A principios de mayo la ministra de Educación, Isabel Celaá, en una entrevista en el diario 20 minutos aseguró que el Gobierno nacional estaba trabajando en un plan para adaptar el sistema educativo a las nuevas circunstancias tras el Covid-19. Añadió, que la solución que barajan desde el Gobierno es que la mitad del alumnado se quede en casa y la otra asista a clase.

Una declaración bastante desafortunada en mi opinión y en la de toda la comunidad educativa, que lejos de aportar claridad sembró numerosas dudas acerca de cómo se va a garantizar la salud de los alumnos y, a la vez, poner en marcha el curso escolar próximo, ante uno que ya casi ha finalizado.

Si en algo debemos estar de acuerdo, querido lector o lectora, es que el conocimiento debe ser el único instrumento de promoción social válido en cualquier sociedad democrática y avanzada. Y por ello, es primordial defender y seguir mejorando nuestro sistema educativo público que, aunque mermado, ha resistido los tijeretazos de gobernantes y la falta de perspectiva política de sus señorías estos años. Lo cierto es que durante estas últimas semanas, de educación poco se está hablando. 

 

Clases presenciales sí o sí

La situación que nos deja la virulenta pandemia es complicada para todos, pero especialmente si eres estudiante de primaria, secundaria o FP. Para los de universidad ya es otra historia, da para otro artículo y para un ministerio propio aunque sin competencias. Al igual que el suspenso y la repetición se han convertido en excepción en lo que queda de curso,  -dejando un peligroso y amplio margen de discrecionalidad al profesorado a la hora de evaluar-, las clases telemáticas no pueden convertirse en el recurso fácil de las instituciones educativas como parche para esta crisis. 

El modelo educativo habrá fracasado por completo y, por ende, el sistema político español, si no se invierten los recursos suficientes para garantizar las clases presenciales. Siendo estas imprescindibles para alcanzar un desarrollo pleno del individuo y garantizar una educación que llegue a todos. Siempre y cuando las autoridades sanitarias lo permitan, atendiendo a criterios exclusivamente científicos. 

Y no nos engañemos, esto sólo podrá conseguirse contratando a más profesorado y adaptando el currículum y el horario, siendo quizá este último acortado durante las mañanas y trasladando horas lectivas a las tardes. Todo ello a razón de la necesaria división del número de clases para cumplir con las medidas de seguridad.  Para lograrlo, tan solo debemos ponernos a la par del resto de países europeos de nuestro entorno en inversión educativa. Sin duda, no habrá más remedio que incorporar las clases telemáticas a nuestras vidas. La clave estará en qué porcentaje se haga, sin contravenir nuestro derecho fundamental.

Es importante que consigamos un equilibrio perfecto entre el mayor número de clases presenciales posible y de clases telemáticas complementarias, con el contenido que menos presencia física del alumnado y profesorado requieran. Un equilibrio donde queden garantizadas íntegramente la salud del alumno y su formación.

 

Una oportunidad para la reforma

A tres meses del inicio de un nuevo curso, el reto es enorme. La crisis sanitaria que vivimos nos ha puesto en una complicada posición de «jaque», sin embargo, este movimiento también nos da una gran oportunidad para llevar a cabo la tan ansiada reforma del sistema educativo. Y es que invertir más en educación (hasta un 5% del PIB, a nivel nacional y autonómico) no es más que de una reivindicación histórica de la comunidad educativa española.

Debemos aprovechar las circunstancias sanitarias y sociales actuales para impulsar un cambio de paradigma educativo, cuyo primer paso sea apostar por las clases presenciales -atendiendo siempre a las limitaciones sanitarias- con el objetivo de reducir la ratio de alumnos por docente, y por lo tanto, crear un modelo con mayor capacidad de adaptación a las necesidades educativas del individuo.

Sin embargo, visto lo visto estos días, la clase política española no está a la altura de las circunstancias. Mientras se impongan las clases telemáticas, siga existiendo una brecha digital que patee el derecho reconocido en la Constitución española, no se adapten los contenidos y la clase dirigente de nuestro país siga llegando tarde a todo y continúe con el juego de siempre, demostrará no haber entendido absolutamente nada.

En estos momento se hace imprescindible, que la comunidad educativa, en general, y el estudiantado, en particular, se reorganicen, presionen y traten de conseguir que nuestros gobernantes se dejen de tanto espectáculo y se centren en hacer su trabajo: mejorar este país, pensando en su futuro, en los más jóvenes. 

 

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