“Y, ¿por qué estudias periodismo? Estudia mejor derecho, historia… una carrera con salidas, ¿no?”. Estas fueron las palabras que me dedicó una veterana política cuando le dije lo que estudiaba. Apenas crucé un par de frases con una de las caras más conocidas del panorama político español, para saber que esta era tan franca como decían. “Porque me gusta comunicar”, le contesté muy seria. Tras ello, me miró con cierto aire de condescendencia, mezclado con indiferencia y se olvidó de mi presencia.

Estudiar periodismo no es algo fácil y, cuando hablo de fácil no me refiero a la complejidad del temario o a su carga práctica, no. Estoy haciendo alusión a la conocida retahíla que acompaña la conversación cada vez que digo a qué me dedico (como si de verdad quienes lo cuestionan estuviesen interesados en mi futuro).

Siempre tuve claro que quería ser periodista. Desde pequeña, siempre me ha fascinado la capacidad intrínseca que tiene el periodismo de abrazar la realidad hasta fundirse con la misma y de arañar la vida para formar parte de ella. Una vez escuché que los periodistas son “contadores de historias”, aquellos que revuelven los más recónditos resquicios de la humanidad y miran ahí donde se esconden las tinieblas. Supongo que no deja de ser la visión más heroica y romántica de una profesión más esclava aún. Mas en el subconsciente de una niña que siempre soñó con palabras, esto era motivo más que suficiente para emprender este camino.

Han pasado 3 septiembres desde que me fui a estudiar a la capital con una maleta cargada de sueños. Creo que nunca olvidaré la ilusión de ese primer día ante las puertas de mi facultad. “Los periodistas sois los guardianes de la democracia”, me dijeron en la presentación. Justo en ese momento fue donde empezó una de las aventuras más maravillosas de mi vida, la cual me ha permitido conocer a personas fantásticas, aprender mucho y reafirmar que, como decía García Márquez, “el periodismo es la profesión más bonita del mundo”.

Cabe decir que, si bien estoy sumida en la parcialidad vocacional, no habría de negar los matices que rodean esta forma de vida. Como adelantaba, el periodismo es una profesión esclava a la realidad, pues se recrea en ella y nace de la misma. Por tanto, resulta complicado zafarse de sus garras. Asimismo, se debe incidir en que la crítica y, lo que es aún peor, la autocrítica, van a acompañar al periodista hasta el fin de sus días. Sin embargo, esto último no es sustancialmente reprobable, de hecho, diría que es hasta necesario, pero, como todo en la vida, en su justa medida.

Si miro hacia atrás, mi “yo” de antes tendría muchas cuestiones que hacerle a mi “yo” de ahora, pues antes de iniciar la carrera, las dudas eran infinitas. Unas preocupaciones fruto de las críticas que había recibido sobre la profesión y esas famosas “salidas profesionales” de las que muchos hablan.

En la actualidad, algunas de esas inquietudes siguen ahí. Como toda persona joven frente al futuro laboral más inmediato, también me asola la incertidumbre ante el vacío del devenir. No obstante, si algo tengo claro, es que escogí el rumbo adecuado. Hoy, tras tres años de carrera, sé que le diría a esa niña que soñaba con ser periodista que continuara su camino y que siguiera su vocación. Pero, sobre todo y ante todo, le diría que le pusiera mucho, pero que mucho corazón.

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