Recientemente hablaba con una amiga sobre la ilusión del matrimonio. Ella defendía que es lo natural cuando quieres a alguien y planeas compartir tu vida con esa persona. Yo lo veo como un error. No estoy muy enterada sobre las ventajas económicas que puede suponer el matrimonio. Entiendo que si tu marido muere tienes derecho a una pensión por viudedad. Pero, ¿aparte de eso? No entraré en el terreno de los niños y la maternidad, porque ese es otro camino. Pero lo que sí tengo claro es que la cantidad de matrimonios que fracasan es mayor que la cifra de divorcios que se llevan a cabo.

Divorciarse es un reto, a veces imposible. Por un lado tenemos el coste económico, porque a los abogados les gusta comer y hay que pagarles, como es natural. La iglesia es otro escalón que subir. ¿Que te apetecía casarte en la Catedral de Fulanita con el señor cura y toda la pompa? Ah, pues ahora si quieres retractarte paga —y paga bien—. ¿Y la vivienda? Otro problema. Porque a las parejas casadas les da por comprar un piso recién construido juntos y se meten en una hipoteca como quien sube al tren de la bruja. ¡Los próximos 30 años no dejarás de sangrar! ¡Bú!

Yo por mi parte argumentaba que el matrimonio por razones políticas es mucho más racional. Casarse por los papeles, lo llaman. ¿Por qué no? ¿Acaso hay menos amor en alguien que ayuda social y políticamente a otra persona por vía del matrimonio? E incluso defiendo el matrimonio por dinero. «Te casas porque ella es más rica que tú». Bueno, ¿y? El matrimonio es un contrato, un pacto que debería ofrecer beneficios a ambas partes. Los monarcas se casaban con las hijas guapas y adolescentes de los reyes de otros reinos para juntar tierras. La dote solo era —y es— un incentivo económico para que un hombre acepte a una mujer.

Casarse por amor… ¿Y cuando acabe el amor qué? ¿Cuántas amas de casa viven frustradas, encerradas en matrimonios fracasados, por no tener dinero para divorciarse? ¿Cuántos padres y madres viven atados a una persona a la que ya no soportan por costumbre? ¿Dónde se queda el amor propio y egoísta cuando se da el «Sí, quiero»? No lo sé, pero al tiempo vuelve en forma de cuernos, de matrimonios abiertos que se arruinan aun más, de hijos no deseados que portan la bandera de «Este niño nos va a unir y salvará nuestro matrimonio».

Supongo que todo esto viene de haber crecido en un entorno en el que solo he visto matrimonios fracasados. Y no me confundáis; no por ello falta cierta felicidad. Aunque más que felicidad, se le podría llamar costumbre, o incluso resignación. Un montón de personas resignadas con la pareja que han escogido, perdiendo el tiempo que les queda con la falta de pasión y vitalidad que cualquier relación debería darte. O tal vez sea que soy una soñadora que desea no caer en el pozo de la rutina, una chica a la que le aterra despertarse un día y ver que duerme junto a una persona que ya no le aporta absolutamente nada salvo dolores de cabeza y aburrimiento.

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