Capítulo 10. ‘Concluir’. Por Sevie Pastrana.

La imagen de la que había sido mi mujer siendo brutalmente asesinada, de nuevo, ante mis ojos me hizo sentir náuseas. Si pensaba que la primera vez que la había perdido me había afectado, nada pudo compararse con el dolor que sentí en ese momento. Algunas cosas no se volvían más fáciles con el tiempo; al contrario, eran más difíciles, mucho más complejas.

Esa vez me estaba mirando con los ojos tan abiertos que parecían a punto de salirse de sus órbitas. Su mirada se clavó en mi mente como una daga y, casi como si pudiésemos comunicarnos por telepatía, leí en su expresión la disculpa que nunca dijo en voz alta, sin especificar a qué de todo se debía exactamente.

Una pequeña parte de mí no quería creérselo, y yo sabía que era la desconfianza mezclada con un atisbo de esperanza. Deseaba que me estuviese engañando de nuevo, que fuese otra estrategia maestra para hacerme pensar que estaba muerta y, a pesar de la malicia de ese plan, me parecía una mejor verdad que la que se encontraba ante mis ojos.

Sin embargo, mis dubitaciones no duraron más de un microsegundo, lo que necesité para recuperar la compostura y recordarme que estaba allí con un único objetivo. Si me detenía en ese momento, entonces toda la lucha no habría servido para absolutamente nada.

La culpa me reconcomía por dentro, porque era consciente de que Noelia me había seguido hasta allí. Me pregunté entonces, mientras mis piernas se resentían por el esfuerzo físico casi sobrehumano, si era cierto que había motivos mayores por lo que no debía haberme ido de esa manera tan impulsiva. Quizá se preocupaba por mí, aunque su modo de demostrarlo hubiera sido bastante inepto.

Tenía una mezcla de emociones que solamente supe mantener a rajatabla por la importancia de mi cometido. Seguía siendo perseguida, aunque había tomado una gran ventaja gracias a la aparición repentina de mi ex-pareja y un par de personas más que reconocí de su organización. Había muchas dudas en mi mente, la primera era cuánto le había costado convencerlos de venir a buscarme; la segunda, y la más importante, si estaba haciendo lo correcto.

Después de todo, ¿qué sabía yo realmente? Noelia y su grupo habían estado años enteros creando la estrategia perfecta y ahí estaba yo, sobrepasando todos los límites y actuando sin haber pensado antes en las consecuencias que podrían tener mis actos en el futuro. Sí, la gente necesitaba saber la verdad, pero ¿hasta qué punto mi forma de desvelarla iba a ser la más correcta?

Para cuando llegué a la vieja emisora de radio, ya me había autoconvencido de que no había marcha atrás. No dudaba de las honestas intenciones de ese grupo sin nombre, porque había conocido personalmente a los miembros que lo componían; sin embargo, sus métodos eran fríos, ¿quién podía quedarse simplemente mirando mientras se ponían en juego los derechos humanos por meros intereses económicos?

Ellos lo sabían y yo no podía ser esa persona que se quedaba en las sombras observando como el país se consumía. Quedarse de brazos cruzados esperando el momento idóneo para actuar era lo mismo que no hacer nada, participar en la autodestrucción de lo que un día fue un lugar relativamente privilegiado. A pesar de que no fuese todo perfecto, echaba de menos la España que no estaba en guerra con sus propios civiles.

Afortunadamente, no me costó mucho forzar la puerta para entrar en el modesto edificio. Encontrar algo para bloquearla fue mucho más difícil. Por supuesto, tampoco había conexión a Internet allí. Sabía que no tenía mucho tiempo y, a pesar de mi determinación, mi ansiedad no estaba ayudando en absoluto para pensar con rapidez. Entonces lo decidí: tendría que hacerlo a la antigua usanza.

Corrí hasta la sala de control y también bloqueé esa entrada como pude para ganar un poco de tiempo. Para mi gran alivio, el ordenador con el que se manejaba el sistema seguía en funcionamiento y no tardó demasiado en encenderse. En cuanto descubrí como iba, conecté mi móvil al puerto USB que había y esperé pacientemente a que los archivos se mostrasen en la pantalla. Empecé a escuchar cómo intentaban derribar la puerta de entrada al edificio y, poco después, cómo esta caía fácilmente. Era solo cuestión de tiempo que me encontrasen.

No me equivocaba, enseguida noté los golpes a la puerta de la habitación en la que estaba. Ahogué un pequeño gemido de puro terror, temiéndome que todo el trayecto hubiera sido en vano. En ese mismo momento, el programa me permitió empezar la emisión y cogí el micrófono sin apenas pensarlo.

— ¡Atención a todos aquellos que estáis escuchando! No tengo tiempo de presentaciones, pero os traigo la verdad que se nos ha estado ocultando… Todo este tiempo han estado usando nuestro conflicto para su propio beneficio, ambos partidos. Escuchad esta grabación, expandid lo que tengo que decir: ahora más que nunca tenemos que estar unidos, no lo contrario. Los verdaderos enemigos son los que están en el poder.

La puerta cayó con un golpe sordo justo en el momento en el que reproduje el archivo. A pesar de que no podrían ver el vídeo, la conversación se escuchaba lo suficientemente clara para que los oyentes tuviesen prueba fiable de mis palabras. No sabía cuántas personas estaban escuchando lo que había dicho, pero sabía que la radio se había convertido en una evasión en esos días en los que Internet y la televisión estaban totalmente controlados y limitados.

Cuando noté un dolor agudo en mi estómago, supe que el momento había llegado. No me podía creer que hubiese llegado tan lejos, y parte de mí quería ver la cara de esos estúpidos políticos cuando el pueblo reaccionase al mensaje que había trasmitido. La palabra se expandiría como la pólvora, estaba completamente segura de ese hecho.

No luché contra la muerte. Para mí fue la liberación que había estado esperando durante todos esos años de sufrimiento, aunque agradecía enormemente no haberla buscado yo todas esas veces que había sentido que la desesperación podía conmigo. Entonces no sabía lo ciega que estaba y, por un lado, tuve que dar las gracias a Carlos; sin él, hubiera estado alienada e ignorante hasta tener el valor necesario para quitarme la vida con mis propias manos. Sin él, mi aventura nunca hubiese sucedido.

Fue casi irónico que parte de mis últimos pensamientos se dedicasen a él, a ese mismo hombre que había odiado con todo mi ser durante tanto tiempo. El resto se concentró en meditar qué sucedería a partir de ese momento. Sentía que la información que había expuesto cambiaría el curso de lo que estaba sucediendo en el país, aunque yo no estuviese allí para verlo.

Quedaba mucho camino por recorrer, porque la verdad nunca había sido sencilla. Aquello solamente era el principio de una nueva etapa que España estaba a punto de conocer. Quizá una mejor, o tal vez no.

Después de todo, mi historia era solamente la de una persona más de las muchas que lucharon por la libertad.

 

Imagen: Pixabay.

About The Author

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.