“Qué bipolar eres, no hay quien te aguante con tantos cambios de humor que tienes”. “Cambia eso, que me da TOC verlo así”. “Me está entrando una depresión/ansiedad”. “Estás loca/paranoica, ¿no serás esquizofrénica?”. “Estás para encerrar en un manicomio”. Seguro que has escuchado, te han dicho o tú has dicho alguna vez cualquiera de estas frases. Todos, en alguna ocasión, hemos sido cómplices de esta pandemia: la estigmatización de las enfermedades mentales.
Lo cierto es que se ha normalizado tanto utilizar las enfermedades mentales como insultos o formas de describir a alguien, que ya ni nos sorprende oírlo. No eres bipolar por reír y llorar en el mismo día o por cambiar de opinión drásticamente. No tienes un trastorno obsesivo compulsivo porque no te guste la disposición de unos objetos. Tener depresión no significa únicamente estar triste, y la ansiedad no es estar nervioso por algo que va a ocurrir. Por imaginarte cosas que no son (o por tener celos) no tienes esquizofrenia, ni estás loco o loca. Y los hospitales psiquiátricos no son “manicomios”, sino lugares donde se tratan a pacientes con estas enfermedades y se les proporcionan unos cuidados especializados. Hemos cogido la costumbre de banalizar cualquier tipo de enfermedad mental para dotar de mayor importancia y gravedad a nuestros estados de ánimo con el fin de magnificar problemas banales, y lo único que hemos conseguido es restarle relevancia a lo que verdaderamente la tiene.
Estoy cansada de ver todo el estigma que hay detrás de las enfermedades mentales. ¿Por qué no nos tomamos en serio algo tan importante como la salud mental? ¿Por qué siempre se le da más importancia a lo físico? ¿Por qué asumimos, erróneamente, que las personas que sufren de esto no se dan cuenta de las miradas de la gente hacia ellas, de lo que piensan los demás? ¿Por qué no podemos aceptar que hay gente que ya tiene suficiente con aprender a convivir con estas enfermedades, como para encima tener que lidiar con los juicios del resto del mundo?
El otro día estaba viendo una película en Netflix que estaba entre las 10 más populares de ese día en España. Se llama Loco por ella. Muy acertado el nombre, por cierto. Empecé a verla porque era una comedia romántica de esas que tanto me gustan, aunque tiene algo que, personalmente, pienso que la diferencia del resto: transmite un mensaje con un trasfondo mucho mayor, más allá del mero entretenimiento que este género te proporciona. Quizás la has visto, o quizás no. En este último caso, te recomiendo que lo hagas, independientemente de si te gustan, o no, las comedias románticas.
Un chico y una chica, en una noche de fiesta, se conocen y se gustan. Carla, la chica, como se suele decir, “no es lo que parece”. Es bipolar, pero no por ello es menos persona. Adri, el chico, es un periodista que piensa que la única forma de resolver todos los problemas es aplicarse frases motivadoras como “si quieres, puedes” o “no luchar por lo que quieres se llama perder”. Se acabará dando cuenta de que no es así como funciona nuestra cabeza, nuestra mente. Y se acabará dando cuenta de que, por mucho que quieras, no puedes curar una enfermedad mental sin tratamiento, solo con amor, cariño, tacitas con frases monas y libros de autoayuda. Y que no puedes “salvar” a alguien de una enfermedad de este tipo. Porque las personas con enfermedades mentales no necesitan que nadie les salve, necesitan a su lado a gente que les apoye, les quiera y, sobre todo, no les haga sentir como si fuesen bichos raros. Lo último que necesitan estas personas es notar cómo reciben un trato diferente al resto de gente, a los hombres y mujeres considerados normales. Lo último que necesitan es sentir que tienen que fingir ser alguien que no son para encajar. Odio esa palabra. ¿Encajar en dónde? No me parece justo que haya seres humanos como tú y como yo que se sientan de esta manera, que se sientan juzgados por padecer de esto. Porque, como dicen en la película: “lo difícil de tener una enfermedad mental es que la gente quiere que te comportes como si no la tuvieras”.
Así que, citando a nuestro protagonista: “La próxima vez que vea a alguien triste, no le voy a pedir que sonría, ni le voy a prometer que recuperarse está en su mano. Si de verdad quiero ayudarle, lo que voy a hacer es hacerle saber que, aunque no sea capaz de entender lo que le pasa, estaré allí si me necesita”.
La salud mental, para mí, es como un jardín lleno de flores y plantas muy delicadas que requieren muchos cuidados. Empecemos a regar las nuestras. Y a no pisar las de los demás.
Magnífico artículo. Me ha hecho reflexionar.
Enhorabuena, Laura!