Cuando bebo café siempre tengo algún periódico abierto en mi teléfono móvil. Una automatización que procede de mis desayunos, compuestos únicamente por café, leche y titulares. Veintitrés aplicaciones forman parte de la carpeta con el nombre «prensa» de mi móvil, siendo en la práctica nueve de estas las que más utilizo. Un estudiante de periodismo debería leerlo todo. Y esta afirmación concuerda a la perfección con mi vida, pues en la práctica me siento igual de cómodo como de incómodo con todas las cabeceras que leo.

La influencia del lector fiel

Las líneas editoriales son claras para muchos. No tanto para otros. En muchas ocasiones se carece de conciencia de lo que se lee, del medio que publica según qué cosa o con según qué interés. Hace años esto era mucho más evidente con la figura del lector fiel. Aquel que cada mañana se acercaba al quiosco a comprar el periódico de la misma cabecera. La única realidad que conocían era aquella con la que se sentían más cómodos.

El periódico siempre se siente en deuda con el lector fiel, aquel que deja dinero diariamente, ya que este constituye la columna vertebral de la empresa. Esto acaba creando una paradoja por la cual el periódico también publica en base a su lector: si se decide ir en contra por un segundo de la propia línea editorial constituida, aquellos lectores se sentirían gravemente atacados y dejarían de consumir el producto.

Periodismo militante y su línea editorial

El actual método de suscripción digital no deja de ser un intento de mantener la figura de ese lector fiel: al igual que si compras uno, no compras otro; si te suscribes a uno, no te suscribes a otro. Algo más complicado en la era de sobreinformación en la que nos encontramos, siendo mucho más fácil surfear entre periódicos y observar sus diferencias editoriales a diario.

Las líneas editoriales han existido siempre y esto ha condicionado el tratamiento de la información en cuanto al público se refiere. El periodismo militante, aquel que trata la férrea defensa de un partido político a través de su promoción y desacreditación del contrario, no es tampoco nuevo. Sí es ahora mucho más evidente, y más peligroso: la aparición de algunas páginas webs, autodenominadas medios de comunicación, ha puesto en jaque a la ética periodística. Dejando a la profesión en una zona de vulnerabilidad ante la opinión pública.

Amarillismo y clickbait

Las premisas deontológicas que deberían guiar el ejercicio de la profesión destacan por su ausencia en algunos de estos sitios; donde se utilizan métodos amarillistas siempre apoyados, o incluso financiados, por algunos partidos políticos. El fiel lector de medios de este tipo no deja de ser aquel que se niega a conocer otras realidades y que, además, se siente cómodo en aquella que le hace creer que todo es como piensa. Por ello siempre criticará cualquier otro medio de comunicación que no sea aquel que defiende su interés egocéntrico.  A pesar de todo, y lejos de compartir lo que hacen, los leo de vez en cuando con una mirada puramente crítica. Creo que es muy importante saber de qué hablan, qué quieren que se sepa o se difunda. Detrás del telón hay otra obra que poder ver.

Este tipo de publicaciones dañan al periodismo. El trabajo del entonces periodista es el de impedir que estos actos influencien el periodismo que hacen otras cabeceras. Me preocupa más como grandes periódicos, aquellos que reúnen a millones de lectores, acaban entrando en el juego del clickbait o abriendo portadas con titulares y noticias en las que se mezcla información con opinión. Esta práctica, que deja al rigor periodístico en un plano secundario, es increíblemente peligrosa en el contexto de polarización política que nos encontramos. Y es que, como dijo una vez David Felipe Arranz, “las noticias son un material complejo y resbaladizo, y aunque el periodista no es objetivo, sí deberían serlo sus métodos”.

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