Capítulo 5. ‘Resistir’. Por Sevie Pastrana.

Todo se había vuelto negro. Cuando por fin abrí los ojos, no sabía cuánto tiempo había pasado. Me sentía desorientada y todo daba vueltas a mi alrededor. Tenía la visión nublada y llegué a la conclusión de que me habían golpeado. Seguramente el dolor agudo que sentía en la parte posterior de mi cabeza se debía a eso.

Tardé unos minutos en darme cuenta de que estaba boca abajo y de que alguien me estaba llevando a su hombro. Estaba completamente inmóvil, por lo que no podía escapar de mi captor. Me habían drogado para mantenerme totalmente dócil.

A mi cerebro llegaron algunas imágenes de lo que había pasado antes de perder la consciencia. Recordaba a una persona, pero su rostro estaba completamente perdido en los recovecos de mi memoria. Escuché un ladrido y otro recuerdo llegó a mí, el de un perro.

La ansiedad empezó a recorrerme en cuanto comprendí lo que había pasado .El aspecto del hombre que me había atizado por detrás se hizo más nítido que nunca en mi mente. A pesar de que jamás había tratado con él antes, le reconocí del campamento. Su uniforme me hizo comprender todo lo que debía: formaba parte del Comité Liberador Revolucionario. Me habían encontrado.

Mientras estaba siendo llevada a través del frondoso bosque, pensé en mis compañeros. ¿Habrían sido capturados también? Una terrible culpabilidad se hizo dueña de mi cuerpo, a pesar de que yo no tenía la culpa. Pensado con lógica, había sido una ingenua al pensar que podía salir viva de todo aquello y, allí estaba, dirigiéndome a mi segura muerte sin haber sido capaz de empezar la verdadera lucha.

Me pregunté entonces si había merecido la pena buscar ayuda para contraatacar, pues había puesto en peligro a las pocas personas que me importaban en este mundo. El remordimiento que me carcomía se convirtió en impotencia. No sabía si estaban a salvo, pero necesitaba hacerlo. Me sentía inútil sin poder hacer nada y mi frustración se convirtió en un débil gruñido que apenas se escuchó, porque ni siquiera mis cuerdas vocales querían hacerme caso en ese momento.

Entonces me dije que tenía que resistir. Todavía no estaba todo perdido. En cuanto se pasase el efecto de lo que me hubiesen dado, pensaba defenderme. Volver con los demás se había convertido en mi mayor prioridad en ese momento. No podía fallarles.

Estaba trazando mil planes mentales para escabullirme cuando el perro de mi captor comenzó a ladrar. Seguramente había olisqueado algo. Sentí que la persona que me llevaba comenzaba a correr en la dirección que el animal le marcaba y mis latidos se aceleraron pensando en lo peor. En ese momento deseé como nunca antes que mis amigos estuviesen a salvo.

De repente, todo se quedó en silencio y caí al suelo. El golpe no me dolió, seguramente gracias a la droga que me habían dado, pero sí que noté el cuerpo del miembro del CLR encima de mí. Su sangre me manchó levemente. Estaba muerto. Lo habían atacado.

Todavía no estaba a salvo, así que decidí no relajarme. Cuando quitaron el peso de mi espalda, observé horrorizada que el perro también yacía a su lado. En tiempos de guerra, había aprendido a despreciar a los seres humanos y sus fines egoístas, pero me costaba ver a un animal sufrir.

Tuve que ser muy expresiva, porque lo siguiente que escuché fue:

— Tranquila, es un sedante.

Esa fue la primera vez que alcé la mirada para ver a mi salvadora.

El siguiente capítulo se publicará el próximo sábado. Su autor será Iván Trigo.

 

Imagen: Pixabay.

About The Author

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.