Cristina Cifuentes dimitió ayer de su cargo de presidenta de la Comunidad de Madrid, pero su liderazgo murió, con su carrera política, hace ya más de treinta días.

Si hay un verbo muy poco conjugado en política es «dimitir». El hecho es que Cifuentes, al final, ha dimitido por robar dos cremas y no por recibir un título de un Máster que no cursó. Lo que no logró el Mastergate lo consiguió el Cremagate. Este hecho, que es irrefutable, demuestra que en España está peor visto robar a una empresa privada que defraudar a una institución pública.

Recibir un título fraudulento de un máster no supone únicamente defraudar a la institución que expide el propio título. Hablamos de un asqueroso desprecio hacia las Universidades, además de un insulto a todos los estudiantes que nos dejamos los cuernos en sacarnos un título. Y esto es absolutamente inaceptable. Como igualmente inaceptables son las reiteradas mentiras de Cifuentes sobre este tema. O la cooperación necesaria de algunos profesores universitarios. O el laissez faire continuo y permanente de ese tal eme punto Rajoy.

El PP madrileño ha llegado a nivel de putrefracción sólo comparable con sus compañeros de la Comunidad Valenciana. Dos claros ejemplos son el expresidente Ignacio González y el exsecretario general del PP Francisco Granados, ambos entre rejas. La renuncia de Cifuentes no puede entenderse sin este clima de enfrentamientos, corruptelas y venganzas. El propio PP de Madrid debe afrontar esta realidad con valentía y determinación. Es urgente una limpieza integral del partido, para que ningún otro «caso aislado» provoque que el PP madrileño sea noticia.

Mirar para otro lado, tolerar lo intolerable y convertir en aceptable lo obsceno nos ha llevado hasta aquí. Se ha mirado a otro lado, se han tolerado cosas absolutamente intolerables y se han convertido en aceptables obscenidades como obtener un máster fraudulento o robar un par de cremas en un supermercado. El final del cuento es que Cifuentes ha dimitido, aunque tarde y mal.

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