Esta semana no ha sido una semana cualquiera informativamente hablando. Esta semana ha dejado en todas las crónicas informativas un hedor insoportable, un olor a podrido en el sistema político y jurídico español. Dos acontecimientos han marcado la agenda esta semana, y cada uno de ellos produce más bochorno al conjunto de la ciudadanía española.

El primero de ellos, hace referencia a la sentencia sobre el caso de “La Manada”. Un capítulo vergonzoso que se suma a los múltiples a los que nos tienen acostumbrados los jueces del sistema judicial español. Aunque tradicionalmente se ha apelado a la neutralidad de las decisiones de sus señorías, lo que hacía políticamente incorrecto criticar sus decisiones públicamente, cada vez resulta más evidente que ni actúan de forma neutral en sus sentencias, ni deben quedar libre de crítica. Y es que el sistema jurídico está resultando estar tan descompuesto como el poder político.

A diferencia del resto de la democracia española, en el sistema judicial, cuantos más años pasan, más jueces “neofranquistas” surgen.

A la vergonzante sentencia del Tribunal de Pamplona, hay que sumarle el voto particular del Magistrado que no consideró ni tan siquiera la existencia de delito de abusos dado que no veía la existencia del mismo en este caso. Tales posiciones solo se explican desde una posición retrógrada y rancia mantenida e incrementada por la judicatura en los últimos años, que en este caso se ponen de manifiesto en una concepción de la mujer propia de comienzos del siglo anterior.

A diferencia del resto de la democracia española, en el sistema judicial, cuantos más años pasan, más jueces “neofranquistas” surgen. Y es que cabe recordar la postura implacable que los jueces españoles sí están manteniendo en asuntos como Cataluña, o las soprendentes -e injustificables- sentencias que se han venido dictando en materias que afectan a la libertad de expresión. Lo dicho, ideología pura y dura.

El segundo hecho vergonzante que ha marcado la actualidad de la semana ha sido la dimisión de Cristina Cifuentes. Cuando todos creíamos que el Caso Máster ya no daba para más en esa lenta agonía que venía padeciendo la señora Presidenta, alguien en su partido ha decidido que era mejor cortar por lo sano con un breve pero intenso vídeo. Para que luego digan que en la derecha no gusta la eutanasia.

Ante este panorama cabe hacer dos cosas: ponerse a llorar, o trabajar por cambiar la situación.

Resulta lamentable que después de tantas semanas de novedades periodísticas, y de peticiones incesantes por parte de la oposición madrileña para hacer dimitir a Cifuentes, esta caída haya venido finalmente provocada por alguien de su propio partido y por un vídeo “chusco” en un medio todavía más “chusco”. Pero más lamentable resulta leer todavía que la dimisión definitiva no es sino consecuencia de la decisión de la propia Cifuentes de denunciar públicamente la corrupción derivada de su propio partido en el caso de la Ciudad de la Justicia.

Ante este panorama cabe hacer dos cosas: ponerse a llorar, o trabajar por cambiar la situación. Si algo ha caracterizado a los diez años que llevamos de crisis es que, preocupados como no podía ser de otra manera por el contexto económico, se han dejado de lado importantes asuntos que afectaban al país. Ahora, esta situación está poniéndose de manifiesto a través de hechos vergonzantes como estos que han sucedido esta semana. La cuestión ahora es plantearse qué más hace falta para que esta imperiosa necesidad de cambio en tantos y tantos ámbitos del país se empiece a llevar a cabo.

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