Hoy, 19 de abril, primer martes después de Semana Santa, es un día especial para la ciudad de Murcia. Miles de murcianos se enfundan en sus mejores galas huertanas y salen a la calle a celebrar el Bando de la Huerta, uno de los días grandes de las Fiestas de Primavera. Efectivamente: aunque la fama de vagos la tienen nuestros vecinos andaluces, los que tenemos una semana más de vacaciones somos nosotros.

Después de dos años de parón por la pandemia, hay muchas ganas de celebrar unas fiestas que calan en el corazón de todos mis paisanos y que, por el peso de la capital, acaban extendiendo el ambiente festivo al resto de la Región (me van a perdonar los cartageneros). Así que no hay mejor momento para hablar de mi libro y hacer un poco de apología de mi patria chica.

España no quiere a Murcia. Pero, más que detestarla, cae en un extraño limbo de irrelevancia casi endémico en este país. Incluso Extremadura, dejada de lado por las infraestructuras estatales, tiene en la queja por ese abandono su cuota de protagonismo. Del mismo modo, la España vaciada aparece a diario en los informativos precisamente por estar vacía. Mi tierra, sin embargo, tiene que hacer temblar los cimientos de la política para salir un par de días en las noticias.

Murcia, repoblada en la Edad Media por maleantes y criminales («mata al rey y vete a Murcia», que dice el refrán), antigua frontera entre Castilla, Aragón y el infiel, ha sido históricamente el culo de España (y, literalmente, de la Península, si observamos la cefálica silueta de Portugal). Pero esta hermosa tierra tiene mucho más para ofrecer que lo que el resto de españoles, que no tienen la enorme dicha de ser de aquí, pueden imaginar.

Imagen del Teatro Romano de Cartagena y la Catedral de Murcia
El Teatro Romano de Cartagena y la Catedral de Murcia, dos grandes joyas del patrimonio de la Región.

La Región recibe, y bien merecido, el apodo de «la Huerta de Europa» por la importancia, cuantitativa y cualitativa, de sus productos agrícolas. Esto se refleja en la gastronomía tradicional con platos como el pisto, el zarangollo o la ensalada murciana, una ensalada que, porque los murcianos lo valemos, no lleva lechuga. El pastel de carne merecería un artículo aparte, y nuestro dulce estrella, el paparajote, no podía ser otra cosa que un homenaje al producto regional por excelencia: el limón.

El Mar Menor es la mayor laguna de agua salada de Europa, un patrimonio ecológico único que, por desgracia, se está echando a perder por culpa de algunos murcianos (y algunos visitantes de fuera, sí, de esos que tantas chanzas hacen con nosotros). Los paisajes desérticos de Abanilla, la floración del valle de Ricote, las cumbres del Noroeste, las playas de Calblanque o Calnegre, el Salto del Usero… Murcia es un arcoíris medioambiental donde hay espacios para todos los gustos.

Caravaca de la Cruz es Ciudad Santa para el cristianismo, el mismo estatus que ostentan Roma, Santiago o Jerusalén. Cartagena es una urbe milenaria que hunde sus raíces en la Antigüedad y mantiene vivo su patrimonio. Lorca, la Ciudad del Sol, con su riquísima Semana Santa, es además el segundo municipio más extenso de España. Y Murcia capital, un sitio maravilloso para vivir, es el séptimo más poblado a nivel nacional, por encima de ilustres como Bilbao o Palma de Mallorca.

Esta tierra fue casa del sabio Ibn Arabí, del influyente Conde de Floridablanca, del genial Salzillo, de los revolucionarios Isaac Peral y Juan de la Cierva; afiló las plumas de Carmen Conde o Arturo Pérez-Reverte, fortaleció los espíritus ganadores de Alejandro Valverde o Carlos Alcaraz, dio alas a los dedos de Narciso Yepes y curtió el talento de Paco Rabal. Si has escuchado a M-Clan, Maldita Nerea o Blas Cantó, has vivido Murcia; si te han emocionado los versos de Miguel Hernández en Perito en lunas, fueron publicados en Murcia.

Murcia, ese lugar de contrastes donde llueve poco y, cuando lo hace, es en tromba, está muy por encima de cualquier conato de chiste que el resto de España intente hacer sobre nosotros. Y quien no me crea tiene nuestras puertas abiertas para comprobarlo cuando guste (pero sin decir «acho pijo», por favor; ningún murciano usa esas dos palabras seguidas). Les aseguro que quien viene a Murcia desea volver, y quien se queda no quiere marcharse. El Canto a Murcia, pieza de la zarzuela La Parranda e himno regional oficioso, dice en su estribillo «Murcia, ¡qué hermosa eres!». Pues eso, qué hermosa es, por muy fea que la pinten.

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Un comentario en «Murcia, ¡qué fea te pintan!»

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