gracias a proyectos audiovisuales como “Veneno ”, o “POSE” comienza a ver la luz. Los tabús y el rechazo disminuyen, pero el machismo, la homofobia, y la transfobia florecen de nuevo de la mano de algunos partidos políticos. Sin embargo, leyes y propuestas políticas, como esta hacen extintor de estos pensamientos anticuados, que ya no tienen cabida ni voz en nuestra sociedad.

¿No os planteáis la idea que de un ser querido sienta que no está en el cuerpo que merece?¿No os horroriza la idea de que estas agresiones sigan ocurriendo en pleno Siglo XXI? Solo con pensarlo se me pone la piel de gallina. Solo con pensar que alguien de mi alrededor puede sufrir estos desplantes, esta discriminación y este odio. Ojalá dejáramos de fijarnos en qué genitales tiene, con quién se acuesta o en qué cuerpo nació para determinar o juzgar a una persona. Somos una sociedad supuestamente muy abierta, pero que tachamos rápidamente a las personas diferentes. Seamos mejores personas y fijémonos más en nuestros defectos, y no en la diferencia y en la pluralidad que le da color a nuestra a nuestra sociedad. Apoyar a estos colectivos no es una opción, es una necesidad.

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