Llegar a pisar un país extranjero en tiempos de COVID19 es básicamente comenzar un camino a base de piedras, obstáculos, ramas y plantas que pinchan para poder disfrutar de tu destino. La experiencia de traer desde España una reputación estrepitosa tampoco ayuda, pero a nadie le importa. A diferencia de la actitud nefasta de la sociedad española ante la COVID19, en Noruega la vida se ve diferente. Aparte de que el sol no calienta demasiado, ni es tan brillante y amarillento como es el de mi ciudad, Zaragoza, aquí en Oslo la mascarilla no está de moda. 

En los 10 días que existen de cuarentena, he vivido 4 fuera del hotel, y 6 entre dormir y comer menús escasos y aparentemente sin postre. Aunque las autoridades obligan a todo extranjero a entrar en cuarentena llevando un PCR negativo en mano, permiten salir a pasear mientras se lleve mascarilla y no llegues a juntarte con multitudes… Pero al bajar las escaleras, las recepcionistas sonríen y,  diciéndote adiós en inglés, parece que te animan a correr hacia la libertad. Es triste ver cómo un bicho microscópico ha cambiado a miles de millones de personas en sociedad. Ver cómo si te acercas mucho a alguien insinúa peligro cuando antes era cariño. 

He venido aquí a pasar cinco meses pero parece que llevo una eternidad. “Los males del nuevo viajero” o como bien podría explicarse, encerrarse en una habitación durante 10 días y creer que sigues en casa. Por lo tanto, esos 10 días deberían descontarse de tu experiencia en el extranjero porque aquí, lo único que se ha podido hacer, es ver nevar tras el cristal. Melancólico, apasionante, pero un aburrimiento cuando llevas cinco días viendo nevar tras ese mismo cristal que poco a poco se ensucia. Esto me lleva a una nueva crítica: la limpieza en el hotel de cuarentena. Durante los diez días que permaneces aislado – en este caso, semi aislado – no existe elección ni obligación alguna de limpiar la mesa en la que debes comer y donde también apoyas tu portátil para poder trabajar. Han sido diez días de cúmulo de ropa sucia y migas de pan por todas partes en una sensación de incredulidad continua. 

Aun así, puedo decir que ha sido una cuarentena cómoda. Mis vivencias como viajera en tiempos de COVID no han hecho más que comenzar en un país lleno de vida, naturaleza y modernidad nórdica donde cocinar con aceite de oliva es prácticamente imposible. Tomarse un café de máquina, una odisea. O simplemente encontrar algo de bollería para saciar las ganas de dulce. Noruega es un país que, en calidad de vida, gana a cualquier otro. Una sociedad amable y civilizada que va a intentar acogerte con los brazos abiertos. Tan abiertos que el otro día, hablando con un amigo francés a las puertas del hotel, un hombre desconocido nos preguntó sobre nuestra religión. Es costumbre en España que a las once de la noche, si te preguntan por algo así, sonrías y te des la vuelta, pero no fue el caso. Comenzó un estrepitoso diálogo, pero sin faltas de respeto, sobre la religión en Noruega, en Francia, en Marruecos, España… para concluir que cada uno puede creer en cualquier ente siempre que se respete al vecino. Y yo, que apenas abrí la boca, traté de entender por partes qué estaba pasando y por qué mi amigo francés veía tan normal la situación. En fin, “diario de cuarentena” y otras vivencias que guardaré siempre en mí. Como las migas de pan que todavía encuentro en las suelas de mis zapatillas de casa.

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