A nadie se le escapa que desde los inicios, todo esto del proceso soberanista catalán no es más que un burdo teatro para justificar el sueldo que reciben por que algún día los votantes les colocaron ahí. Ahora los propios títeres se han dado cuenta de que todo ha sido un fracaso.

Del mismo modo que lo fue en su momento Artur Mas, Carles Puigdemont ha sido utilizado para hacer de presidente y poner cara a un proceso al que se le auguraba poco éxito desde el momento de su concepción. Como el mismo ha confirmado en los mensajes que se han publicado – por descuido de Toni Comín por un lado, y gracias al trabajo de los periodistas por otro- Puigdemont ya no sirve así que mejor apartarlo. Ya no es funcional por los problemas que le está suponiendo, y que le supondrá, sus causas judiciales, pero principalmente por que el resultado electoral que emanó de las urnas del 21D deja claro que valoran más la labor de Oriol Junqueras que la suya, aunque ambas sean ampliamente cuestionables.

El expresidente recibió un duro golpe cuando el Tribunal Constitucional dictó el auto por el cual para poder ser candidato a la investidura debía pasar primero por el alto tribunal. Y, aunque desde hace semanas se hablaba de la dificultad con la que contaba para ser investido President, esto ha supuesto un jarro de agua fría que le hizo plantearse las cosas.

Pero el golpe definitivo llegó de la mano del presidente del parlamento autonómico catalán, Roger Torrent, al suspender el pleno de investidura a pesar de los consejos que éste de brindaba para que no lo hiciera.

Con esto quedó tocado y hundido, pero aun así, siguió ejerciendo su cinismo habitual, y haciendo gala de su entereza continuó con el discurso del »show must go on».

Sin duda alguna, con estos mensajes queda claro que Carles Puigdemont está destruido políticamente. No tiene apoyos ni siquiera de los suyos y, además, todo esto le ha conllevado unos perjuicios judiciales que tardará mucho tiempo en solucionar.

Lo que debemos sacar en claro de todo esto, es que nadie debe poner en duda la fortaleza del estado, y que quien lo hace recibe unas consecuencias. Por tanto, lo que ahora toca es que el magistrado del Tribunal Constitucional no deje pasar esto por alto, que aplique las medidas necesarias para que este asunto no quede como un hecho meramente anecdótico, por que lo único que conseguiremos será que los próximos que lo intenten repitan sus pasos, y seguramente la solución será cada vez peor.

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