Hace una semana, un conocido medio online celebró una fiesta a la que acudieron numerosas personalidades públicas del panorama patrio. Una recepción llena de gente que en otro momento hubiese sido vista como algo normal. Incluso se clasificaría de aburrido, algo a lo que solo se va por obligación. Sin embargo este año le envolvió la polémica por la cantidad de gente que acudió. Unos tienen el privilegio (fiesta) y otros reciben la factura (nuevas restricciones).

Gran parte del territorio español cuenta con un toque de queda que corta cualquier actividad nocturna. Los ciudadanos no pueden salir de su Comunidad Autónoma. Otros ni siquiera de su provincia. Las tiendas reducen su aforo y su horario de apertura. La hostelería ve limitada su actividad no solo en tiempo sino en modo. El hecho de no contar con terraza puede ser causa de cierre definitivo para estos establecimientos. Algunos se agarran con incertidumbre al take away , a otros ni les sale rentable. Mientras, el ERTE de alguno va perdiendo progresivamente su carácter de temporalidad, tiñéndose de permanencia.

La gente recurre al contacto telemático, es casi imposible imaginar una celebración con toda la familia. Da gracias que puedan acudir los más cercanos. Ni siquiera un último adiós en el que sentirse algo arropado, lo único que puede aliviar es dedicar al finado una epístola expresando los sentimientos. Si cumples años ya te traerá un repartidor la tarta y los regalos, ya enviarás las fotos a todos. Bueno, tarta mejor no. No vaya que ser que soples muy fuerte y tus miasmas contagien a los convivientes.

Controla la cantidad de gente que hay en tu gimnasio, no superéis un número de 6 en clases dirigidas ni otros espacios compartidos. Ahora bien, sube al metro o al bus con un montón de gente y sin espacio. Unas simples señales que prohíben sentarse y dos dosificadores (con suerte llenos) como única garantía. Como una tela protegiendo de un espadazo vil.

Cumple las medidas, no hagas nada que no debes. Sin embargo, el virus nos encuentra y no hay suficientes medios para responder rápido a la pregunta que ronda nuestra cabeza. A esta vuelta no falta la culpa, los pensamientos negativos nos invaden. Es imposible no pensar en nuestros allegados al tiempo que tememos habernos convertido en un súper contagiador. Intentando ser superhéroes nos volvemos súpervillanos.

Y de repente las redes sociales te enseñan semejante estampa. Photocall y salón lleno de mesas redondas por las que se reparten cerca de una centena de almas. Si bien ya sabes de gente con fiestas y botellones clandestinos, esta vez te supera la ira. Todos los que te han pedido responsabilidad bien juntos en un mismo espacio. Pierdes la fe en todo, no ves el castigo por ninguna parte. Aun así entiendes que hay que cumplir, algo que te honra enormemente.

El fin de semana no nos deja mejores imágenes. Unos vuelcan su frustración contra el mobiliario urbano y los escaparates. Parecen sustituir las mascarillas por ropa de marca y objetos caros. Al día siguiente otros tendrán que hacer inventario y dar parte de los destrozos. Incluso algunos todavía tendrán ganas de mostrar que quedan motivos para seguir adelante. Se levantarán temprano a limpiar sin tener obligación alguna. No hay escoba lo suficientemente grande como para barrer la irresponsabilidad, pero cualquier barrido fugaz es mejor que ninguno

Unos dictan la normativa, otros tienen que cumplir sin rechistar. Algunos incumplen y nos ponen en riesgo a todos. Eso provoca que aparezcan más restricciones que dificulten la recuperación económico-social. Algunos no ven unos hospitales más que sobrepasados, no va con ellos. Si entre estas personas hay figuras públicas, su acción es peor. ¿Dónde está el ejemplo si el que lo impone tampoco lo cumple?

No podemos pagar más, tenemos que hacer sacrificios TODOS. Ya llegaran momentos mejores en los que sí haya motivos para celebrar y posar ante photocalls.

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