Paradójica situación la que hemos vivido las últimas semanas; mientras se sucedían alrededor del mundo acontecimientos de gran impacto internacional, especialmente en Oriente Medio tanto en Israel como en Irán, los informativos españoles acostumbran últimamente a “entretener” al espectador con sendas noticias cuya relevancia informativa debería ser cuestionada por la obviedad de las respuestas que hay que dar a las mismas: Me estoy refiriendo al asunto de “la choza” de Pablo Iglesias y al nuevo episodio en la saga catalana.

Empezaré por el primero de ellos: Pablo Iglesias se ha comprado una mansión. ¿Y a mí qué me importa? Algunos intentan descubrir ahora que el cinismo del señor Iglesias es eso, hipocresía barata, o lo que viene a ser lo mismo “consejos vendo, que para mí no tengo”. La gravedad del asunto es que esta banal noticia puede acabar consiguiendo lo que no ha conseguido ni Íñigo Errejón: La cabeza de Pablo Iglesias. Para hacérselo mirar.

En segundo lugar, asistimos a otro nuevo capítulo de Cataluña, cuando la solución a este problema debería haber estado encauzada a través de la política, y no de los jueces, hace tiempo a través de una prórroga en la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Probablemente, lo que necesite ahora Cataluña sea un Gobierno técnico que gestione la Comunidad durante dos o tres años, hasta lograr la normalización de la situación. Y desde luego, lo que no necesita son tantos minutos de Telediario.

En definitiva, hemos recuperado los precios de la vivienda anteriores a la crisis, con la situación del mercado laboral propia de la crisis, y sin vivienda social en marcha ni nueva promoción inmobiliaria.

Mientras tanto, mientras los medios recurren a la noticia fácil, hay importantes asuntos que siguen sin ser conocidos por la opinión pública. Uno de ellos es el preocupante “calentamiento” que se está produciendo en el suelo español en las grandes ciudades, y que nos sorprendía esta semana con nuevos indicadores en los que se comenta que ya se ha reabsorbido la mayor parte del stock inmobiliario previo a la crisis sin que se estén poniendo en marcha nuevas promociones. Esto hace entrever que en un periodo no mayor de tres años vamos a experimentar un crecimiento desorbitado en el precio de compra y alquiler de las viviendas muy superior al que ya está sucediendo.

Sin embargo, el crecimiento de los salarios, otra de las grandes prioridades que debería tener el país, sigue siendo irrisorio. En definitiva, hemos recuperado los precios de la vivienda anteriores a la crisis, con la situación del mercado laboral propia de la crisis, y sin vivienda social en marcha ni nueva promoción inmobiliaria. ¿En serio a nadie le preocupa los efectos nocivos que esto tendrá en la emancipación de las nuevas generaciones de jóvenes? ¿Y los hábitos de consumo, nadie se plantea que si la renta disponible de las familias y jóvenes una vez descontada el coste de la vivienda se reduce considerablemente, los únicos patrones de consumo que se podrán desarrollar es acudir a las fórmulas del “casposo low cost”?

Paréntesis aparte, esto último ya tiene sus consecuencias, y es que mientras en Austria se dedica de media el 15% de la renta disponible al pago de la vivienda, en España ya situamos la media en torno al 35%, y creciendo. Lógico que únicamente las aerolíneas  de bajo coste, las teleoperadoras de bajo coste, las cadenas de restaurante de bajo coste, y cualquier actividad que implique “gastar poco” sea la única posibilidad para mucha gente. Hace unos días, han abierto junto a mi casa una academia de idiomas “low cost”; ver para creer.

Con este panorama, sigo preguntándome a qué se dedica la clase política española. Y es que en el panorama informativo español, como dice la canción, “all we hear is radio ga  ga, radio bla bla”.

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