La segunda quincena de septiembre ha llegado, y con ella la tan conocida «vuelta al cole», que realmente afecta al estudiantado en general, no únicamente a los más pequeños. Los exámenes, las tardes (e incluso noches para muchos) estudiando también se avecinan, igual que los boletines de notas y los resultados académicos: no siempre satisfactorios para muchos. Aprobar o suspender: he aquí la cuestión. 

Blanco o negro, todo o nada, éxito o fracaso, utilidad o inutilidad; y esta lista podría continuar durante horas, pero con estas cuatro clasificaciones podemos resumir cómo funciona a nuestros ojos, e incluso en la práctica, el sistema educativo.

Cuando un estudiante suspende, es porque no ha estudiado suficiente, no se ha esforzado suficiente, es inútil, no vale para estudiar, es un vago; o eso se les dice desde que son pequeños, como si formara parte de alguna verdad absoluta, de alguna ley natural o ecuación con única solución. No tenemos en cuenta los múltiples factores que influyen en ese examen, ese número, esa nota. No tenemos en cuenta las necesidades individuales de cada persona, sus capacidades, sus destrezas y sus debilidades.

Sin embargo, a pesar de no tomarnos el tiempo necesario en hacer un análisis de qué ha podido causar ese suspenso, etiquetamos al estudiante. Has suspendido: eres mal estudiante, eres un desastre, no vas a llegar a nada en la vida, no sirves para nada. Así es como llegamos a lo que en sociología se llama la Profecía Autocumplida: una mentira se acaba convirtiendo en verdad, porque hemos hecho creer al sujeto protagonista que era cierto. Y así, el fracaso escolar se retroalimenta, gracias a nuestras etiquetas y adjudicaciones erróneas.

Al final ese estudiante a quién le repetimos que es mal estudiante, lo acabará siendo. Hemos conseguido convencerlo de ello, aunque no fuera la intención. No obstante, el único problema no es este.

No tenemos en cuenta la cantidad de variables y factores que influyen en las calificaciones: se puede estudiar y suspender. Esto es lo que deberíamos recordar a los demás, y a nosotros mismos, que estudiar no es sinónimo de aprobar; ni no estudiar sinónimo de suspender.

Tenemos muchos, muchos casos en los que alguien puede suspender por factores diferentes a los que solemos pensar.

  1. Un estudiante que sufra ansiedad y frente a un examen tipo test, acabe cambiando sus respuestas a las incorrectas a pesar de saberse la lección.
  2. Un estudiante que padezca de insomnio y no haya podido dormir la noche antes, debido a la ausencia de sueño, no consiga aprobar debido a la falta de concentración.
  3. Un estudiante que esté pasando un mal día por cualquier razón y no pueda centrarse en el examen.
  4. Un estudiante que tenga una enfermedad (física y/o mental, las enfermedades mentales también cuentan) que no le permita estudiar el nivel que es exigido. Pequeño recordatorio: la salud debe ir antes que los estudios, digan lo que digan.
  5. Un estudiante que esté siendo víctima de acoso escolar y al cual el miedo en clase le impida pensar en cualquier otra cosa, o concentrarse para estudiar en casa.
  6. Un estudiante que viva conflictos u otras situaciones complicadas en su casa, y por tanto, tenga cosas más importantes en las que pensar que estudiar.
  7. Un estudiante que no haya podido estudiar por cualquier otra razón.

Esto son siete ejemplos, pero hay tantos como estudiantes, probablemente. Personas que estudian pero por diferentes razones no aprueban, personas que por diferentes razones no estudian. Sin embargo, nos centramos únicamente en un número, los definimos por un número. No nos paramos un segundo a preguntarnos por qué han suspendido, o por qué no estudian.

Quizás deberíamos preguntar y escuchar antes de hablar y adjudicar, ya que cada persona es un mundo, y no deberíamos juzgar un mundo en el que no vivimos.

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