En este contexto navideño, el cariño, la familia y, por supuesto, el amor, tienen una gran cabida en nuestros vocabularios. “Manos frías, corazón caliente” es un refrán que personalmente me gusta mucho. Me considero una de esas personas que cree fielmente en el amor. Ya sea el amor a primera vista, entre amigos y familiares y, sobre todo, el amor propio. Es verdad que cada persona tiene una visión propia o una perspectiva diferente de lo que supone esta palabra bisílaba de cuatro letras. Y eso es lo interesante. Bueno, interesante, o también lo que hace que acabemos en terapia. Pero eso cada uno lo interpreta como quiere.

Como digo, cada persona tiene su propia visión sobre el verbo querer, la cual se ha ido cosechando desde el primer minuto en el que se puso un pie en este mundo. Yo sigo pensando que el concepto como tal ha ido variando en gran medida, en comparación con otras generaciones anteriores a la actual, es decir, la ‘milennial. Puede que hoy en día -y gracias a Dios- conozcamos nuevas y más formas de amar en comparación con nuestros antepasados, pero hay algo que considero que se ha ido perdiendo a lo largo del camino; el amor propio. Desgraciadamente, al pensar en este sentimiento de afecto se nos viene a la cabeza otra persona, pero nunca -o casi nunca- nosotros mismos. ¿Por qué? Porque no nos han enseñado a querer bien, sino únicamente a querer. 

«Manos frías, corazón caliente»

Un hecho está claro, y es que vivimos pegados a las pantallas. Y por ende, vivimos reproduciendo lo que vemos en ellas. Porque, como bien dijo el antropólogo alemán Ludwig Feuerbach, “somos lo que comemos”, y teniendo en cuenta que devoramos todo lo que venga del streaming, se podría decir que acabamos convirtiéndonos en aquello que consumimos. Por eso mismo, plataformas como Netflix, HBO o donde sea que el ser humano haya aprendido a gastarse el dinero, ofertan -entre otras cosas- series y películas de género dramático que lo único que hacen es mostrar una realidad efímera e inexistente. Y lo triste de ello es que nuestras preguntas referidas al amor las tratamos de encontrar en influencers, tutoriales de vídeo, o incluso en consejos de usuarios anónimos que dejan en Yahoo Respuestas. 

Es más, si buscamos en Google el concepto amor, ¿cuántas imágenes se refieren a una sola persona y no a dos? Por esto mismo pongo la mano en el fuego por decir que la mayoría de los jóvenes vivimos frustrados en el ámbito de las relaciones. Porque la gran pantalla nos impone cómo debe ser una relación o, mismamente, de quién debemos enamorarnos. Y es así como llegan a aparecer los complejos, los estereotipos, los prejuicios… toda una sarta de tópicos ruines. De esta forma, lo único que conseguimos es desapegarnos de ese amor propio y real, que personalmente considero necesario. Nos pasamos los días intentando contentar a quien está a nuestro lado, cuando ellos ni siquiera en nosotros han pensado.

Esta rima es de cosecha propia, pero el poema de José Ángel Buesa tiene mucho más fondo. ‘El poema de la despedida’ dice así: Este cariño triste, y apasionado, y loco / me lo sembré en el alma para quererte a ti. / No sé si te amé mucho… no sé si te amé poco / pero sí sé que nunca volveré a amar así. Porque, para muchos, como bien dice el autor, eso es el amor; pasión, tristeza, locura… y eso es algo que ni la televisión ni los catálogos a petición nos van a enseñar. Sí nos muestra, por el contrario, cómo no es el verdadero amor. Hablan de un querer lleno de toxicidad, de celos, de infidelidad; aunque sí apasionado y muchas veces lleno, tanto de una gran tristeza como de una plena felicidad.

Pero todo depende de cómo queramos verlo. Como en todo, hay muchas personas que no lo ven así. Para algunos, los dramas televisivos son lo más cercano al amor propio y verdadero pero, para mí, no es más que una distopía de algo hipócrita y embustero que nubla la realidad que intentamos ver.

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