FUENTE DE LA IMAGEN: LA SEXTA

Ya están aquí. Sí, me estoy refiriendo a todos esos personajes que desde hace unos años vemos en los informativos cuando hablaban de Francia, Reino Unido o Alemania. Sí, sí, me estoy refiriendo a la ultraderecha de Vox. La semana pasada desayunábamos con la resaca del acto de Vistalegre el pasado domingo.  Una demostración de fuerza que, aunque debe ser relativizada en un posible escenario electoral, pone de manifiesto la reaparición de ideas y proclamas desconocidos en España desde finales del franquismo.

Durante toda la democracia, el “panconservadurismo” del PP, capaz de integrar bajo las alas de sus gaviotas desde el centro democristiano hasta la derecha más nostálgica, había permitido suavizar conceptos tradicionales de la derecha tales como la prohibición del aborto, la persecución a las minorías y colectivos LGTBI o el tradicional tufo nacionalista añorante de la España “una, grande y libre”. La llegada de Pablo Casado a la dirección del PP ya hizo entrever un giro a la derecha de los movimientos conservadores del país. Y es que, la desidia de los Gobiernos de Rajoy ha permitido colocar una nueva etiqueta donde las posiciones moderadas son sinónimo de ineptitud frente a la agilidad y capacidad resolutiva de la verdadera derecha; nada más lejos de la realidad.

Con la entrada en escena de Vox, este fenómeno podría intensificarse. Durante las últimas semanas hemos venido asistiendo a una curiosa competición entre C’s, el PP y Vox por ver quién es más “facha” y por ver quién “la tiene más grande” –la bandera–. Sin embargo, si algo resulta claramente reprochable a estos partidos es que mientras se abordan necesidades tales como la extensión del permiso de paternidad, la subida del SMI o la regulación del mercado del alquiler para frenar la salvaje especulación con un bien básico como la vivienda, estas formaciones hacen “mutis por el foro” respecto de estos asuntos. Lógico, por otra parte, que los tres partidos se muestren en claro desacuerdo respecto del proyecto de Presupuestos Generales del Estado, que recogen todos estos asuntos. Al final, la realidad acaba mostrando a cada uno como es.

Durante las últimas semanas hemos venido asistiendo a una curiosa competición entre C’s, el PP y Vox por ver quién es más “facha” y por ver quién “la tiene más grande” –la bandera–.

Más allá, una de las cuestiones que cabe plantearse es si el fenómeno de la ultraderecha en España podría experimentar un crecimiento similar al vivido en Francia o Alemania. Desde mi punto de vista, la respuesta es no. Fundamentaré a continuación a qué se debe mi conclusión. En primer lugar, si uno analiza aquellos feudos electorales donde Vox recoge mayor intención de voto según los sondeos, y donde mejores resultados electorales cosechó en los últimos comicios, podría comprobar cómo se corresponden con distritos de alto poder adquisitivo tales como Pozuelo o Boadilla en la Comunidad de Madrid. Por tanto, no se ha producido el típico fenómeno de sustitución en los barrios más humildes, donde las clases trabajadoras, decepcionadas con la socialdemocracia, orientan su voto hacia movimientos extremos. En el caso de España, la pérdida de votos de acuerdo con esta tendencia ya sucedió en 2014 con la irrupción de Podemos. Y si algo se está demostrando desde la llegada al poder del PSOE en mayo es la recuperación electoral de la socialdemocracia en España, afortunadamente para todos.

En segundo lugar, para lograr una irrupción considerable de la ultraderecha en el panorama electoral español sería preciso que la misma peleará por lograr el voto de aquellos más perjudicados por la crisis económica y por el actual capitalismo de mercado. Esta situación tampoco parece darse en el caso de Vox. Su programa electoral, más allá de un marcado carácter ideológico fundamentado en los valores más tradicionales de la derecha, poco tiene que ver con la clase obrera, olvidando el tradicional intervencionismo del franquismo en materias como la industria o la vivienda, lo que la convierte en una opción poco atractiva para el votante de poder adquisitivo medio-bajo.

No se ha producido el típico fenómeno de sustitución en los barrios más humildes, donde las clases trabajadoras, decepcionadas con la socialdemocracia, orientan su voto hacia movimientos extremos.

Y en tercer lugar nos habíamos olvidado, querido amigos, de la tradicional lealtad de la derecha. El PP siempre ha gozado de una particular fidelidad por parte de su votante medio, una fidelidad que se ha traducido en el fracaso de opciones intermedias como UCD, el CDS, UPyD, o un despegue moderado de C’s, así como la nula repercusión de otras opciones extremas como las candidaturas de Fuerza Nueva, Falange o Ruiz Mateos. Entonces, ¿por qué iba a ser diferente ahora? El votante medio del PP, en domingo electoral va a misa y luego a votar (al PP), o viceversa. Como bien me dijo un conocido de derechas, los experimentos con gaseosa.

En conclusión, no demos a estos ultras más protagonismo del que merecen, ya que en todo caso el papel de Rosa Díez ya está inventado. Y sigamos trabajando juntos por un país en el que merezca la pena vivir.

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Un comentario en «¡Que viene el lobo!»

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