Capítulo 10. ‘Las sorpresas’, por Benjamín Santiago

Rob miró perplejo a aquel anciano. ¿Le estaba gastando una broma de muy mal gusto o realmente pensaba lo que había dicho? El chico clavó sus ojos en los del anciano, buscando algún indicio que aclarase la intención con la que hablaba.

— Con todo el debido respeto: no estamos como para gilipolleces, señor.

Tanto Rob como el anciano no se esperaban aquella respuesta de Marta. Sin embargo, el hombre no se inmutó y comenzó a andar dando vueltas mientras Rob le preparaba el café.

— La vida, por extraño que os parezca, es algo subjetivo. Tu corazón puede latir, tus pulmones respirar y el resto de tus órganos hacer el trabajo que les corresponda. Pero tú puedes estar muerto aunque todas esas condiciones se cumplan.

El hombre hizo una pausa y miró a Rob, como si estuviera esperando a que le respondiese o contraargumentase. Rob, no obstante, se mantuvo en silencio. Rob terminó de preparar el café, lo colocó sobre un plato, puso un azucarillo y se lo dio al anciano. El anciano se rió irónicamente.

— ¡Qué previsibles sois! Me tenéis aquí soltando la chapa, dejándoos incrédulos y entreteniéndoos. Podría contar mi vida entera y ni os atreveríais a hacer lo que tenéis que hacer.

Marta suspiró y se acercó al anciano.

— ¿Qué es lo que tenemos que hacer si no es servirle a nuestro cliente?

El anciano cogió su taza de café y comenzó a bebérsela muy lentamente. Una vez hubo terminado, la colocó sobre la mesa. A continuación, se levantó y caminó con parsimonia hacia la puerta. Cerca de la misma, se frenó en seco y se dio la vuelta. Miró a Rob, miró a Marta y sonrió.

— Lo que deberíais estar haciendo es no dejar que vuestro amigo se muera y hacer algo por salvarlo. Se ocultan los cadáveres, no los cuerpos vivientes.

Aquel hombre se marchó sin dejar rastro. Entonces Andrea, que había estado escuchando a aquel hombre, se levantó, con las manos en la cabeza. Rob y Marta se acercaron a ella y Oliver. Este último se estaba esforzando por decir algo, pero era físicamente incapaz de hacerlo. Tosió y escupió sangre.

— Aguanta, por favor —le suplicó Rob—. Vamos a conseguirte ayuda.

Oliver volvió a toser y entonces se desmayó. Rob fue a comprobarle el pulso, que era nulo. Se llevó las manos a la cabeza y gritó. Andrea se puso a intentar reanimarlo.

Marta se acercó a la mesa en la que originalmente se habían sentado los tres amigos y se dio cuenta. La bebida de Oliver tenía un color extraño, no era lo que ella le había servido. A Oliver lo habían asesinado.

 

Con este capítulo termina, por el momento, Relatos en Código.

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