El principal problema, a mi entender, es que el ghosting denota una fuerte pérdida de la responsabilidad y del compromiso, que son valores sobre los que se sustentan las sociedades de hoy en día.


   El silencio. Pero no el de Albert Rivera (“¿Lo escuchan? ¿Lo oyen?”), ni tampoco el de Fujitsu. Un silencio de verdad, atronador. Un silencio incierto. No saber qué pasa. Me saco el móvil del bolsillo y abro el correo, con la esperanza de encontrarme un mensaje en el que ponga que me han cogido, que les gusta mi perfil, que bordé la entrevista y que el lunes empiezas, chaval. Bueno, o que ponga que no me han cogido, porque tampoco era el trabajo de mis sueños, pero que me digan algo, por dios, porque la incertidumbre me está matando y noto cómo me invade la ansiedad, tanta que ni tan siquiera me entero de la anécdota que me está tratando de explicar una amiga. Pero nada, el correo sigue igual: sólo silencio.

   El ghosting es el nombre que se le da a la práctica de no responder a los mensajes, ya sean de correo, de WhatsApp o de cualquier red social. “Dejar en visto”, para los escépticos de los anglicismos. Es probable que este fenómeno tuviese poca importancia hace seiscientos años, dado que la lentitud de la comunicación daba pie a que, antes de que hubiera llegado la respuesta, el emisor del mensaje hubiera muerto de alguna enfermedad venérea o hubiese sido cosido a puñaladas en los soportales de la plaza mayor del pueblo. Pero el caso es que vivimos en el siglo de la comunicación instantánea y de los tics azules, y queda feo no responder.

   Aunque el término no esté recogido en el diccionario de la Real Academia Española, su uso está muy extendido entre la juventud, pues el ghosting se ha convertido en un elemento más de la posmodernidad y en un fenómeno propio de la precariedad laboral. “Es que es flipante”, me comentaba un compañero periodista, “llevo meses escribiendo a distintos medios de comunicación y que me llegue un correo automatizado es una victoria. No sé qué más tengo que hacer para que no me ignoren”. Y es que la ausencia de contestación, que genera la aparición de la duda, el incremento de la angustia y la consolidación de la ansiedad, le lleva a uno a formularse una simple pregunta sin respuesta: ¿por qué carallo no me contestan?

   Tomando algo en la Bodega d’en Rafel, en Barcelona, un colega me habló sobre la creciente infantilización de la sociedad. “¿Tú te puedes creer que haya señores de cincuenta años jugando a videojuegos como babuinos enrabietados o partiéndose el culo con TikToks de gatos hostiándose? Y que coño es eso de que ahora nos movamos todos en patinete… ¡En patinete! ¡Joder, Manolo, que tienes tres hijos, una hipoteca, la próstata como un melón de Villaconejos y vas a currar a la consultoría montado en un jodido patinete!”

   Sea acertado el comentario o no, el caso es que el ghosting responde a una cierta infantilización de la sociedad. Los adultos actúan como niños, el mercado laboral es un patio de colegio y las interacciones humanas se sustituyen por hacerle el vacío al prójimo. En el momento en el que constato que me veo superado por una situación que no sé cómo gestionar, como puede ser rechazar una candidatura laboral o dejar de quedar con una persona, sencillamente me hago el longuis y no contesto. Corto toda comunicación y de este modo me ahorro el mal trago que pudiera pasar.

   El principal problema, a mi entender, es que el ghosting denota una fuerte pérdida de la responsabilidad y del compromiso, que son valores sobre los que se sustentan las sociedades de hoy en día. La ciudadanía, los derechos, la libertad, todo ello conlleva un grado de responsabilidad, tanto colectiva como para con el otro, que se pierde si jugamos a los cazafantasmas. En el momento en el que aceptamos que no pasa nada por ignorar a alguien, dejamos de responsabilizarnos de nuestros actos y es entonces cuando aparecen el egoísmo, el individualismo o la falta de empatía.

   Ojo, existen excepciones; el ghosting puede no ser excesivamente dañino e incluso una herramienta en algunos supuestos. En primer lugar, creo que no es lo mismo no contestar a un amigo que a un individuo con el que se ha establecido un asomo de relación laboral; la confianza da asco, pero es lo que hay. En segundo lugar, me parece que ignorar a alguien está más que legitimado en el mundo del acoso. Hay gente muy pesada y las redes sociales se han convertido en un lugar peligroso en el que abundan los acosadores, babosos y demás alimañas. En este caso, hacer el vacío es una buena forma de sobrevivir en la era digital.

   Con todo, opino que el ghosting refleja las carencias de un sistema de valores enfermo. Hemos dejado de interactuar como seres humanos porque el otro ya no es más que un mueble para mí. Me da igual lo que sienta, que no sepa salir a la calle sin ansiolíticos o que sea el cumpleaños de su tortuga. Las empresas no contestan a los candidatos porque los ven como números; no es casualidad que la precariedad haga mella entre los menores de cuarenta años y que hayan aumentado las enfermedades mentales entre los más jóvenes. Por ello, te animo a ti, que me lees, a que te olvides del ghosting. Se acabó el crear Caspers, empecemos a tratarnos como adultos: libres, comprometidos y responsables. Y, sobre todo, señores y señoras empleadoras: tengan en cuenta que somos nosotros quienes pagaremos sus pensiones.

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Un comentario en «Casper, ¿eres tú? o cómo los jóvenes padecemos el ghosting laboral»

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