Entramos en Zara, y entre la marabunta de prendas y perchas, vemos un vestido que nos gusta. Lo cogemos y lo llevamos al probador, comprobamos que nos queda bien y como la etiqueta apenas marca 40 euros, nos lo llevamos. Uno más para la colección, muy parecido al que compramos hace una semana. Un vestido que ni siquiera necesitamos y que nos pondremos tres veces. Ya en casa, volvemos a mirar la etiqueta. De repente, una pregunta se nos viene a la cabeza… ¿Pueden 40 euros pagar el material, el trabajo, el transporte desde Camboya, el sueldo de la chica de la caja y hasta la electricidad que ilumina la tienda? A primera vista parece que no.

El mundo de la moda es como una pirámide, en cuya cumbre se sitúa el status, el glamour… y el dinero. Un desfile de una marca media cuesta alrededor de 300.000 dólares. Y si se trata de las grandes firmas, alcanza el millón. Todo depende de lo que quieran gastarse. En los últimos años se han recreado estaciones espaciales, selvas amazónicas e incluso el Polo Norte en las pasarelas.

Los desfiles son solo la materialización de la moda, pero este concepto es algo que va más allá. Coco Chanel decía que “La moda no existe sólo en los vestidos. Está en el cielo, en la calle, tiene que ver con las ideas, la forma en que vivimos, lo que está sucediendo”. La moda es un modo de vida, sobre todo para los denominados influencers.

Este término -todavía no incluido en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua- aparece en periódicos, televisiones y redes sociales. Un influencer se puede definir como aquella persona que tiene un número elevado de seguidores en plataformas en auge, como Instagram o Youtube, los cuales escuchan sus mensajes, recomendaciones… y lo más importante, las difunden.

Susana Moreno acumula diez mil seguidores en Instagram y colabora promocionando marcas en Zaragoza. Ella se define a sí misma como una persona que le gusta mucho la moda,  muy fan de todo lo que hacen los jóvenes, de la gente que es activa y que tiene ganas de hacer cosas. En definitiva, las personas que muestran ilusión por las cosas.

“Hoy en día soy estilista, peluquera y maquilladora, llevo veinticinco años trabajando de esto. Estoy muy vinculada en el mundo de la moda, sobretodo en pasarela y backstage. He asistido a montones de desfiles, me encantan, me chiflan.”

Es una amante de la moda que no se niega a adquirir un capricho caro, pero sólo un grupo de personas pueden permitirse comprar en tiendas como Chanel, Dior o Yves Saint Laurent. Entonces, ¿dónde suele comprar la ropa la gente? Es tan fácil como salir a la calle y preguntar. No tardaremos en darnos cuenta de que las respuestas que más se repiten son “Zara, Bershka, Stradivarius, Pull and Bear, Springfield…” En definitiva, las tiendas que pertenecen a Inditex.

Esta empresa española acumula en la actualidad un capital de veinticinco mil trescientos millones de euros. Dirigida por el gallego Amancio Ortega, sus siete mil tiendas se reparten por todo el globo y su plantilla cuenta con casi doscientos mil empleados. Una de ellas fue Carmen.D, que trabajó durante casi un año de dependienta.

El trabajo que ella realizaba era mantener la tienda ordenada -las cosas plegadas, que no estuvieran por el suelo, todo bien expuesto- y colocar la ropa que salía de los probadores. Unas trabajadoras se ocupaban un día de una cosa y otro de otras, son flexibles en ese aspecto, asegura Carmen.

“Trabajaba los lunes, martes, jueves y sábados de seis y media a diez y media. Los sábados también trabajaba de mañanas, de diez a dos. Por 20 horas semanales cobraba casi 500 euros, además te pagaban el transporte para ir hasta allí. Estaba muy a gusto y contenta en el trabajo…”

Sin embargo, estas condiciones poco tienen que ver con las que viven los verdaderos creadores de la ropa. ¿Alguna vez hemos pensado de donde provienen las prendas que vestimos? En su mayoría de fábricas en el tercer mundo: Marruecos, Pakistán, Camboya, Bangladesh… y un largo etcétera.

Salvados realizó un reportaje llamado “Fashion Victims” dónde, como titulaba la Vanguardia, “Évole removió las cloacas de la industria textil”. En él entrevistaron a trabajadoras de las fábricas de Camboya, que ofrecieron testimonios que poco tienen que ver con los de Carmen.

La primera entrevista tiene lugar en una de las calles, con el ruido del tráfico de fondo. Una mujer cuenta que trabaja de lunes a sábado, un total de 10 horas diarias. 1500 pantalones pasan por sus manos cada día, pero ella no sabe para qué marca son. Explica que van muy rápido cosiendo, con una máquina que tiene dos agujas. La sorpresa viene cuando Évole le pregunta por las vacaciones.

           ¿Tenías vacaciones?

–           Solo los domingos

           Y luego descansos de vacaciones de diez días seguidos…

–           Sí, cuando una fiesta nacional cae en domingo, el lunes tenemos fiesta, pero lo descuentan del sueldo

–           Perdona la pregunta pero, ¿tú sabes lo que significa la palabra vacaciones?

–           ¿Qué me pregunta, fiesta nacional o los domingos?

A continuación, les enseña un papel de distintos logos de marcas. Solo una de las trabajadoras, que en la fábrica se encarga de ordenar la ropa y coser etiquetas, reconoce Massimo Dutti, una de las tiendas de Inditex.

Otros de los testimonios más impactantes tienen lugar en casa de Dy Sreim, que comparte con otras cuatro compañeras más – todas trabajan en una fábrica textil-. Allí, sentadas en una alfombra, hablan del sueldo y de las condiciones laborales.

Cada mes cobran aproximadamente 128 euros, pudiendo aumentar esta cantidad dependiendo de las horas extras, pero tan solo unos 30 o 40 por encima. Para hacerles entender la situación que denuncian, Évole les muestra etiquetas de un jersey con el precio puesto que marca 20 euros. Por tanto, la venta de cinco jerséis es el sueldo de cada una de ellas.

“Cinco jerseys valen como mi sueldo y en un mes hacemos miles. Me siento… trabajo duro cada día, no se puede comparar con el precio de este jersey”

Podemos elaborar la línea de vida de un jersey que se vende por 20 euros. De ese dinero, la mitad se van en impuestos. Del resto, se ha cultivado el algodón, se ha recogido, hecho el tejido, cosido, teñido… De ahí se ha llevado a otra fábrica, lo han diseñado, patronado, cortado, confeccionado. Por último se ha transportado hasta un almacén y de ahí a la tienda. ¿Todo eso puede costar 20 euros?

La necesidad de confeccionar toneladas de ropa al día ha provocado esta deslocalización de las fábricas. Sumándolo al consumismo y la globalización,  se crea el concepto “Fast Fashion”. La youtuber Claudia Ayuso, miembro de Greenpeace, explica el fenómeno:

“Se utiliza para describir ropa barata y en tendencia. Las marcas que producen ropa rápida se focalizan en velocidad y bajos costes, sin tener en cuenta la violación de los derechos de las personas que están involucradas en la cadena de producción y los daños medioambientales”

Por lo tanto, la explotación no es la única consecuencia del consumismo en la moda. La industria textil es la segunda más contaminante después del petróleo. Solo en Estados Unidos se desechan quince toneladas de ropa al año y en España, se calcula que cada ciudadano tira 10 kilos. Los expertos en Ciencias y Medio ambiente, afirman que otro de los grandes problemas es el uso del agua. 3000 litros son necesarios para fabricar un par de pantalones, y el agua queda tan contaminada que no se puede reutilizar. Los países donde se sitúan las fábricas, han visto cómo sus ríos se teñían de colores como verde, azul o rojo a causa de esta contaminación.

La mayoría de la población somos cómplices de la moda rápida, queriendo o sin querer. Sin embargo, hay gente que sí está concienciada y actúa ante todos estos problemas que acarrea la producción masiva de ropa. De ahí nace la Slow Fashion o moda sostenible. La Asociación de Moda Sostenible de España engloba en este concepto a todas las prendas que respetan el medio ambiente, la salud humana y de los trabajadores. Además de usar materiales sostenibles, reutilizar materiales ya existentes y la producción local.

Celia Lacampa, diseñadora oscense, se decantó por este tipo de moda para lanzar su marca Metamorpho.

“Yo soy vegetariana y no usaría jamás pieles. Esto va muy unido del tipo de personas que les preocupa el medio ambiente, y a mí me preocupa muchísimo. Dentro de la moda descubrí el hueco que es la moda sostenible y se me abrió un mundo increíble. Así podía trabajar acorde a mi filosofía de vida.”

Celia sostiene un negocio de ropa hecha cien por cien a mano, invierte tiempo en cada prenda que confecciona con materiales cuidadosamente seleccionados y por supuesto, respetuosos con el medio ambiente. La diseñadora es muy consciente de las condiciones precarias que se viven en las fábricas tercermundistas, contra las que, afirma, la moda lenta no puede luchar.

“No deberíamos poder permitirlo porque lo que aquí en España conocemos como trabajo precario, estos trabajadores lo considerarían el mayor lujo que podían tener. Son gente que trabajan 16 horas diarias sin descansar, a lo mejor no pueden irse a su casa a dormir y duermen encima de las telas. Además no solo trabajadores de edad adulta, sino que ponen a trabajar a niños. Por ejemplo, en la industria del algodón con la que luego se fabrican las telas. Los propios profesores se llevan a los niños de “de excursión” a los campos para recolectar algodón. Esto está en muchos documentales, todo el mundo podría informarse y ser consciente, pero por desgracia no es así.”

Cada vez son más personas las que, como Celia, son adeptos de la slow fashion. En España ya hay decenas de marcas de ropa que son abanderadas de este movimiento ético y sostenible. Algunas de ellas son Genuins, Irene Peukes o María Malo.

En definitiva, el mundo de la moda -especialmente en occidente-, ha cambiado de manera drástica en muy pocos años. Lo que nosotros vemos es solo la punta del iceberg de un problema de magnitud internacional y de consecuencias devastadoras para una parte muy importante de la población. La gran pregunta es ¿Estamos a tiempo de pararlo?

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