No sé dormir. Es más, de hecho, por la noche no duermo. Da igual lo cansado que esté, las horas que lleve estudiando o lo mucho que tenga que madrugar. Sea como sea, no soy capaz de pegar ojo. Mi cabeza entabla un diálogo con mi subconsciente, como un reencuentro de dos viejos amigos del instituto, a falta de café y música ambiente. Normalmente tiendo a recordar aquellas situaciones que nunca quisiera haber contado, como aquella vez que me caí por las escaleras al salir de clase o cuando me equivoqué hablando en una exposición. Todas las veces que me han dicho que no, todas aquellas que no he sabido decir que sí. Los exámenes suspensos, los amigos que he perdido y las peleas con mis padres. Mis problemas me acompañan al anochecer, y es que, por más que crezco, nunca aprendo. No sé no equivocarme, no sé hacer las cosas bien, no sé acertar. No sé escoger el camino correcto, no sé organizarme, no sé nada. Es ya una costumbre interna que las cosas salgan mal, y que, cuando algo apunta a ir bien, sea cuestión de tiempo que se tuerza. cheap jordan 1s
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Truman Burbank (El Show de Truman, 1998); Ross Geller (Friends, 1994) o Woody (Toy Story, 1995). Tontos y antiheroicos, no creo que ninguno de ellos duerma por la noche tampoco. No sé, son tan contradictorios y complejos que identifico en su torpeza inocente e inseguridad rutilante ciertos rasgos de mi personalidad, como por ejemplo, querer irse de la discoteca al entrar pero no querer recogerse cuando la cierran, organizar mil cosas para hacer por la noche pero al día siguiente no hacer nada o sentirse solos en una habitación llena de gente. Ya lo decía Taylor Swift: ‘Soy yo, hola. El problema soy yo.

Mis uñas mordidas, mi escritorio desordenado y mis lágrimas en la almohada. Aún eso y todo lo demás, intento siempre moldearme en una postura más filosófica, como si estuviese escribiendo un libro manual sobre cómo tener veinte años. Supongo que todos necesitamos ayuda de vez en cuando: los apuntes que estudiar, los amores por los que llorar y los errores por los que pedir perdón. Así hasta entender que realmente nadie duerme por la noche. En algún momento tendremos que sentirnos identificados con las canciones tristes ¿no? 

Hace 364 días soplaba un pastel con diecinueve velas. Hoy, a escasos minutos de cumplir veinte, me doy cuenta que este año, efectivamente, no he dormido nada. Noches solo, acompañado, en casa, de fiesta, llorando o riendo. Noches que, probablemente, nunca voy a olvidar. Por eso, para celebrar que cumplo un año más, miro atrás estos últimos doce meses y a cada una de las velas que soplo en el pastel le dedico una de las noches sin dormir. 20 velas, 20 noches sin dormir y, sobre todo, 20 cosas aprendidas. 

Con mucho gusto, hoy, con 19 años y 364 días, os presento:

mis 20 velas: las noches que el no dormir me supuso algo más que estar cansado.

 

Vela nº1- La noche de la distancia 

Aquella noche aprendí que la distancia no es kilométrica. Crítica, científicamente hablando sí; ahora mismo estoy a miles de kilómetros de Australia, y viceversa. Pero la verdadera distancia no se mide por longitud en metros. Aprendí que puedes estar al lado de alguien que, en realidad, está lejos de ti, y que puedes dormir con alguien que no está físicamente en tu cama. Tocar no significa estar, y, de alguna manera, descubrí que la cercanía física no es la importante.

 

Vela nº2- La noche en la que entendí qué es ser guapo (y la de las agujetas del gimnasio)

Hay gente muy guapa, es verdad. Y también es innegable que ir al gimnasio ayuda a construir un cuerpo sano y musculoso. Pero creo que la necesidad de pasar cinco horas al día entrenando para ‘estar más guapo’ es errónea. Acostarse con agujetas hasta en las pestañas para impresionar es de todo menos impresivo. He aprendido que ser guapo está en los detalles, en lo que decimos y en la calidad del tiempo que pasamos con los demás. Que no hace falta ir al gimnasio para enamorar a nadie. Esa noche comprendí que en los ojos de la persona adecuada vas a parecer inalcanzable vayas en pijama o en vestido de boda. 

 

Vela nº3- La noche del karma

‘Cuatro cosas seguras: 

  • Todo vuelve
  • Todo pasa por algo 
  • El que se va no hace falta 
  • Lo que se hace, se paga’.

 

Vela nº4- Nochebuena y Nochevieja

He aprendido que hay más de una familia. Que sin la familia de sangre nos derrumbaríamos, pues no habría tanto calor en invierno, ni tanto paragüas en la lluvia, ni tanto en ninguna parte. La familia es esencial, y los brindis de Navidad son irremplazables. Pero lo cierto es que el resto de familias son igual de importantes. Que no hace falta llevar el mismo apellido para ser familia. Que un amigo es un regalo. Que lo que no se cuida, se pierde. Y que un desconocido puede formar parte de tu vida con la misma velocidad que alguien querido puede marcharse sin dar explicaciones. Aquellas noches de Navidad comprendí lo importante que es estar rodeado de la gente que te quiere. 

 

Vela nº5- Las noches de segundo de carrera 

Después de varios cuatrimestres y unos cuantos exámenes finales, he entendido que lo que realmente se aprende en la universidad no se aprende en clase.

 

Vela nº6- La noche que más dolió

Aquella noche aprendí que lo bonito no siempre duele, pero que lo que duele siempre fue antes bonito.

 

Vela nº7- La noche después de merendar café

No me invitéis a café. Ya me invitaron y (a las malas) descubrí que no me gusta el café. Mejor dicho, que no debo tomar café; me transformo en un tipo de monstruo hiperactivo que se mueve como un niño de guardería a las cinco de la mañana. 

 

Vela nº8- La noche en la que hubo mucha música

Esa madrugada me di cuenta de lo mucho que disfruto la música y bailar. Aún así, he descubierto que no toda la música es para bailar, y que no todo el baile es por la música.

 

Vela nº9- La noche del ratón

He aprendido que si fuera un animal sería un ratón. No sólo porque mis rasgos faciales (de niño de once años) pueden evocar cualquier caricatura de ratón, si no porque ‘a ratón con buen olfato no le sorprende ningún gato’.

 

Vela nº10- La noche cuando se rompieron las promesas

Dicen que uno nunca debe prometer nada si está muy enfadado o muy contento. Esos momentos en los que el corazón gana a la razón y se expresan voluntades de compromiso, de pacto, terroríficamente buenas o afortunadamente malas. He de admitir que me dolió, pero aquella noche me dí cuenta que las promesas nunca se cumplen. Mejor dicho, muy rara vez se cumplen. Hay gente que prometió quedarse para siempre y hoy no me saluda por la calle, mientras que están aquellos que me prometieron distancia y nunca se fueron. Para que una promesa se cumpla, sólo hace falta una condición: no prometerla.

 

Vela nº11- La noche en la que probé el kiwi

Un día cenando probé el kiwi y descubrí que no está tan malo como pensaba. Está realmente bueno.

 

Vela nº12- La noche de la distancia (esta vez, la real)

Los kilómetros, las despedidas, los viajes en tren. Vivir fuera de casa, a cinco horas de tu familia y bajo un amanecer que todavía no reconozco. Podría destacar la independencia, la libertad, la madurez u otros millones de aspectos como lo mejor de vivir a distancia del lugar donde has crecido. Pero, sin ninguna duda, lo mejor de vivir fuera es volver a casa.

 

Vela nº13- La noche del silencio

 

Vela nº14-La noche que nunca olvidaré

Y cuando vi que salían los primeros rayos de sol, bajé la persiana, para que la noche aún no se acabase, o al menos, no en la habitación. 

 

Vela nº15- La noche en las calles de Madrid

Madrid tiene una cosa muy buena y otra muy mala. La buena es lo grande que es, la cantidad de calles que tiene. La mala es lo grande que es, la cantidad de calles que tiene. 

 

Vela nº16- La noche del aniversario

Cuesta, cuesta mucho. Cuesta el color negro, cuesta ver su casa vacía y cuesta aceptar que cuando alguien muere, no vuelve. He aprendido que decir adiós es necesario para avanzar, que las flores no siempre son alegres y que nunca muere el que es recordado. Que mientras el recuerdo viva, ellos también.

 

Vela nº17- Las noches con ansiedad

He aprendido que es real. Que hay monstruos debajo de la cama, dentro del armario, y detrás de la puerta. Que con la luz apagada todo da más miedo y que la noche asusta. Pero, lo más valioso que he aprendido, es que soy yo. Mis monstruos soy yo. Mi ansiedad soy yo. Está en mi mano si prefiero que me asusten y no me dejen avanzar o hacerme su amigo y descubrir, por fín, qué hay debajo de la cama.

 

Vela nº18- La noche del 28 de junio

Recé, recé mucho. Nunca quise ser quien soy, me parecía un castigo. Me escondía, me daba miedo. Quería ser como los otros chicos, jugar al fútbol y tener novia. No ser diferente. Recé, recé para cambiar; para coleccionar cromos de Ronaldo en vez de los de Hannah Montana, para seguir la regla. Hoy, he aprendido a romper las normas. Que en la manera en la que queremos está nuestra esencia. Que el amor no debe significar vivir con miedo, que es demasiado bonito como para esconderlo. 

 

Vela nº19- La noche de mi cumpleaños

Un año más, vuelvo a quedarme despierto por la noche. Gracias a eso, ya sé qué ejercicios hacer en el gimnasio, qué lugares de Madrid son mis favoritos, qué fruta tomarme de postre y, sobre todo, qué deseo pediré al soplar.

Han sido 365 días rodeado de personas que me demuestran, cada día, la suerte que tengo. Gracias a ellos, a las experiencias y a las vueltas que da la vida, esta noche, antes de los 20, he aprendido a estar agradecido; pero, sino fuera suficiente, esta noche me llevo una lección más importante aún, probablemente, la más importante de todas: Este año he aprendido a aprender. 

 

Vela nº20- La noche de la tila

He aprendido que si me tomo una tila me duermo y me dejo las tonterías.

 

Muchas gracias a todos y a todas por contar conmigo, por las rosas y por hacer que pueda agradeceros vuestro cariño en artículos como este. 

Dedicado a aquellas personas que me aguantan todos los días: 

 

A Sofía y Rosario, por las tonterías que sólo nosotros entendemos.

A Vicky, Marta, Irene, y todos los amigos que conservo del instituto, porque cada vez que nos reunimos volvemos al aula de 4ºF. 

A María y Bienve, por ayudarme a ver las cosas desde otro ángulo y estar dispuestas a escucharme siempre.

A Carlos y Víctor, por hacerme un hueco con los brazos abiertos y ser hogar. 

A mis primos y tíos, por hacerme sentir que formo parte de una familia.

A María Rufete, por seguir enseñándome tanto aunque ya me haya graduado. 

A Cristina, por ser hombro en el que llorar y consejo en el que confiar.

A los profesores del IES Ros Giner, por ser mi segunda casa.

A mi primo Jesús Martínez, por echarme un cable cuando lo necesito.

A María Peñas y Alba Parra, por seguir aquí después de tanto tiempo (y sumando).

A mi hermana María del Mar, por formar siempre parte de los aplausos y por sus muestras de cariño. 

A Nuria, Carmen, Irene y el resto de amigos de la residencia, por reducir Madrid a las paredes de una habitación.

A Pablo, Eva y los demás, por hacer que el verano se expanda a cualquier mes.

A Celia, por darme la mano siempre y levantarme del suelo.

A mi prima Julia, por hacerme piercings y cuidarme tanto.

A Mariapa y Mariasa, por compartir juntos las experiencias que nos harán sonreír de mayores y por nunca abandonarme. 

A mi gato Camilo, por haber formado parte de estos años y haber despertado en mí un amor que nunca había sentido.

A Laura, por acompañarme en todos los caminos y hacerme sentir tan agradecido cada día.

A Xabi San Martín, por escribir canciones que veinte años después serían mis historias.

A Juan, por enseñarme lo bonito que puede ser cada día.

A Andrea, por seguir creciendo y aprendiendo juntos, por ser mi compañera de viaje y por contar conmigo cada día.

A mis padres, por estar siempre a mi lado hasta cuando tomo malas decisiones y por su sabiduría y razón.

A mis abuelos Miguel, Concepción y Perico, por cuidarme desde arriba.

A mi abuela Amparo, por la manera en la que le brillan los ojos cuando me ve llegar. 

A mí mismo, por soportarme hasta en las noches que no puedo dormir.

                                                                                                                  <3

 

Playlist de ’20 noches’ en Spotify:

 

 

Créditos de la imagen: Paramount Pictures y Scott Rudin Productions.

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