El próximo sábado es catorce de abril, un día en el que me gustaría que el morado de la tricolor republicana contrarrestara tanta bandera rojigualda casposa. La tricolor, símbolo de fraternidad entre los pueblos, de amor, de justicia social… No. Una bandera más. Sí, yo soy republicano hasta la médula, tengo la bandera del 31 colgada en mi cuarto y hasta de vez en cuando silbo el himno de Riego, pero hace no muchos meses reparé en algo. Y es que la inspiración para escribir este artículo me la dieron todos los que enarbolan banderas independentistas soñando con un futuro mejor mientras votan a políticos torpes y conservadores que bien poco se diferencian de los españoles de los que reniegan. 

Yo soy el primero que he paseado mi bandera tricolor por todas las manifestaciones en contra de los recortes y por los derechos sociales en general. Recuerdo que cuando me la compré, lo hice a escondidas temiendo que las fuerzas represivas del Estado me confiscaran el estandarte con el que yo iba a emprender mil revoluciones. Pero a pesar de ondearla para aquí y para ya -y con mucho arte-, nada oye. Ni Ron Weasley con su primer wingardium lebiosa. ¿Qué pasaba? 1) Era un paño de colores que me costó siete euros. 2) Iván, eres un mindundi.

Ahora en serio, la cuestión es que la república no es más que una forma de organizar la jefatura del estado, una de las muchas instituciones que tiene una democracia parlamentaria moderna y seguramente, una de las que menos funciones atribuidas tienen. Es decir, una república no acabaría con los recortes, no acabaría con los desahucios, no nos convertiría en un estado social y justo, no haría desaparecer la ranciedad ni tampoco nos haría millonarios. Dentro del esquema de una democracia liberal, que yo defiendo, que el estado se configure en forma de república o de monarquía tiene muy poca repercusión en la sociedad, ya que, a pesar de todo, las clases seguirían estando ahí, los ricos y sus hijos también y el conservadurismo atador seguiría existiendo.

«Con la instauración de la república las clases seguirían estando ahí, los ricos y sus hijos también y el conservadurismo atador seguiría existiendo»

¿Pruebas? Tres hitos en el republicanismo: Estados Unidos, el colmo del neoliberalismo y la injusticia social; Francia, el país de la liberté, la égalité y la  fraternité donde Le Pen perdió la presidencia por poco (y ante Macron); o la Segunda República Española, un régimen idealizado por la izquierda pero que no consiguió solventar la desigualdad social y al que destrozaron los vicios de unos políticos que no estuvieron a la altura, pero que eran los que había porque la sociedad no daba para más -y que estuvo gobernada dos años por una derecha represiva y de lo más carca-. En el otro extremo, los ejemplos de siempre: la Dinamarca de los Glüksburg o la Noruega del rey Harald.

Bien, supongo que hasta aquí muchos “constitucionalistas” (dícese de aquellos que utilizan la constitución para perpetuar el inmovilismo y se olvidan de proteger los derechos sociales que otorga la magna carta) estarán satisfechos con el típico discurso de un republicano vencido por las circunstancias. Pero… ¡tachán! No va a ser así, os joribiáis. Plot twist.

Quiero que se instaure la república en España y voy a exponer mis motivos. En primer lugar, es una cuestión de higiene democrática y justicia social. Que el peso de representar a un país entero dependa de una familia y su dinastía en el siglo XXI me parece una broma de mal gusto. Que mantengamos a una corte de hermanas, cuñados, sobrinos y primos y les rodeemos de pompa y ceremonia nos convierte en sus súbditos, no en ciudadanos iguales. Porque si la cagan (más) no los podemos echar. Porque es una institución conservadora por naturaleza, lo que no representa a la totalidad de la población. Tampoco son una institución laica como deberían ser. Porque el centralismo y el ego de los Borbones han sido desastrosos para este país. Y porque me toca mucho la moral que alabemos a Juan Carlos Palito por haber traído la democracia a España como si los ciudadanos en este país fuéramos subnormales y no tuviéramos nada que decir. Además, para campechana mi abuela que dice unas cosas graciosísimas dejándose llevar por la espontaneidad. Eh, e incluso creo que la república podría ser una solución amable al problema territorial que atravesamos.

Se acusa a la izquierda de renegar de los símbolos nacionales y abrazar otros cargados de ideología rojiprogre comunista. Puede que sea verdad, pero hasta el momento no hemos tenido la oportunidad de ser ni la mitad de parciales con la enseña nacional como lo fue Cospedal poniendo la bandera a media asta por la muerte de Jesús.

Conclusión: celebremos el 14 de abril con ilusión pero siendo realistas. Hay que huir del idealismo y no caer en la mentira de pensar que una república solucionará los problemas de este país, porque no es así. Podemos seguir luchando por la libertad, la igualdad y la fraternidad con los Borbones de por medio. El romanticismo es útil para mantener la llama de la ilusión y la lucha despierta y viva, pero no podemos dejar embaucarnos por él y llenarnos la cabeza de utopías que no se van a cumplir. Eso sí, no dejemos de pelear porque, como dirían en el Grand Prix, querer arramplar con los jamones es la única forma de llegar hasta la mitad de la cucaña.

Salud y República.

 

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