“La guerra es la salida cobarde a los problemas de la paz”.

Thomas Mann


Un codo torpe golpea uno de los vasos rechonchos que abarrotan la mesa y este cae al vacío. Su caída atrapa. Es imposible apartar la mirada; todos los ojos de la sala captan esas micro décimas de segundo en las que el vaso parece flotar como un colibrí, suspendido en el aire, antes de impactar contra el suelo y hacerse añicos, salpicando de esquirlas de cristal todo aquello que queda a unos pocos centímetros a la redonda. Todo el mundo es consciente de lo que va a pasar cuando el recipiente es empujado de la mesa, pero nadie es capaz de evitar el desastre. Las tragedias son así, repentinas, aun cuando los vasos están excesivamente cercanos al borde del mueble.

La mañana del 24 de febrero amanecimos atónitos, inquietos e impotentes ante el estruendo del cristal roto. El ejército ruso está invadiendo Ucrania. Sin eufemismos, por favor, que no somos idiotas. Vladimir Putin, un déspota meapilas, un sátrapa imperialista, un imbécil con aires de zar, está llevando a cabo una operación militar para invadir Ucrania. Es cierto que la guerra lleva ocho años fraguándose, con un balance total cercano a los catorce mil muertos, pero eso no quita que una persona de mi edad no acabe de creerse que algo así esté sucediendo. Para mí, la guerra en Europa era algo del pasado. Claramente, me equivocaba.

Es terriblemente eurocéntrico el preocuparse únicamente por este conflicto, pues la guerra sigue segando vidas y destrozando hogares en otras partes del planeta, pero a la vez inevitable. Hacía tiempo que nuestro continente no se veía en otra igual. El imperialismo parecía algo del siglo pasado y hete aquí que, bajo las narices de la OTAN y de la Unión Europea, un cacique atenta contra la soberanía de un país vecino. No puedo dejar de pensar en los jóvenes ucranianos; gente que, como nosotros, con sus vidas, sus amores, sus proyectos, se ha visto de pronto asediada por un ejército invasor, por las bombas y los disparos; jóvenes que hace dos noches compartían una cerveza en un bar, anoche tuvieron que compartir el suelo de una estación del metro de Kiev. Yo me enteré del ataque cuando me sonó la alarma del móvil; ellos, con la alarma antiaérea.

Para más inri, la guerra en Ucrania se ha convertido en una guerra civil entre usuarios de Twitter, con absurdos debates dialécticos sobre si clamar el “No a la Guerra” equivale a ser un mojigato aliado del Kremlin. Leo a mucha gente opinando sobre el conflicto en Ucrania como si se tratase del Risk. No es tan fácil ir a la guerra; ya nos diréis qué tal os va a los valientes tuiteros luchando contra Putin. Como muchos otros, siento impotencia, rabia y dolor. Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen, que decía Julio Anguita. Al final, el único que sufre sus consecuencias es el pueblo. Desde aquí lo tenemos claro; no a la invasión de Ucrania. No a la guerra.

About The Author

5 comentarios en «Métase las bombas donde le quepan, caballero»

  1. Muy de acuerdo contigo. Parece increíble que volvamos al siglo pasado. El Sr. Putin es un Stalin o un Hitler de esta era, sueña con la antigua URSS y eso señor mio es del pasado. Vive como un zar. Es una lástima que la UE no haya previsto con anterioridad la que se venía encima. Por muchas sanciones que quieran limponer, hay muchas empresas europeas afincadas en Rusia, así es que entre eso y el poder del gas ha puesto en jaque a Europa

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.