Una columna de opinión cada quince días durante el verano. Esa es mi programación en este medio. Cuando la consentí, escribí algunos titulares de asuntos de los que creía que iba a poder hablar durante la jornada estival. Entre ellos —prometo— no se encontraba la palabra coronavirus. Es por esa razón por la que empiezo escribiendo esta columna declarando públicamente mi enfado, molestia, fastidio, enojo, ira e indignación. ¿Por qué? Rebrotes, personas sin mascarilla por las calles, discotecas atiborradas de sujetos, fiestas privadas sin control y un etcétera tan grande como la irresponsabilidad de un conjunto de españoles. En unas semanas la pregunta será, ¿qué hemos hecho mal? Y respuestas hay muchas.

Inmunes al horror, al miedo y a la mascarilla

No quisiera ser extremadamente áspero, pero la situación lo requiere. ¿Qué os pasa? A la población, a los jóvenes, a los adultos; a los que os creéis que sois inmunes a la vida, al horror, al miedo. Distingo a muchísimas personas sin mascarilla por las calles. Tal vez, estoy dejando pasar por alto que muchos de los individuos que caminan a mi lado no tienen la suficiente capacidad para saber que es una herramienta más que necesaria hoy en día. Incluso, a sabiendas de que se ha repetido a cada minuto, a cada hora. Resido en Canarias, popular —entre otras muchas cosas—por ser la única comunidad autónoma donde no es obligatorio el uso de la mascarilla cuando se cumple la distancia de seguridad.

Aquí muchos no la usan. Ni con distancia, ni sin distancia. Y, me van a perdonar porque quizás critico con exceso algo que sucede en otras comunidades autónomas, pero solamente es ético criticar lo visto por mis ojos. Por ver, he visto, por ejemplo, a más de cinco personas ingresar en un negocio sin mascarilla, cuando en la misma entrada se advierte de la obligatoriedad de su uso. Fiestas en barco por doquier, celebrando —imagino yo— la estupidez más estúpida, la posibilidad de contagiarse o, tal vez, el ver que algunos no se han olvidado de bailar durante los meses de confinamiento. En el sur de Gran Canaria, se ha visto más de una fiesta de ese estilo, de necios. Cientos de personas juntas, sin mascarilla, bailando, bebiendo, riendo, gritando y hasta jugando.

Sin pena ni gloria

Debo reconocer que, semejante panorama, ya roza la estupidez sin virus de por medio. Imaginen con él transitando por allí. Y es que, a mí no me importa que hagan el imbécil. Me importa que por hacerlo muera gente. Cabe destacar que no cumplir con las medidas sanitarias por parte del organizador de la fiesta, no es tan solo una irresponsabilidad, sino un delito. Y así se contempla en el Real Decreto-ley de medidas urgentes de prevención, contención y coordinación para hacer frente a la crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19. Pero dejando de lado la posible sanción, que muy leve es para lo que es, ninguno de los cientos de individuos que acudían a semejante ilegalidad, conllevan pena ninguna. Sin pena ni gloria, dirían algunos. Estólidos, diría yo.

Lo de las fiestas en barco, es obvio que es algo más propio de zonas con mar, pero no solo está sucediendo en Canarias. Lo mismo pasaba en Galicia con una fiesta «navegante» en la Ría de Vigo. Esta última, se hacía noticiosa después de que más de treinta participantes se encontraran en aislamiento por varios positivos de personas que estuvieron a bordo. Lo mismo está sucediendo en muchas discotecas, en las que no se respetan las medidas obligatorias por las autoridades sanitarias. De hecho, al sector del ocio nocturno se le atribuye la mayor culpa de los rebrotes en España. ¿Pensará la gente que está haciendo bien? El hecho de participar en fiestas así, sin medidas de seguridad, sin la certeza de no volver a casa contagiado, sin pensar en el abrazo posterior a los padres o a los abuelos. Un abrazo que, mal hecho, puede ser potencialmente mortal.

Tristeza, pena y dolor

Y esto nos lleva al punto que no quería tratar. Los rebrotes ahí están, los contagios aumentando. En algunas regiones, están siendo mayores incluso que en tiempos de confinamiento. Algunos hablan de una segunda ola. Yo hablo de tristeza, pena y dolor. No era esta la columna de opinión que quería escribir para hoy. Pero a la lejanía se está viendo la posibilidad de volver a una recaída que parece irreparable: la economía no nos permitirá un parón, la sociedad no permitirá un encerramiento. No al menos para seguir siendo sociedad. «¿Crees que volverán a confinarnos?» — pregunto en redes sociales. Y gana el «sí». Y espero que no. Pero creo que sí. O que tal vez.

About The Author

Un comentario en «Un país repleto de necios sin mascarilla»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.