Capítulo 4. ‘Esconder’. Por Inés Monteagudo. 

Apareció enfrente de nosotros un hombre como de mi edad. Iba medio desnudo, con unos harapos como pantalones. Me pareció extremadamente conocido, el recuerdo iba apareciendo al mirar sus ojos verdes. Su pelo rubio y despeinado despejó todas las dudas: se trataba de Roberto.

Roberto escapó una semana antes que yo del campamento del Cómite Liberador Revolucionario.  Salieron a buscarlo con perros de aspecto furioso, que no cesaban de olfatearlo todo. Esta operación se repetía día y noche, pero nada. Dándose por vencidos, concluyeron que lo más probable es que hubiera muerto. Bien ahogado, devorado o envenenado por alguna planta. Aunque declararon su fallecimiento, subieron las medidas de seguridad. Para mí fueron como paredes de papel, como he dicho, una semana después me fui.

He de reconocer que era muy amigo mío, especialmente tras el suicidio de mi hermano. No era muy hablador pero podías contar siempre con él. Roberto sabía un montón de cosas sobre la naturaleza, cuando hablaba solamente lo hacía de eso. Yo lo atendía de la misma forma que lo hacía con las desaparecidas televisiones. Los demás lo trataban mal, incluso sufrió alguna paliza. Su huida fue señal de que no aguantaba más; siempre supe que no había muerto.

Los primeros días de convivencia con Melchor, se mostró temeroso. Sus reacciones recordaban a las de un animal. Ese comportamiento fue su escudo durante años. Se fue relajando y volvió su cara más humana. Al volver a hablar, decidimos contarle nuestro plan, tras nuestro relato, nos regaló una sonrisa. La primera que veía en años, con ese cariz de mano amiga. Esa que nos tendió, insistiendo en explicarnos cosas que necesitábamos.

De él aprendimos técnicas de supervivencia, me sorprendió ver que podía memorizar las plantas comestibles o el tratamiento del agua. Los vivacs y los nudos siguen siendo lo mío, atrás quedan los intentos rudimentarios de mi primera salida al bosque. A pesar de todo, lo que más me gustó fue el camuflaje, sentirme invisible por un momento. Poder pasar horas en un bosque, apretando mi cuerpo bañado en barro contra un tronco. Una vez parpadeé sin darme cuenta, mientras Melchor pasaba a mi lado. El maestro había decidido meditar en lo más profundo de la frondosidad , se asustó levemente. Nos reímos a carcajadas, como en tiempos atrás, para liberar tensión. Volví a ser niña por un momento.

Una noche, durmiendo, me despertó el contacto de una pata. O de una mano. O de ambos. Al entreabrir los ojos, no pude creer lo que veía.

Y de repente sentí algo muy fuerte.

El siguiente capítulo se publicará el próximo sábado. Su autor será Sevie Pastrana.

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